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La exhumación de Franco, ¿fin del nacionalcatolicismo?

Ilustración de María Titos para El Periódico

Para conseguirlo es necesario revisar los artículos 16.3 y 27.3 de la Constitución, denunciar los Acuerdos de 1979 y 1992, elaborar una nueva ley de libertad de conciencia y un estatuto de laicidad, eliminar la enseñanza confesional de la religión, suprimir la asignación tributaria a la Iglesia, etcétera.

Con la exhumación de los restos de Franco de la Basílica del Valle de los Caídos ¿llegará a su fin el nacionalcatolicismo? Empiezo por reconocer mi escepticismo al respecto y tengo mis razones. El nacionalcatolicismo ha sobrevivido al franquismo, a la muerte del dictador, a la Constitución de 1978, a la Transición y a la consolidación del sistema democrático, a la Ley de Memoria Histórica, a la Monarquía y a todos sus gobiernos, bien fueran de derechas, de izquierdas o de centro. Se ha mantenido incólume con pequeños revoques de fachada y ha resistido todos los cambios producidos durante los últimos cuarenta años con el apoyo de los diferentes poderes del Estado. En los conflictos del Estado con la jerarquía católica española, esta ha salido con frecuencia vencedora. El poder religioso ha conseguido doblegar al poder político en numerosas ocasiones.

La mejor manifestación de la supervivencia del nacionalcatolicismo sido la permanencia, durante casi medio siglo, del ‘santo sepulcro‘ del dictador en el Valle de los Caídos, monumento del Estado, lugar sagrado del catolicismo patrio, espacio de exaltación del franquismo, lugar de peregrinaje de los nostálgicos de la dictadura y símbolo arquitectónico por excelencia del régimen nacionalcatólico. En la basílica se le han rendido honores políticos, religiosos y militares, como si de un creyente dechado de virtudes evangélicas, de un político ejemplar y de un militar demócrata se tratara, cuando fue un católico que desobedeció al papa Pablo VI cuando le pidió clemencia para que detuviera las ejecuciones de cinco condenados a muerte y se opuso a la reforma del Concilio Vaticano II; cuando fue un militar golpista contra la República y un dictador irredento.

Durante cuatro años de gobierno de UCD, 21 de gobierno socialista y 15 del PP no se planteó ninguna iniciativa eficaz para sacarlo del Valle de los Caídos. Allí lo mantuvieron Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Todos ellos fueron rehenes de la Iglesia católica, alegando fidelidad al texto constitucional y a los Acuerdos de 1979.

El nacionalcatolicismo conserva su huella en la Constitución de 1978, que no comienza, es verdad, con la invocación del nombre de Dios o de la Santísima Trinidad como muchas de las Constituciones españolas del siglo XIX, pero incurre en una contradicción manifiesta en el artículo 16.3, al afirmar que “ninguna confesión tendrá carácter estatal” para, a renglón seguido, colocar a la Iglesia católica en un lugar de honor, citándola expresamente y destacándola sobre “las demás confesiones”: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”.

Concordato encubierto

¿Tuvo algún efecto favorable a la Iglesia católica dicha referencia? Por supuesto. Solo una semana después de entrar en vigor la Constitución, el ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno Español, Marcelino Mayor Oreja, y el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Jean Villot, firmaban ¡en el Vaticano!, los cuatro Acuerdos: Jurídico, Económico, sobre Enseñanza y Asuntos Culturales y sobre Asistencia Religiosa a los católicos de las Fuerzas Armadas.

Se trata, en realidad, de un Concordato encubierto, todavía vigente, que ninguno de los gobiernos ha logrado denunciar. Todo lo contrario, en terreno económico, por ejemplo, durante el gobierno de Rodríguez Zapatero, se incrementó la asignación tributaria concedida solamente a la jerarquía católica en la declaración de la renta, del 0,52% al 0,7%, en contra del principio de igualdad de todas las religiones ante la Ley.

La exhumación de Franco es un paso importante, obligado, necesario. Pero hay que responder también, con la mayor celeridad posible, a las demandas de exhumación de quienes tienen enterrados a sus familiares bajo la tumba del dictador, símbolo de la opresión que ha seguido ejerciendo incluso después de muerto.

Vuelvo a la pregunta con que comenzaba este artículo: con la exhumación de Franco, ¿el nacionalcatolicismo español ha tocado a su fin? Ese es mi deseo y el de muchos ciudadanos y ciudadanas. Pero mucho me temo que va para largo. Para conseguirlo es necesario revisar los artículos 16.3 y 27.3 de la Constitución, denunciar los Acuerdos de 1979 y 1992, elaborar una nueva ley de libertad de conciencia y un estatuto de laicidad, eliminar la enseñanza confesional de la religión, suprimir la asignación tributaria a la Iglesia, etcétera. ¿Se atreverá a hacerlo el PSOE si consigue gobernar tras el 10 de noviembre?

Juan José Tamayo

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