Ridiculizaba con razón Gonzalo Puente Ojea en el que fue su último libro (La Cruz y la Corona, Txalaparta), a los monárquicos que querían ver en la estrategia política de Recaredo el origen de los dos elementos (él los llamaba ‘hipotecas’) que mejor definían lo español: la religión católica y la monarquía hereditaria. “Desde el comienzo mismo de su reinado, Recaredo se convirtió, en efecto, a la fe católica y llevó al culto de la verdadera fe a toda la nación gótica, borrando así la mancha de un error enraizado”, escribió San Isidoro de Sevilla en Las historias de los godos, vándalos y suevos (editado por el CSIC), en referencia a la prohibición del culto arriano y la investidura del monarca como la única figura capaz de garantizar la paz entre los distintos reinos que se habían configurado en la Península.
Sin embargo, ver en aquel logro, fechado en el año 587 y cuyo mejor vestigio artístico es el Tesoro de Guarrazar, en especial las coronas de oro y piedras preciosas adornadas con cruces, el origen de nuestro actual sistema político, es un clamoroso error histórico, como ha señalado en más de una ocasión Álvarez Junco. También lo es vincular a la actual dinastía reinante, aunque sea solo simbólicamente, con el primer rey de Asturias, Don Pelayo, como se escenificó ayer en Covadonga.
Forma parte de la mitología fundante de nuestro pías, cierto, y las prudentes razones de Estado obligan a no cuestionar una institución que tiene el apoyo de la mayor parte de la ciudadanía, pero políticamente no es posible establecer ninguna continuidad entre los reinos godos o los reinos hispánicos y nuestra monarquía parlamentaria. Y está bien que así sea. La única legitimidad a la que debiera aferrarse Felipe VI y su actual heredera, Doña Leonor, es la que le otorga la Constitución de 1978. Y su único empeño, “guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes”, como dijo el entonces príncipe al jurar la Carta Magna. En todo el territorio. También en Cataluña.
En Dioses útiles (Galaxia Gutenberg), Álvarez Junco concluía que si Cataluña no ha logrado constituirse como Estado, como sí lo consiguió, por ejemplo, Portugal, ha sido por la “falta de apoyos exteriores al proyecto independentista”. Por eso no son inocentes las actuaciones de los poderes judiciales de Bélgica y Alemania en favor de Quim Torra y Carles Puigdemont. El enemigo no son ya los moros que combatió Don Pelayo. Sino nuestros socios de la UE. Ahí debe estar el Rey. No en Covadonga.
Fernando Palmero
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