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La identidad en el cine contemporáneo

La noción de identidad es bastante compleja y creo que todos nos preguntamos por lo menos una vez: ¿quién soy? ¿quién creo que soy? ¿quién creen que soy? ¿quién quiero ser? Al mismo tiempo, mi identidad difícilmente se puede disociar de la sociedad en la cual vivo, soy un ser humano en un grupo, el cual también tiene sus características propias. Me enfrento entonces con una nueva duda porque no me queda muy claro quién soy dentro del grupo, ni si soy partidario o disidente de su identidad grupal: al percibir lo que soy, también percibo lo que me diferencia del otro. En todo caso, este grupo al cual pertenezco se define por rasgos concretos, desde sus particularidades prácticas, sus ideologías, sus referencias y su idioma, hasta sus gestos, su cocina y su modo de vestir. Cuando uno enseña idiomas y realiza traducciones —lo digo con conocimiento de causa—, se enfrenta con frecuencia con conceptos imposibles de reproducir en otra lengua, por la sencilla razón que pertenecen a identidades culturales distintas. El humor es un ejemplo flagrante de ello.

En este contexto, el cine es uno de los reflejos más fieles de su entorno de origen. Cualquier cinéfilo puede reconocer desde los primeros minutos la época y el país de creación de una película, probablemente su realizador: hablarán de “un Hitchcock”, “un Woody Allen”, “un Almodóvar”, “un Costa Gavras”, “un Polanski”, “un Truffaut”, “un Visconti”, “un Lelouch”, “un Spielberg” o “un Mnouchkine”. En cuanto a los inexpertos, se satisfarán con atribuirle una categoría global. Desde los westerns clásicos, con el caminar contoneado del cowboy, el acento del oeste americano, los espacios áridos de Monument Valley y los bares picantes donde la riña está siempre a punto de reventar, hasta las películas de guerra en los cuales los aliados arriesgaban su vida para rescatar a Europa del flagelo nazi, pasando por los filmes angustiantes de cambio de milenario que anunciaban algún desastre a punto de sacudir el planeta y perdonar la vida a un grupito de elegidos, llenos de buenas intenciones. Y si no recordamos precisamente la trama de la historia, quedan inolvidables las bandas sonoras de “Los siete magníficos” (el original, no el remake), “El día más largo”, “E.T.”, “Avatar”, “La Misión”, “Forrest Gump”, “Corazón valiente”, “1492”, e incluso “¿Arde Paris?” o “Un hombre y una mujer”. Vangelis, Ennio Morricone, Maurice Jarre, Alan Silvestri o John Williams supieron dejar una marca indeleble.

Ahora bien, observando las tendencias del cine actual, nos damos cuenta de su enfoque cada vez más penetrante hacia los problemas que experimenta nuestra sociedad; hasta las comedias aparentemente livianas tocan temas delicados. Estamos muy lejos de los espacios paradisíacos poblados de personajes idílicos y héroes intachables, lejos de las batallas en las cuales el honrado siempre triunfa sobre el infame, lejos de los cursos de ética y de las historias de amor con final feliz. En realidad, no se trata de un fenómeno tan nuevo, inició unas décadas atrás con los “biopics”, películas biográficas inspiradas por individuos famosos que muestran en sus aspectos más desconocidos, desalojándolos de su pedestal y revelando su dimensión más humana. Y si nos fijamos en las producciones que circulan en las “plataformas de streaming” —expresión al parecer más elegante que “retransmisión”—, la tendencia actual se define hacia un cine de información sobre problemas que frecuentamos diariamente, más que un cine vendedor de sueños.

Llama la atención, por ejemplo, el interés en representar las “minorías” y la segregación de la cual son víctimas. Ya no se trata de cumplir con una obligación, mostrando sistemáticamente un surtido de grupos en posición de inferioridad, al punto que uno podría preguntarse si los productores no pretendían disculparse con anticipación de una falta eventual: para que nadie les acusara de algún tipo de segregación, no olvidaban a ningún grupito en el muestrario —un poco al estilo del “Equal Opportunity Employer”—, que se compromete a no discriminar contra ningún empleado por raza, nacionalidad, religión, sexo u orientación sexual, edad o discapacidad. En el cine, pasó un poco lo mismo, pero esa “minoría” estaba presente en la pantalla sin constituir el tema central de la historia.

