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¿La caridad es progreso?

Mandela acertó en ver que la pobreza no tiene un origen  en ninguna ley natural, sino en la irracionalidad y el egoísmo humano, y que no se soluciona con la caridad. Sin embargo, falló en llevarlo a la práctica, rompiendo su «irrompible promesa»
Cuando llegan estas fechas de la Navidad sentimos un cierto deber de solidaridad para aquellos que en estos momentos tienen ciertas dificultades, y no solo económicas. Y esto, aunque debiera ser sentido de igual modo en otras fechas y momentos, no está mal. Es común por ello que el sentimiento de la caridad está especialmente presente. Caridad entendida aquí por su acepción más común, la del sentimiento que lleva a las personas a ayudar, dando limosnas o auxilio, a otras personas. Y digo que no está mal si esto lo lleva a cabo uno directamente, es decir, cuando ayuda, repito, directamente, al necesitado, sin la existencia o mediación de terceros. Pues todos sabemos que una sociedad que convierte la caridad en norma, también convierte esta acción en un negocio. Y en vez de resolver el problema, el de la pobreza extrema, la miseria, la perpetúa, ya que esta acción, la de la caridad, sirve de lucro, así mismo como de elemento de control social en una sociedad claramente desigual y claramente injusta.
La Madre Teresa de Calcuta (Agnes Gonxha Bojaxhiu, nacida en  Macedonia), un mito en occidente, aunque no tanto donde tomo su apodo, en Calcuta, 1 expresaba un modo de resignación nada ejemplar para las personas que viven nada dignamente en un exceso de pobreza.
Pienso que es muy hermoso que los pobres acepten su destino, que lo compartan con la pasión de Cristo. Pienso que el sufrimiento de los pobres es de gran ayuda para el mundo. 2
Una apología del sufrimiento y de la vida resignada, para otros, claro, pero no de de la dignidad y el progreso.
Como indicaba antes, el que usted dé su dinero para que otros hagan supuestamente esa caridad puede ser algo cómodo, pero realmente puede no ser muy efectivo, es más, usted puede estar contribuyendo no a ayudar a necesitados, sino a extender todavía más una red de corrupción. Si esas organizaciones a las que usted da dinero son poderosas y en sus cuadros dirigentes están personas con gran poder en la política y en la economía, que tienen por su cargo gran responsabilidad en la desdicha económica de muchas otras personas, entonces usted ya tiene una buena pista de que lo que tiene en frente suya no es precisamente una organización que va a hacer el mundo mejor, sino una que pretende hacernos ver que lo hace mejor, que son dos cosas bien diferentes. Les recomiendo ver este artículo para que analicen si estas organizaciones caritativas, que ustedes seguro conocen, merecen su ayuda, económica o de otro tipo:
Ya alguna vez les he comentado que no es cuestión de hacer algo a toda costa, aunque las intenciones sean buenas, sino que hay que ver en cada momento que lo que se hace tiene un efecto realmente positivo sobre la vida de la gente a la que en verdad va dirigido tal esfuerzo. Porque si con este esfuerzo nuestro no beneficiamos a aquellos que queremos beneficiar, sino a aquellos que utilizando la desgracia ajena se lucran o viven de ello, mejor hubiese sido que no hubiésemos hecho nada, habiendo derrochado tiempo, dinero y recursos en contribuir precisamente a que las cosas sean todavía peor de lo que eran antes.
Este mensaje que les estoy comentando no es catastrofista o desalentador, sino racional; para que analicemos con seriedad y rigor nuestras presuntas buenas acciones y las veamos a la luz de los hechos, no en la oscuridad de los bonitos discursos.
Para llevar a cabo cualquier acción es necesario saber qué se está haciendo. Así, hoy tenemos mucha gente solidaria, pero resulta que toda esta gente de buenas intenciones no está haciendo cosas realmente buenas. En realidad, sin saberlo, está haciendo cosas realmente malas. Vean los cooperantes con las organizaciones «humanitarias» como: Amnistía Internacional, HRW, MSF, etc. Pues estas organizaciones no están en verdad al servicio de la paz y de los derechos humanos, sino para ayudar a la agenda de las corporaciones económicas occidentales, que traen no la paz, sino la guerra, y no la justicia, sino la desigualdad y la explotación. Informémonos primero y luego actuémos, pues para hacer algo mal, en muchos casos mucho mal, es sencillamente mejor no haber hecho nada.

