Suena contraintuitivo, pero Arnoldo Kraus cree que llega un momento en el que la inclinación de un médico debería ser ayudar a morir a un paciente.
El médico y escritor mexicano tiene 72 años, lleva más de 40 atendiendo pacientes y más de 30 publicando libros.
En su doble oficio, como le gusta describirlo, se ha ocupado de un tema del que no suele ser fácil hablar ni siquiera para un médico: la muerte.
Pero no solo ha reflexionado sobre el misterio que esconde el final de la vida humana, sino que se ha acercado a las discusiones que atañen a la bioética. En sus escritos, Kraus aborda debates complejos como la despenalización de la eutanasia, el suicidio asistido y la tecnología que prolonga la vida, entre otros.
Puede decirse entonces que es un médico que insiste en hablar y en poner en práctica temas que en muchas culturas siguen siendo un tabú.
Kraus se ha declarado laico y defensor de la autonomía de las personas, y consideraun privilegio poder ayudar a morir a quien lo solicita.
Este médico que tiene dos postgrados, uno en medicina interna y otro en inmunología y reumatología, ha publicado alrededor de 3.000 artículos y 15 libros.
Su última publicación, Adiós a Glinka, es un cuento infantil en el que una familia con dos hijas pequeñas se enfrenta al triste duelo de su mascota, una tierna perrita que murió de vieja. El título del libro es un homenaje a una mascota que el mismo Kraus tuvo y el cuento es una excusa para hablar de la muerte durante la infancia.
Actualmente Kraus promociona ese libro, dicta clases de bioética, escribe columnas de opinión e imparte charlas en auditorios. Todo eso mientras sigue atendiendo pacientes en su consultorio en Ciudad de México, desde donde conversó con BBC Mundo.
¿Cómo llegó tu interés por la muerte y nuestra relación con ella?
Cuando estudié nutrición tuve un maestro que era realmente un sabio. Era un médico con un gran conocimiento filosófico y humano de la vida. Me fui interesando en el tema gracias a este maestro.
Y en el devenir de mi ejercicio médico entendí que era muy importante abrir la veta de morir con dignidad. Aunque la muerte es un tema universal, a los médicos nos incumbe mucho.
Conforme fui envejeciendo, fui entendiendo que hay que estar más cerca del paciente en decisiones cruciales como el bien morir, me fui acercando mucho a la bioética. La ética médica pertenece a la bioética y de ahí que el 40% de mis escritos tengan que ver con ayudar a morir y con la idea que uno tiene de la posibilidad de adueñarse de uno mismo.
Siendo médico, ¿cómo entiendes tu papel en ese proceso de ayudar a morir?
La muerte nos pertenece a todos. Se ve por ejemplo en el cine, se encuentran grandes películas que invitan a pensar en el tema de la muerte y la obligación de ayudar a morir. Yo hablo de la obligación de ayudar a morir porque para mí el punto más alto de la relación entre un médico y un paciente, y esto puede molestarle mucho a la gente, es ayudar a morir.
Y puede sonar contraintuitivo porque la creencia popular es que el médico se dedica a preservar la vida. Quien está enfermo busca al médico para que le cure o para que su vida deje de estar en peligro. ¿Cómo ves esa creencia sobre el deber o la obligación del médico?
Más que deber es una inclinación que debe tener el médico de acompañar. Esa es una palabra muy importante. Acompañar a quien va a morir y a sus seres queridos es realmente un privilegio.
Por supuesto que esto choca con todas las religiones. En la religión católica se dice que Dios da la vida y solo él tiene derecho de quitarla. Argumento con el cual estoy en desacuerdo: yo me declaro una persona laica que privilegia la autonomía del ser humano.
¿Y cómo es que me acerco a eso como un deber? Tendría que reflexionar sobre una oración que citamos médicos y no médicos y que supuestamente la dijo Hipócrates, aunque luego se ha dicho que no fue el. Hipócrates es uno de los padres de la medicina y se cree que decía “ante todo no dañar”.