De a poco, empezaron a aparecer películas inspiradas en hechos reales y centradas precisamente en casos de discriminación o de abuso: El color púrpura (1985, obra magistral que junta el tema del abuso sexual de una niña por su padre y la historia de un grupo humano luchando por su identidad), Mississippi en llamas (1988, sobre el asesinato de activistas defensores de los derechos civiles), 12 años de esclavitud (2012, basada en la vida de un esclavo en las plantaciones de Luisiana), Philadelphia (1993, sobre los perjuicios contra la homosexualidad y las víctimas de VIH), Pride (2014, película británica inspirada por un grupo de activistas LGBT), u otras como No sin mi hija (1991) y La verdad de Soraya M. (2008), mostrando en sus más crueles aspectos la realidad de la mujer iraní. La lista podría alargarse interminablemente.

El cine europeo también ha colocado estos temas entre sus motivos de inspiración predilectos. Medio siglo atrás, películas como “Le journal d’une femme de chambre” (El diario de una camarera, 1964, película de Buñuel que revela los escándalos y la perversión de la burguesía de provincia) o “Les risques du métier” (Los riesgos del oficio, 1967, que cuenta la historia de un profesor acusado injustamente de tentativa de violación por una de sus alumnas) produjeron escándalos. Ahora, en cambio, las lenguas se sueltan y florecen, por ejemplo, denuncias cada vez más acerbas de los abusos sexuales de la iglesia: “La mala educación” (película española de Almodóvar, 2004), “Le silence des églises”(El silencio de las iglesias, película francesa, 2013), “Spotlight” (película americana, 2016), “Kler” (película polonesa, 2018), y la escandalosa película franco-belga “Grâce à Dieu” (Gracias a Dios, François Ozon, 2919) que ya hizo correr mucha tinta en sus pocos meses de existencia.

Estos últimos años salieron numerosas producciones que levantan el tema bien complejo de la integración social: “Bienvenue à Marly- Gaumont” (película franco-belga, 2016, que plantea la dificultad de integración de un médico africano y su familia en un pueblo aislado del norte de Francia), “Il a déjà tes yeux” (Ya tiene tus ojos, película francesa, 2017, que presenta el problema poco tocado de una pareja de raza negra que adopta a un bebé blanco y los conflictos que encuentran tanto con su propia familia como en su entorno social), “La désintégration” (otra película franco-belga, 2011, sobre la subida del islam fundamentalista en los suburbios) o “Mauvaises herbes” (Malas hierbas, 2018, que describe la dificultad de integración de jóvenes de sectores periféricos y con problemas sociales).

Cada uno podría encontrar sin dificultad por lo menos una película producida en los últimos diez años que refleja un problema que presencia en su cotidianidad. En este breve panorama, no alcanzamos a mencionar los temas de la eutanasia, las enfermedades tabús, la anorexia, la depresión de los jóvenes, las personas sin hogar, la expulsión de los indocumentados, la soledad de los adultos mayores, la viudez, el maltrato laboral, el agotamiento profesional, el acoso escolar, etc. que no dejan de inspirar a los cineastas. La lista va creciendo cada día, a medida que se duplican estas situaciones y que aparecen nuevos aspectos impensados de ellas. El cine está por lo tanto desarrollando un nuevo rol, en una sociedad donde las personas tienden a leer menos pero todavía no se alejan de las salas oscuras, y aun cuando se alejaran de ellas, tendrían acceso a cualquier película por internet en la comodidad de su cama. El concepto de identidad que mencionamos en un principio es inseparable de estos temas y el cine contemporáneo, en la multiplicidad de sus fuentes de inspiración, me permite tomar conciencia de ello y entender con más claridad quién soy, quién quiero ser, y cómo funciono dentro del grupo.

Sylvie R. Moulin.

Doctorada en Estudios Hispánicos de Paris IV- Universidad Sorbonne.

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