Las siguientes capturas muestran que esta envidia de la violencia se manifiesta en comentarios anónimos, pero también en columnistas, directores y editoriales de medios de comunicación que no sienten vergüenza de sus oscuros deseos. Es una búsqueda que cualquiera puede hacer, con muchosresultados parecidos, y que he limitado a unos casos nada más.
Aunque sería igualmente reprobable, solo habría un caso en que el lema “atrévete con los musulmanes” podría tener cierta coherencia. Sería el caso de quienes se han atrevido precisamente a criticar y mofarse del islam. Aquellos que de manera valiente, o temeraria, han puesto su vida en peligro, con caricaturas, libros, etc. Ellos serían los únicos moralmente legitimados para pedir que otros hicieran lo mismo que ellos, los únicos legitimados para ser jueces en un hipotético concurso de valientes… y aún así, la heroicidad siempre es encomiable pero no exigible. Desearle la muerte a alguien por abrir la boca es propio de fanáticos.
Así que, aunque los envidiosos del terrorismo islamista no quisieran en realidad matar a nadie, y se arrepintieran de cualquier muerte que se derivasen de sus deseos si estos se hicieran realidad,… aún en ese caso, vemos con claridad que los irresponsables y los cobardes son precisamente ellos, los que animan a otros a mofarse del islam.
Si por “golpe” entendemos un golpe proporcional lo cierto es que los cristianos sí lo devuelven: ante un supuesto delito, denuncian por lo penal amparándose en un delito creado específicamente para proteger sus ideas por encima de las demás, aunque como el tipo penal está en desuso, los jueces nunca lo aplican y los religiosos siempre pierden los pleitos. Es el procedimiento habitual en los Estados de Derecho. Pero este no es el tipo de respuesta que analizamos ahora, sino el caso en que lejos de demandar la aplicación de la ley, se apela a un castigo desproporcional: ante un ofensa de palabra se apela a un castigo mortal, una ejecución absolutamente ilegal.
Afortunadamente la mayoría de los cristianos se niegan a ser tan salvajes como esos seguidores de Alá. Pero los que piensan que se debería “devolver el golpe” poniendo bombas, alardean de una moral muy distorsionada. Si negarse a poner la otra mejilla implicase volverse un terrorista, ¿qué clase de mensaje moral estamos dando? ¿Qué clase de envidia totalitaria es esa?
La Iglesia honraba a Franco bajo palio. |
La sátira con la que se enfrenta la Iglesia es en buena parte producto de toda esa dialéctica agresora. Es normal que, acostumbrada tantos siglos a ser intocable, todavía pretenda hoy quedar exenta de la crítica. Mientras la mayoría de los creyentes se vuelven más flexibles y liberales, y comparten cierto sentido del humor con respecto a sus tradiciones religiosas, la Iglesia y sus puristas se rompen en pequeños trocitos cada vez que uno se ríe de sus dogmas.
Pero estoy de acuerdo en el principio del que parte la indignación, quien ataca al débil es un cobarde. Cebarse con el moribundo, con el que está hundido, con el que está discriminado requiere una falta de empatía total. Por muy activistas ateos que seamos, sería moralmente reprobable ir a un funeral cristiano a criticar o reírse de las creencias de los familiares del difunto. Eso sería inhumano y canallesco. Hay un lugar y un momento para todo.
En cualquier caso, estos ataques personales que humillan al débil (creyente o no) no son de los que hablamos aquí. En el caso de estas provocaciones tan mediáticas, el objetivo es una idea religiosa, un dogma, un poder, una discriminación, una censura, una negación de la sexualidad, una irracionalidad, un tabú, una sobreprotección, etc… La debilidad de las personas merece empatía, pero la debilidad de una idea, que puede mejorarse o refutarse racionalmente por otras ideas mejores, no merece ninguna consideración especial.
Ninguna burla antirreligiosa de las aquí mencionadas pretende discriminar al creyente. En todo caso, golpear una estructura de poder, y unos dogmas que gozan de una protección jurídica que no se merecen. Sería un disparate pretender discriminar a creyentes en un país mayoritariamente católico, donde el mestizaje con las creencias cristianas está culturalmente imbricado con el resto de la sociedad. Ningún anticlerical pretende que se creen leyes contra sus amigos, familiares o compañeros de trabajo (que por mera estadística serán en su mayoría creyentes). Y si alguien lo pretende, afortunadamente no lo conseguirá. En cambio el machismo y la homofobia, y en algunos casos, el rechazo al progreso científico de la que la Iglesia hace gala, sí tienen capacidad de influencia en el poder político.
