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Kant en el laboratorio. Entrevista a Georg Northoff

Para descubrir los secretos de la conciencia, el libre alberío y el “yo”, Georg Northoff propone una nueva disciplina: la neurofilosofía. Algunos investigadores del cerebro confunden los datos científicos con conceptos filosóficos

GEORG NORTHOFF
Nacido en 1963.
Doctor en Medicina en 1990 por la universidad de Múnich.
Doctor en Filosofía en 1992 por la universidad de Bochum.
Habilitación en Psiquiatría en 1998 por la universidad de Magdeburgo.
Habilitación en Filosofía en 1999 por la universidad de Dusseldorf.
De 2000 a 20003 enseña psiquatría en Harvard.
Desde 2004 es profesor de neuropsiquiatría y director del laboratorio de técnicas de imágenes cerebrales y neurofilosofía en la universidad de Magdeburgo. Trabaja en resonancia magnética funcional aplicada a la investigación de las emociones, neurobiología de las enfermedades psiquiátricas, filosofía analítica de la mente, neurofilosofía y neuroética.

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LA ENTREVISTA

 
– Profesor Northoff, usted se propone establecer la neurofilosofía como una especialidad independiente, allende la filosofía y la investigación cerebral. ¿Para qué?
 
– Los filósofos analizan conceptos, los neurocientíficos experimentan e interpretan los resultados. La neurofilosofía combina conceptos filosóficos -''conciencia'' o ''libertad'', por ejemplo- con datos empíricos de la investigación cerebral. Es una metodología completamente nueva y, por ello, una disciplina científica independiente.
 
– Hay una teoría científica reconocida en física que describe cómo se llega al conocimiento de la realidad mediante hipótesis. Pero no hay una "físico-filosofía". ¿cómo deberá ser una neurofilosofía razonable?
 
– El cerebro es el objeto central de la investigación de los neurocientíficos y, al mismo tiempo, sede de nuestra percepción y nuestro conocimiento. Si bien las neurociencias investigan también nuestras funciones psíquicas superiores -libre albedrío, personalidad, yo, identidad, conciencia-, se mantienen en la perspectiva de las ciencias naturales. La neoroinvestigación cognitiva trata de relacionar los qualia -nuestras vivencias subjetivas- con estructuras neuronales objetivas. La neurofilosofía, en cambio, conecta la perspectiva objetiva y la subjetiva en lo tocante al cerebro y lo considera no sólo desde un punto de vista empírico, sino también epistemológico y ontológico. Ya Schopenhauer indicó la peculiaridad exclusiva del cerebro como objeto y sujeto de la ciencia.
 
– Pero el concepto de ''neurofilosofía'' no aparece explícitamente hasta 1986, avanzado por Patricia Churchland.
 
– Esa filósofa canadiense no se limitó a acuñar el término. Dio un matiz especial al concepto, a fin de apoyar un materialismo radical; en coherencia, las neurociencias reemplazaban a la filosofía, que ya no tenía derecho a una existencia independiente. En su enfoque, la neurofilosofía representa sólo un fenómeno transitorio, antes de terminar por disolverse en las neurociencias.
 
– ¿Qué conceptos alternativos hay en su proyecto para la neurofilosofía?
 
– El planteamiento neurofenomenológico se propone relacionar nuestra vivencia subjetiva con mecanismos neuronales determinados, idea que arranca de la filosofía de Edmund Husserl. A diferencia de Chrurchland, la fenomenología no excluye la vivencia subjetiva ni la perspectiva de la primera persona.
 
– ¿Milita usted en esa tradición?
 
– Sí. Entendiendo bien que relacionar la vivencia subjetiva y los datos empíricos de la investigación cerebral constituye sólo el principio. Partiendo de eso, hemos de examinar hipótesis epistemológicas y ontológicas plausibles sobre la relación entre cerebro y mente, para someterlas a contrastación experimental.
 
– ¿Qué planteamientos hay ahora en neurofilosofía?
 
– El biólogo Max Bennet y el filósofo Peter Hacker proceden de modo analítico. Han puesto de relieve que los neurocientíficos acostumbran trabajar con conceptos impuros. Por ejemplo, lo que el investigador cerebral quiere decir con ''libre albedrío'' o ''conciencia'' no es siempre ni mucho menos lo que los filósofos entienden por ello. Expresado crudamente: algunos neuroinvestigadores confunden datos y hechos empíricos con conceptos filosóficos. Pero las ideas no se dejan reducir: existe una diferencia tajante entre concepto y hecho. Eso lo han expuesto con exquisita nitidez Bennet y Hacker.
 