Para mí implica, hablando del tema de la muerte, evitar el sufrimiento, evitar una estancia prolongada en hospitales, evitar infundir esperanzas inadecuadas a enfermos, evitar gastos innecesarios, privilegiar la muerte digna con un final adecuado después de que se ha sufrido y de que no hay ya puertas abiertas.
Y que la esperanza, que estoy de acuerdo en que es lo último que debemos perder, se convierta en una esperanza para despedirse con la cabeza en alto del mundo y de los familiares. Esto más que un deber, es una inclinación que tienen algunos médicos, no es una materia que se enseñe en la escuela, no se enseña a ayudar a morir.
Y ¿no es justamente un problema para los pacientes que las facultades de medicina no preparen a sus estudiantes sobre el tema de la muerte?
No conozco los programas de medicina de la mayoría de los países del mundo, pero sí te puedo asegurar que son pocos los que imparten muchos cursos de ética médica. Para mí, debería ser una materia que se imparta desde el primer semestre hasta que acabas tu residencia, es decir 13 o 14 años después.
Pero no se hace porque no es una materia redituable en lo económico y no hay médicos que se dediquen exclusivamente a ese tema.
Ojalá hubiese cursos de ética médica siempre porque ese podría ser el camino para no privilegiar tanto el ascenso de la tecnología, del doctor Google, del poder horrible de las compañías farmacéuticas y del poder execrable de los seguros médicos que deciden qué hacer o qué no hacer.
¿A qué te refieres con el doctor Google? ¿Cuál es tu percepción de la tecnología?
La medicina se encuentra amenazada por muchísimos factores, sobre todo la tecnología, las compañías de seguros y las compañías farmacéuticas.
A todos mis pacientes les digo que no lean al doctor Google. Yo estudié mucho más que el doctor Google, pero todos llegan con información que sacaron de sus páginas, muchas veces inadecuada. Además, cuando lees como enfermo lees mal porque tienes miedo, tienes incertidumbre y absorbes mal la información.
Yo aprecio la tecnología, pero también la detesto en medicina porque para mí el encuentro entre médico y paciente es cara a cara. Es tocar, es mirar, más que toda la aparatología que está entre el paciente y el médico y que desplaza la figura del médico porque los aparatos no hablan.
Lo que más les interesa a los pacientes es que los escuchen. Cuando yo escucho pacientes internados en salas de terapia intensiva que saben que están graves y dicen: “Más que prolongar mi vida están prolongando mi muerte”. Esas pocas palabras resumen el exceso de tecnología, el poco apego de los médicos para ayudar a morir con dignidad, que es un acto que sí que debería competer al médico.
Aunque claro, existe también la objeción de conciencia. Muchos médicos no lo hacen, sobre todo por cuestiones religiosas, porque su objeción de conciencia se los impide.
¿Cuáles son esos obstáculos que hacen más difícil poner el tema de la muerte digna sobre la mesa?
En los países religiosos el obstáculo es la religión. Se cree que Dios te da la vida y Dios te quita la vida. Eso ocurre en toda América Latina.
Hoy en día, hablando en 2024, solo hay ocho o quizás nueve países en el mundo que tienen aprobada la eutanasia.
El principal obstáculo, entonces, es ver la imposibilidad de que se legalice la eutanasia por cuestiones religiosas, políticas e incluso económicas. Y al lado de eso están los hospitales, las compañías farmacéuticas que les interesa mantener con vida a los enfermos, aunque la vida ya no sea una vida digna.
Y ¿por qué crees que nos cuesta tanto hablar de la muerte?
Ese es un problema occidental. Quizás la gente recuerde que China invadió el Tíbet en los años 50 y expulsó mucha población de sus hogares. Lo que más les chocó a los monjes tibetanos cuando llegaron a occidente fue encontrar que no se hablaba de la muerte. Era tabú hablar de la muerte, cuando para ellos era la continuidad de la vida, era lo normal y era parte del diálogo que había en casa, en la escuela.
