De origen medieval existía una institución denominada Congregación de las Iglesias de Castilla, que en la época moderna adquirió mayor importancia, precisamente por la necesidad de repartir y administrar los impuestos y rentas que los monarcas comenzaron a pedir a la Iglesia, aunque no puede compararse con la importancia de las Asambleas del Clero de Francia, impregnadas de la versión galicana del poder conciliar. En Castilla estaban vinculadas a los cabildos catedralicios.
Los Reyes Católicos tuvieron que tolerar la existencia de la Congregación mientras duró la Guerra de Granada por sus necesidades económicas, como hemos estudiado, pero después intentaron suprimirla dentro de su política de acusado autoritarismo monárquico. Aunque no desapareció tuvo una vida institucional muy débil coincidiendo con el reinado de Carlos I. Curiosamente, Felipe II revitalizó la Congregación porque necesitaba un organismo que administrase las rentas que exigió a la Iglesia y había conseguido de Roma. Solía reunirse en la catedral de Toledo. Los reyes procuraron controlar este organismo, pero no fue siempre fácil. La Congregación se movió entre la Corona, necesitada siempre de dinero, y el papa, que era quien aprobaba o no los impuestos y subsidios solicitados. No fueron escasos los conflictos entre la misma y los monarcas de la Casa de Austria, y también en su propio seno.


