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Lluís Companys, en un cartel del Comissariat de Propaganda de la Generalitat.

La deuda de la Iglesia catalana con Lluís Companys

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Aún está pendiente el reconocimiento del esfuerzo del ‘president’ por salvar vidas de religiosos perseguidos en 1936.

El comité de Monistrol, al pie de la montaña, se mostró como uno de los más activos, acechando a la comunidad benedictina. El abad Marcet pidió auxilio a la Generalitat mientras evacuaba al conjunto de la comunidad, entonces formada por cerca de 200 personas. Entre ellas, Josep Benet, que entonces era ‘escolanet’ y luego sería uno de los grandes historiadores del país, además cabeza de cartel del PSUC en las elecciones de 1980.

Las patrullas de control impusieron su ley tras el golpe de estado de 18 de julio de 1936, al margen de la legalidad republicana. A menudo se ha querido contar que fueron las huestes de la CNT quienes derrotaron a los militares sublevados en las calles de Barcelona. Sin desmerecer la resistencia obrera, quienes hicieron frente a los sublevados fueron las fuerzas del orden al servicio de la Generalitat. Mossos d’Esquadra, Guardias de Asalto y la mismísima Guardia Civil, que padecieron el grueso de las víctimas y quedaron así diezmados.

El padre Hilari Raguer no era un nombre propio de la ortodoxia montserratina. Siempre fue un díscolo que no dudó en expresar su opinión ante temas incómodos para la misma Iglesia, su querido monasterio e incluso su fraternal comunidad. Por eso también puso objeciones a los argumentos con los que la Iglesia canonizó en 2012 a sus hermanos. No los mataron por el Cristo, vino a decir, asumiendo la polémica tesis del canónigo Cardó.

El padre Hilari no dejó de aportar pruebas para corroborar que Companys hizo todo lo que estuvo en sus manos por salvar vidas. Incluso reprochó a su admirado cardenal Vidal i Barraquer (siempre leal a la República) que hubiera faltado a la verdad cuando atribuyó a “la divina providencia” su rescate ‘in extremis’ tras ser capturado por el comité de Montblanc. El padre Hilari apostillaba con sorna que además de la “divina providencia” fue determinante la intervención de Companys, que exigió le fuera entregado el cardenal. 

El mismísimo cardenal Gomà, antagonista de Vidal i Barraquer, reconoció que Companys, “Dios se lo tenga en cuenta”, salvó la vida de incontables personas, aunque pretendió que solo de los afectos a la República. Lo que desmintió tajante el padre Hilari, recordando que el ‘president’ salvó al franquista obispo de Tortosa. O al obispo Cartañá de Girona, beligerante defensor de la cruzada nacional. Pero es que Companys, como recordava el monje benedictino, incluso salvó -entre muchos otros- al padre del general franquista Emilio Mola mientras Franco mandaba fusilar en Burgos al católico Carrasco i Formiguera. 

La figura de Lluís Companys, único presidente europeo asesinado por el fascismo, sigue mancillada. Tampoco las izquierdas han repuesto como se debiera su buen nombre pese a las leyes de memoria histórica. Si los gobiernos de España no le han hecho justicia, mucho menos la Iglesia española que apoyó el franquismo y bendeció la guerra. Pero es que tampoco la Iglesia catalana.

Por eso el padre Hilari, muerto en 2020, reclamó públicamente a la Iglesia catalana un gesto diáfano. Para Raguer “lo más digno de destacar (de Companys) es su sensibilidad e incluso simpatía por ese sector de la Iglesia catalana más abierto que rompía con la tradicional identificación de la Iglesia con las derechas, como las gentes de Unió Democràtica”. En una conferencia en 2015, organizada por el Centre d’Estudis Contemporanis y el Institut d’Estudis Catalans, el padre Hilari remachó el clavo: “Sintiéndolo mucho, tengo que decir que la Iglesia -y en particular la catalana- está en deuda con Lluís Companys porqué aún no ha reconocido ni agradecido sus esfuerzos humanitarios en tiempos de terror del verano de 1936”.

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