Y no quiero decir que si tú reflexionas sobre tu muerte vas a tener una vida mejor, pero sí que si lo haces a tiempo, quizás tengas una conciencia diferente del cómo vivir y para qué vivir.
A mí me gusta que haya una relación empática entre enfermo y médico, una relación en donde ellos me escuchen y yo los escuche a ellos, así se van creando complicidades, amistades, lealtades. Eso debe ser parte de una consulta médica.
En ese orden el principal obstáculo son los médicos a los que no les interesa hablar del tema. Para ellos es más interesante y más rentable hacer una endoscopia o hacer cualquier cirugía y no dedicar tiempo para hablar, para preguntar por ejemplo: «¿Qué esperas tú como paciente cuando llegue el momento en que tengas una enfermedad degenerativa para la que no haya solución?»
Cuando vas haciendo relación con tus pacientes y ves a un enfermo de 30, 40 o 45 años, le sugieres que haga un testamento vital o instrucciones anticipadas, que es como se les llama ahora, en donde diga: «Yo, Arnoldo, si me sucede A, B o C no quiero que se me lleve a unidades de terapia intensiva. Yo dejo el nombre de dos o tres personas que se encargarán de decidir por mí y ellos saben lo que yo he solicitado, hasta dónde quiero llegar».
Todo eso se puede hacer cuando hay un buen diálogo entre médico y paciente.
Otro concepto en el que haces énfasis es el de prolongar la muerte…
Ese es uno de los grandes debates y de las grandes tragedias humanas. Los médicos sabemos cuándo empezar, pero difícilmente sabemos cuándo parar.
Al cirujano le das un bisturí, lo tiene en la mano y lo quiere usar. Y el médico que calcula microgramos en las unidades de terapia intensiva piensa que hay que dar una oportunidad. Un día más, otro día más y otro día más, cuando muchas veces ya se sabe que después de lo que se llama un máximo esfuerzo terapéutico, es decir, que ya se hizo todo lo que se puede hacer, lo más probable es que el enfermo muera.
Si el paciente tiene dinero, puedes mantenerlo en salas de terapia intensiva por meses ya sin ningún propósito adecuado. Ahí lo que se hace es medicalizar la muerte, prolongar un sufrimiento innecesario, prolongar el tiempo cuando más o menos puedes predecir que no tiene sentido seguir.
La medicina, por supuesto, no es una ciencia exacta. Uno más uno en medicina no siempre es dos, pero con la experiencia y con la suma de cabezas, uno debe saber cuándo seguir y cuándo parar.
Ahí entra en juego un tema muy complejo que es el de los recursos limitados, por ejemplo la falta de dinero de un paciente o la falta de camas en un hospital que terminan afectando también la manera como mueren las personas.
Bueno, ahí obviamente hay que dividir a la población entre quienes tienen capacidad económica y quienes no tienen capacidad económica. He dicho más de una vez, y a la gente quizás no le gusta, que el tema de la eutanasia es un tema de clase social. Los pobres no pueden pensar en la eutanasia porque se mueren antes o se mueren en unidades muy mal equipadas. Eso se puede llamar eutanasia social.
Pero es un problema que va más allá y tiene que ver con el consumo de recursos que a su vez tiene que ver con la ética. ¿Los recursos médicos en el mundo alcanzan, son suficientes? La respuesta es no, por supuesto que no. Y en un mundo superpoblado como el nuestro, menos.
Y preguntarán entonces de qué sirve tanto conocimiento y de qué sirven tantos medicamentos si no los podemos distribuir adecuadamente. Ahí regresamos al tema de la ética médica. Hay que hablar de distribución de recursos, de justicia, de priorizar el conocimiento en lugares donde la gente muere por malaria, por disentería. Hemos batido el récord triste de tener 50 millones de connacionales en México sin ningún seguro médico. Una verdadera tragedia.