Por el bien de los derechos humanos en Siria, no apoye la campaña de Amnistía Internacional

En este tipo de empresas de caridad y supuesta ayuda muchas veces queremos auxiliar a los «póbrecitos» de África o de otros continentes, sin pararnos a pensar que tal vez ellos no necesitan nuestra ayuda, que lo que realmente necesitan es nuestro respeto.
Imaginen que alguien, por ejemplo de África, no importa el país o si es del sur, del centro o del norte de ese continente, viene a decirle a un europeo, y no digo ya a un estadounidense, que él le puede ayudar a usted y a su país a resolver sus problemas. Que le viene a mostrar cosas que está haciendo mal y puede enseñarle a hacerlos mejor o incluso bien. Lo normal es que el habitante europeo y el norteamericano mostrasen su incredulidad, es más, mostrasen su indignación, o incluso su desprecio, por tal supuesta ayuda. Pues, ¿cómo le va a enseñar a él o ella un africano sobre cómo hacer las cosas en su país? «No son capaces de solucionar sus problemas y vienen aquí a darnos lecciones»,  «¿qué sabe sobre mi país?», serían  respuestas que oiríamos a menudo a este respecto.
Bien, veamos las cosas en sentido contrario, es el estadounidense o el europeo el que va a África a «enseñar», a «resolver» los problemas de los africanos, pues «ellos solos no pueden». ¿Nos hemos parado alguna vez a pensar en tal actitud?, actitud que no solo vemos como normal, sino como digna de elogio.
Presten atención a lo que dice una mujer africana:

Yo pregunté a una joven blanca por qué estaba estudiando antropología social. Ella contestó que estaba esperando ir a Zimbabwe, y sentía que podía ayudar a las mujeres allí aconsejándoles cómo organizarse. Las mujeres africanas del público se quedaron boquiabiertas de asombro. Allí estaba alguien que apenas había pasado la infancia, que solo había comenzado la universidad y que nunca había luchado en una guerra en su vida [en África hay abundantes provocadas por el poder económico occidental, especialmente también en Zimbabwe, un país perseguido por mantenerse económicamente independiente respecto a occidente]. ¡Ella estaba planificando ir a África a enseñar a mujeres veteranas de una lucha de liberación sobre cómo organizarse! Este es el tipo de arrogante, sino actitud absurda, que encontramos repetidamente. Esto le hace pensar a una: mejor los antropólogos de sillón distantes que estas «hermanas». 4

En una labor o trabajo normal, ante un problema como es la misma pobreza, iríamos a sus causas, analizaríamos sus verdaderos orígenes e iríamos a corregir estas  y estos. Corregir los efectos del problema sería una solución de emergencia, no la solución, no el modo principal y definitivo de actuación. ¿Por qué entonces no hacemos esto con el tema de la pobreza? Es una buena pregunta y la respuesta no es muy cómoda. Porque delata que en temas sociales no nos guiamos por criterios no ya de solidaridad y bondad, sino tampoco de racionalidad. Aceptamos la injusticia y el privilegio como inherentes al sistema social y de esta aceptación se derivan los problemas ante los cuales luego nos consternamos.
Tal vez, seguramente, todo empiece por no aceptar la verdadera causa del problema y así lo  que es más racional pueda ser normal, y, de este modo, sin utopías ni sueños, la pobreza quede como una anomalía de un sistema social del pasado.
Por ello, ¿la caridad es progreso? Está claro, viendo ya solo lo que hemos visto, que no lo es. Que el progreso es otra cosa bien diferente, que tiene que ver con que haya primero una base social sólida y racional, y aquí no la hay. Estoy hablando del progreso del conjunto social, no del de una minoría, pues este, que se basa en la explotación de esa mayoría, es una perversión del mismo concepto de progreso, por mucho que lo divulguen los medios de comunicación bajo las órdenes de quienes oprimen al conjunto de la población.
¿Quieren un ejemplo tan sencillo como profundo de progreso comparado con la caridad? Aquí lo tienen:
El dinero debe ser usado probando conceptos que rompan las estructuras y sistemas que han convertido a gran parte del mundo en un vasto mercado. ¿Es realmente progreso el Wi-Fi en cada esquina de las calles? No, es cuando ninguna niña de 13 años en el planeta se vende para sexo. Pero mientras la mayoría de la gente se dé palmadas en la espalda por los actos de caridad, tenemos una máquina de pobreza perpetua. 5
Notas:
1. Aroup Chatterjee. Mother Teresa. The final verdict. Meteor Books. 2012.
2. Sanal Edamaruku. «India has no reason to be grateful with Mother Teresa».  Mukto-Mona.
http://www.mukto-mona.com/Articles/mother_teresa/sanal_ed.htm
3. Julio Reyero. La limosna, esa manzana envenenada. Todo por hacer. 10.12.2013.
4. Cita de Ifi Amadiume. Maximiliam Forte. About those Good Intentions.11.10.2014. Zero Anthropology.
5. Pette Buffett.  The charitable-Industrial complex. New York Times. 26.07.2013.
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