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La fetofilia de la Iglesia

El Papa, al parecer, está muy preocupado con las monjas norteamericanas que se le escapan del redil y ha encargado a un arzobispo que las devuelva por la senda de la obediencia. Según las noticias aparecidas estos días en la prensa a las monjas de EE.UU les ha dado por ser feministas. Si las monjas se vuelven feministas, el Vaticano está listo. No son pocas, por lo visto, aquellas que se han dejado tentar por la perniciosa “ideología del género”, sino que son la mayoría.

La vigilancia que el Papa ha encargado al arzobispo se refiere a la llamada Conferencia de Liderazgo de Mujeres Religiosas (LCWR), que representa nada menos que al 80% de todas las monjas que hay en EE.UU. que, está claro, se han vuelto díscolas y  tienen ideas subversivas respecto a los homosexuales, a los que no odian, o sobre la ordenación de mujeres, de la que deben ser partidarias;  y por salirnos un poco de la cuestión sexual, parece que las monjas son incluso partidarias de la reforma sanitaria de Obama para que los pobres tengan derecho a recibir asistencia sanitaria, ¡habrase visto!. Así que el Papa ha puesto ha varios hombres a la tarea de controlar el descontrol femenino.

No sabemos en cambio si Sor María, esa monja que se pasó años robando niños,  es una monja de esas que el Vaticano quiere meter en cintura o a ésta no. Más bien me parece que debe ser la versión femenina de los curas pederastas y es muy posible que escuchemos al Papa justificar el crimen diciendo que es que antes esto de robar niños se hacía mucho y era mucho más normal. Lo más probable es que Sor María termine bien cuidada en una buena residencia para ancianos de esas a las que la inmensa mayoría de los españoles no tiene acceso. Sor María es una monja ejemplar para el Vaticano porque seguramente ella sí que odia a los homosexuales y lo más probable es que, además, no tenga una sola idea feminista en la cabeza; seguramente tampoco tenga una sólo idea social o, más bien, su idea de justicia social sea la de quitarle los niños a los pobres para dárselos a los ricos, redistribución infantil a la inversa.

La obsesión que tiene la iglesia por los fetos es ya conocida. Es una institución fetofílica. Los fetos son importantísimos en tanto fetos pero cuando pasan del estado de feto al de recién nacido, entonces la cosa cambia y cualquier monja puede robárselos a esas madres que los quisieron tener a pesar de las dificultades y que no abortaron. A esas madres casi heroicas la Iglesia no les dio un premio en forma de plaza de guardería, por ejemplo, sino que les robó a sus hijos e hijas. En la misma línea fetofílica, Rouco ha criticado esta misma semana los diagnósticos prenatales porque, según él, impiden nacer a los discapacitados. De nuevo esta preocupación tan netamente católica por los discapacitados antes de nacer y no por los discapacitados ya nacidos. No he escuchado a la iglesia criticar el desmantelamiento de la ley de dependencia, por ejemplo, ni preocuparse por la falta de asistencia o de medios que sufren estas personas, ya nacidas, y sus familias.

En la misma línea fetofílica parece que en Galicia los fetos van a dar puntos para acceder a una vivienda pública. La lástima es que sólo somos fetos nueve meses y que después pasamos inevitablemente al estado de nacidos y ahí la iglesia ya no ayuda, sino al contrario. El resumen es que, tal como están las cosas, si se creen que dando puntos a los fetos van a estimular la natalidad van listos; porque los fetos pueden dar puntos, pero en cambio los niños no van a tener de nada: ni guarderías, ni escuela pública y gratuita, ni ayudas para comedor, ni becas, y tampoco van a poder ir a la universidad a no ser que nazcan en familias ricas. No es que yo esté en contra de los niños, al contrario, me parece un escándalo la terrible violencia estructural que este sistema económico, del que el PP es fiel guardián y transmisor,  nos impone a las mujeres para que no podamos tener todos los hijos que nos gustaría. En todo caso lo mejor es saber la verdad: que después de las reclamaciones de ayuda al feto, viene la vida real y en la vida real los niños y las niñas son abandonados a su suerte o, mejor dicho, a la suerte (o mala suerte) de la familia en la que nacen.

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