– ¿Cómo están distribuidas las simpatías en las universidades alemanas respecto a los tres planteamientos?
 
– La simpatía acompaña al entorno profesional. Los neurólogos respiran una atmósfera de hechos y ponen su prioridad en los datos. Los que se dedican alas ciencias del espíritu, por su parte, están acostumbrados a los conceptos y les conceden primerísima importancia. Las fronteras entre disciplinas son aquí, con frecuencia, my rígidas. Sucede que los respectivos representantes apenas se dan cuenta con qué métodos trabajan en realidad y dónde están sus límites.
 
– Usted reúne en su persona, casi singular, ambas perspectivas, con su habilitación tanto en medicina como en filosofía. ¿sería una solución al dilema una revisión de las carreras: lecciones obligatorias de teoría del conocimeinto para los biólogos y seminarios obligatorios de laboratorio para los filósofos?
 
– Me sumaría a esa propuesta. Contamos ya con unos primeros y tímidos planteamientos en esa dirección, nuevos planes de estudio que combinan ambas y cuya enseñanza es organizada mediante dos facultades: recordemos la Escuela de Mente y Cerebro de la Universidad Humboldt de Berlín.
 
EL MODELO DE TRES PASOS DE LA NEUROFILOSOFÍA
 
– Usted distingue entre neurofilosofía teórica, empírica y práctica. ¿Cuáles son las diferencias?
 
– La neurofilosofía, entendida como disciplina autónoma que trasciende la filosofía y las neurociencias, se basa en tres pilares:
 
   La neurofilosofía práctica trata, desde una doble perspectiva, sobre la relación entre ética y neurociencias. Por una parte, la neurobiología de la moral investiga experimentalmente los mecanismos neuronales que subyacen en los conceptos éticos. Por otra parte, la neuroética se pregunta sobre los problemas éticos que surgen de los progresos de las neurociencias. Por ejemplo, la identidad personal en el caso de intervenciones en el cerebro; el incremento de funciones cognitivas -atención, memoria- en los sanos; o la apliación de ensayos aleatorios en las personas probandos.
 
   La neurofilosofía empírica, por su lado, combina conceptos filosóficos (sujeto, libre albedrío, conciencia, identidad, etc.) con datos empíricos procedentes de la neurobiología. El modo de integración depende de hipótesis de método, ontológicas y epistemológicas. Aquí habría que mencionar la polémica en torno a la imagen reduccionista del ser humano.
 
   Justamente estas hipótesis son lo que estudia la neurofilosofía teórica, que es como la filosofía de la ciencia de la investigación neurológica: somete a criba qué teorías y métodos puede utilizar la neurofilosofía empírica y, cuando alguien formula tal hipótesis básica, pregunta qué significa tal conjetura para la neurofilosofía empírica. ¿Qué posición ontológica atribuimos al cerebro en un experimento determinado? ¿Cabe, en principio, redcuir los procesos mentales –qualia– a funciones neuronales, sólo porque el investigador lo ha asumido así a priori?
 
– ¿Quiere usted decir que cuando el neuroinvestigador denuncia el libre albedrío como ''ilusión'', habla desde una toma de partido previa?
 
– Exacto. Acaso su hipótesis hizo que la vivencia subjetiva se redujese, por principio, a causas materiales neuronales. Ahora bien, cuando un conocimiento depende de premisas ontológicas elaboradas de antemano para tal situación, ¿es conocimiento en realidad?
 
– Se refiere a Patricia Churchland...
 
– En la neurofilosofía angloamericana predomina un realismo epistemológico, que se presupone en la forma de un realismo ingenuo. Se trata de un apeculiaridad de la tradición del empirismo, doctrina según la cual todo conocimiento se origina de la experiencia sensible. Pero, ¿podemos conocer las cosas de nuestro entorno tal cual son? ¿Podemos dar semejante afirmación por sentada? La filosofía alemana se mantiene en la tradición de Kant, quien parte de que no podemos concocer la cosa en sí, la cosa tal como es en realidad, es decir, independiente de nuestros órganos de conocimiento. Tenemos, en cierto modo,. una limitación en nuestra percepción y en nuestro conocimiento.
 