Algunos quieren dejar fuera de esa lucha a la religión, arguyendo que la Iglesia es neutral y sus ideas no son ideológicas. Pero la historia demuestra que eso es falso. Y el presente también. En los colegios de hoy en día se ríen de los niños afeminados, no de los creyentes. Las palizas se las pegan a los transexuales, no a los curas. A las que se les prohíbe el sacerdocio es a las mujeres, no a los hombres. A las que se quiere encarcelar son a las mujeres que abortan, no a los curas pedófilos a los que se les ha encubierto hasta donde fue posible. No fue la teología de la liberación la que fue premiada en el Vaticano, sino el Opus Dei. Cuando la Iglesia ha tenido oportunidad de mostrar su apoyo y tomar partido, lo ha hecho por su faceta más conservadora y rancia. La doctrina oficial católica, y todos los que salen airadamente en su defensa cuando se sienten ofendidos, tienen mucho de lo que responder. Algunas ideas son semillas de odio. Si te encoges de hombros cuando germinan y clamas una falsa neutralidad que todo el mundo ha descubierto hace tiempo, la risa y la indignación están aseguradas.
Y actualmente vivimos en una sociedad en donde los prejuicios son alimentados con determinadas ideas que merecen ser denunciadas y rebatidas. Esas ideas no siempre llegan a materializarse en una conducta violenta, pero otras veces sí. Cuando se desea que el islam actúe para defender el cristianismo se está aprobando la violencia, aunque no se apriete el gatillo.
La Iglesia y sus mensajes más retrógrados (no todos lo son) deben poder contrarrestarse sin que nadie se sienta personalmente ofendido. Quien se atreva a defender que la homosexualidad es “inmoral”, “intrínsecamente desordenada” y que constituye una “abominación”, se expone a que denuncien sus creencias como peligrosamente homófobas. Debemos levantar la voz y poner en tela de juicio ideas irracionales, obediencias ciegas, tabúes, mandatos y prohibiciones que consideramos absurdas e inmorales, y que son dañinas para la sociedad.
El humor y la sátira es una manera de desmitificación, pero ¿es la mejor? Debemos preguntarnos muy seriamente si así conseguimos destruir el mito, o hacemos que sus seguidores se hagan más fanáticos. Ese cálculo estratégico debe perseguir un mayor éxito, no molestar cada vez más sin ningún afianzamiento de las ideas racionales. No tiene sentido luchar para terminar ayudando a que el enemigo irracional se cierre cada vez más a ideas más modernas. Pero si la burla consigue una gran difusión y relativizar un dogma a quien todavía no lo tiene asentado, entonces bienvenida sea. La casuística impide ser categórico, todo depende de las circunstancias. La reacción violenta que previsiblemente se pueda generar es un factor a tener en cuenta, pero la indignación hipócrita ciertamente no lo es.
Y en una cosa tiene razón el católico envidioso… tenemos que empezar a luchar también contra las malas ideas que hay dentro del islam. Pero no porque deseemos que alguien corte el cuello a alguien, sino porque lo tenemos más difícil que con el cristianismo y cada vez nos jugamos más. Tenemos que liberarnos de esa corrección política que impone la censura a criticar el islam como a cualquier otra religión. Mientras los musulmanes sean principalmente una minoría de inmigrantes y ciudadanos de segunda clase, el miedo a que nos llamen racistas o xenófobos se debe combatir con grandes dosis de solidaridad con los más vulnerables. Esa parte débil de la sociedad puede entender la crítica religiosa como un rechazo al extranjero. “El manual de cómo seguir siendo ateo y no parecer (ni ser) xenófobo” se redactó con una fuerte empatía hacia las minorías marginadas, pero negando con la misma vehemencia que la religión islámica sea un ejemplo moral exento de graves errores y responsabilidades. Ni por pena, ni por solidaridad, ni por temor a ofender podemos dar un paso atrás. Las religiones tienen que enfrentarse a sus errores y a la libertad que nos hemos ganado a criticarlas sin que se escuden en particularidades personales.
