La policía, por su parte, peinaría periódicamente los edificios de las ciudades para desenmascarar a los matrimonios camuflados bajo la apariencia de bufetes jurídicos o dúos musicales. Los ciudadanos de bien denunciarían cualquier indicio de agrupación familiar que observaran en su entorno. "Señor comisario, en el piso de abajo vive un cuñado". "¿Un cuñado? Eso indica algún tipo de actividad familiar. ¿Ha visto algo más?" "Creo que un yerno y una suegra, quizá una nuera, no estoy seguro". "Déme la dirección que enviamos un coche patrulla a todo gas".
Imaginen ahora la noticia del periódico: "La policía descubre en un sótano una familia de siete miembros. Y van cinco en dos meses. La subversión no descansa". Pero esto no sucede en la realidad. Ni siquiera en la ficción, aunque sería un excelente material para una comedia de enredo. Sin embargo, según la Conferencia Episcopal y su brazo político, el PP, la familia está seriamente perseguida y a punto de desaparecer. Suena raro, porque aquí se casan hasta los que están en contra del matrimonio, y lo hacen por la Iglesia, aunque no crean en Dios, porque queda más bonito.
¿De qué persecución hablan entonces? ¿Ustedes saben de alguien a quien se le haya prohibido casarse y tener hijos? ¿Han visto a alguna familia detenida en las dependencias policiales por reunirse a comer paella los domingos? ¿Acaso están las cárceles llenas de abuelos, hijos o nietos acusados de ser abuelos, hijos o nietos? ¿Se han vuelto locos los obispos y el PP? Es todo un desatino. Pero, ya puestos a hablar de persecuciones, tendríamos que mencionar aquélla a la que han sido sometidos, desde hace siglos, los homosexuales. Y por parte de la Iglesia y de los parientes del PP, para decirlo todo. Si alguien se merece una manifestación de apoyo, en fin, son estas personas que, paradójicamente, sólo quieren formar una familia. ¿Pero no se trataba de eso?