En los últimos años se han conocido casos de personas en Colombia, Perú y Ecuador que estando enfermas han luchado públicamente para que se les ayude a morir. ¿Cómo ves el panorama para ellas?
Sí, hay tres casos de mujeres y uno de un hombre que han sonado bastante, pero quién sabe cuántos no alcanzan a llegar a la prensa.
La cuestión política en Perú y en Ecuador con respecto al tema de ayudar a morir creo que es muy pobre. Esto debería partir de los sistemas de salud, pero la sociedad se mueve más rápido que los sistemas de salud.
Colombia es el único país latinoamericano que ha legalizado el tema, si mal no recuerdo. Desde 1997 despenalizó la eutanasia y en 2022 el suicidio médicamente asistido, pero se han llevado a cabo muy pocos casos de eutanasia allí.
Y lo que sucede es que no se habla, no se discute y no hay debates públicos. Es necesario que la gente sepa que puede adueñarse de su vida. Incluso la gente religiosa tiene el derecho de adueñarse de su vida.
¿Qué le dirías a esas personas religiosas que temen a apoyar la eutanasia?
Alguna vez leí un artículo muy interesante que se llama “Dios del sufrimiento” de Peter Singer. Él usó irónicamente ese título. Yo lo retomo para decirle a los enfermos muy religiosos y a los ministros religiosos que yo no siento que Dios tenga el deseo de que la gente sufra, no siento que quien sufra va a ir más rápido al cielo y no siento que hay que entregarse al sufrimiento para entregarse a Dios.
Todo eso debe cambiar y no está cambiando. Y al no estar cambiando imagino que iglesias, sinagogas, etcétera, cada vez tienen menos feligreses. Siempre digo que en la Biblia, en los siete días de la creación, Dios fue cambiando, fue transformándose, fue haciéndose diferente, entonces ¿por qué las religiones no lo hacen también?
No creo que haya que esperar a que un enfermo muy enfermo fallezca meses después en condiciones terribles de falta de dignidad, para que la familia diga “por fin”. Ese «por fin» hay que adelantarlo, hay que hacer una fiesta de despedida, como sucede en la película «Las Invasiones Bárbaras» que les recomiendo ver.
Esto puede cambiar sobre todo por el llamado de las personas que piden ayuda para morir, como las de Colombia, Perú y Ecuador. Y debe haber más, muchas más.
Estás acostumbrado a abordar temas muy complejos, que generan polémica, y sin embargo tu libro más reciente es un cuento infantil en el que se habla de la muerte de una mascota. ¿A quién está dirigido?
Bueno, ese pequeño libro que está magistralmente ilustrado por Alejandro Magallanes, está dirigido a padres para que se lo lean a sus hijos de nueve, diez, once años para sensibilizarlos ante la normalidad del fenómeno de la muerte, a través del amor que tuvo una familia hacia su perra Glinka. Tiene ese nombre porque así se llama una perra mía.
Al enterrar a Glinka, la familia del cuento decide ponerle su apellido en la lápida, es un momento en el que todos lloran. Las niñas dueñas de Glinka no admiten su muerte, pero lo van entendiendo, lo van comprendiendo.
¿Y tú cómo imaginas o planeas tu propia muerte, lo has hablado con tu familia?
Cuando era joven me gustaba muchísimo y era más fácil responder esa pregunta. Yo estoy sano y el plan que voy a llevar a cabo es que cuando prevalezca la enfermedad y cuando resulte algo que sea insalvable, pediré ayuda para morir.
No sé si me suicide, pero sí sé que pediré ayuda y es algo que he platicado con mi familia. No les gusta este tema, pero espero tener la dignidad y la certeza de hacerlo porque he hablado mucho de eso y por puro amor propio debo hacerlo. Espero poder avisar unos días antes.