Simplificando mucho la cuestión, los radicales son los que hacen uso de la violencia, mientras que los moderados no. Entonces la típica objeción al antiteísta es ¿y por qué no dejar en paz a los moderados? La respuesta más concisa es que el ateísmo es algo más que oponerse a los radicales. ¿Qué mérito intelectual tendría oponerse a la existencia de dios solo si se mata en nombre de él? Los moderados siguen teniendo esa potencialidad que sus creencias han demostrado tener, y es lógico si se basan en los mismos textos. Son los moderados los que tampoco aceptan las mismas burlas que aceptamos los demás, aunque no reaccionen violentamente. De hecho, son los moderados islámicos los que han advertido que la comunidad musulmana no aguantaría determinadas bromas, como un aviso a navegantes, igualándose así a los católicos envidiosos de la violencia islamista.
Si por “dejarlos en paz” queremos decir no perseguirlos, ni quitarles derechos, ni bombardearlos, efectivamente hay que dejarlos en paz. Pero si “dejarlos en paz” significa dejar de expresar nuestras ideas, y confrontarlas con las suyas cada vez que suelten su credo en los medios de comunicación, entonces no hay que dejarlos en paz. Si ellos pueden evangelizar y querer legítimamente cada vez más adeptos, los ateos supongo que podremos hacer lo mismo para nuestra causa.
Por muchas bondades, consuelos e inspiraciones que la religión pueda generar, también tiene otra faceta conservadora y potencialmente tiránica. Moderados y radicales se niegan a reformar sus textos porque los consideran sagrados, unos se agarran a los pasajes más humanitarios y otros se centran en los más intolerantes. Ambas verdades coexisten en los mismos textos, pero si no fuesen “palabra de dios” se podrían reformar.
Algunos dicen que la reforma es innecesaria, que todo se debe a malinterpretaciones… ¿qué mejor forma de evitar una malinterpretación sino hacer el texto más claro, más unívoco? Ningún libro de texto escolar que tuviese un mandato de odio o ensalzase matanzas obtendría la aprobación de las autoridades educativas; por mucho que en otras páginas del mismo libro se dijeran cosas loables sobre la tolerancia y hubiese ejemplos de humanitarismo. Extirpando los errores se mejoran las ideas. Es la cualidad sacrosanta la que impide esa mejora de la religión.
Por eso la idea que, en última instancia, deberíamos derribar es esa infalibilidad. Pero es una idea tan abrumadoramente mayoritaria en todo el mundo, que la única forma de avanzar es apoyando a los moderados y aislando a los radicales. Sam Harris lo describe muy bien en este vídeo.
Y no se trata solamente de una estrategia. Dentro de los moderados hay personas con un fuerte compromiso de abnegación y ayuda a los demás que merecen ser honrados, independientemente de sus motivaciones. A estos héroes silenciosos normalmente les resbalan las burlas antirreligiosas,porque su lucha está en la calle, en acciones más inminentes y asuntos menos teológicos. Sin embargo hay otros que siendo moderados también, puesto que no usan el terrorismo, sí que envidian a quien lo usa.
En resumen, que la moderación religiosa, es decir, no usar la violencia, es un objetivo muy poco ambicioso que debemos superar. La moderación en general puede ser una virtud, pero creer en inmoralidades e irracionalidades de manera moderada, no deja de ser algo inmoral e irracional, además de potencialmente peligroso. Apoyar la moderación de una idea que no compartes es el medio para un fin mayor. Una vez que se haya derrotado a los radicales, la religión estará madura para enfrentarse a la razón… y el incremento de descreencia que hay en las sociedades modernas nos indica que no habrá que esforzarse demasiado para que las ideas religiosas sean abandonadas voluntariamente.
Ampliación en https://000024.org/religions_tree/religions_tree_4.orig.html |
El árbol de la religión tiene ramas sanas y venenosas, y tanto el cristianismo como el islamtiene frutos en ambas ramas, pero lo cierto es que hoy en día mueren muchas más personas envenenadas por frutos islámicos que cristianos. Si no podemos modificar genéticamente la savia, para eliminar de raíz su venenosa potencialidad y hacer que todos los frutos sean sanos, al menos deberíamos apoyar que los más sanos maduren antes, y el resto se sequen.
Los ateos deberíamos empatizar, apoyar y felicitar a los musulmanes que se enfrentan a sus radicales, porque están librando una batalla que ni nosotros nos atrevemos a librar, y que además, nunca podríamos ganar siendo infieles. Del resultado de esa batalla dependerá que podamos hablar con alguien que escucha, o al menos, no dispara. Tenemos que ayudar a que incluso el islam moderado alcance la madurez del cristianismo, y que asuma mayoritariamente que tiene que convivir con las críticas a su religión. Una vez hayamos acabado con los frutos venenosos de todas las religiones, solo tendremos que esperar a que el resto caiga por su propio peso.