– ¿Cómo reciben los filósofos tradicionales, sin una inclinación especial por la investigación cerebral, su proyecto de neurofilosofía? ¿Le llueven muchas críticas?
 
– En parte. Muchos colegas sospechan que hay un fallo en la metodología o en la temática; que la neurofilosofía aplica el método filosófico a una región equivocada: en suma, no se pueden combinar los conceptos con los hechos, pues son categorías distintas. Por tanto, como neurofilósofo debo demostrar que tal integración es perfectamente posible. Y aquí es dónde incidirá en el futuro el avance metodológico.
 
– ¿Y cómo le tratan los investigadores del cerebro y los biólogos?
 
– Los científicos, al contrario, se muestran abiertos al proyecto de neurofilosofía. Pero su resistencia surge después, cuando se relativizan sus propios resultados o se tratan de resituar en un contexto más amplio.
 
– ¿En qué medida sirve su trabajo diario como psiquiatra para el proyecto de neurofilosofía?
 
– Ahora llevamos a cabo más estudios con pacientes. En el marco de la neurofilosofía práctica, investigamos sobre la capacidad de consentimiento. Es un tema muy importante en psiquiatría: ¿se encuentra un paciente preparado para aceptar un nuevo tratamiento? ¿Debe tomar esa decisión un pariente, en su lugar? Durante mucho tiempo, los científicos pensaron que la capacidad de decisión representaba un problema puramente racional. En ese mismo supuesto se basan asimismo las actuales escalas que se emplean para evaluar la capacidad de consentimeinto: se pone a los pacientes tareas exclusivamente cognitivas. Mas ahora sabemos, a partir de la investigación neuropsicológica de los últimos años, que las personas apenas toman una decisión puramente racional, sino que las emociones desempeñan una función importante. Desde esta perspectiva, investigamos la merma de la capacidad de consentimiento, relacionada quizá con las funciones emocionales alteradas.
 
– ¿Cómo procede usted a este respecto?
 
– Hacemos constar la capacidad de consentimeitno de los pacientes esquizofrénicos y no esquizofrénicos con el método-cuestionario habitual. Registramos sus capacidades emocionales: les mostramos imágenes de personas y les preguntamos si se trata de fotos alegres, neutras o tristes, Después, analizamos si hay conexiones entre las dos capacidades, examinadas por separado. La serie de experimentos continúa. Pero si se diesen correlaciones claras -cosa que revelan nuestros resultados provisionales-, entonces ello tendría consecuencias para nuestro concepto de la capacidad de consentimiento. A lo mejor, debríamos cambiar nuestros métodos canónicos de investigación para la evaluación de dicha capacidad.
 
– ¿Qué investigaciones desarrolla en el ámbito de la neurofilosofía empírica?
 
Investigamos con particular intensidad el yo. Los filósofos acostumbran a interpretar el yo de un modo absolutamente especulativo. La actual filosofía de la mente suele también ceñirse a la autoconciencia. Pero cuando hemos de habérnoslas con un paciente psiquiátrico, entonces el yo se muestra a un nivel mucho más básico. El yo de un depresivo, por ejemplo, es frágil en el plano emocional y afectivo; los pacientes experimentan su yo con tintes negativos; en los casos extremos, ni siquiera como un yo. Así que nos planteamos: ¿afectan las emociones a cómo experimentamos nuestro yo? Hemos emprendido una investigación apoyada en imágenes: si alguno tiene emociones negativas, ¿cambia entonces su vivencia subjetiva del propio yo? ¿Y qué transformaciones se muestran mientras tanto en la activación de determinadas redes neuronales en el cerebro?
 
– ¿Y qué ha descubierto?
 
– Aparentemente, tienen una función decisiva en el origen de nuestra vivencia preconsciente del yo las estructuras de la línea central subcorticales y corticales, que muestran en sujetos experimentales sanos y en letargo una actividad extremadamente elevada; los extímulos externos alteran la actividad de las mismas. En nuestra opinión, esta intensa actividad en estado de letargo representa la base del sentimiento del yo, nuestra vivencia continua del yo, que persioste en ausencia de estímulos externos. Que yo sea también consciente de mi yo, por otra parte, es un resultado que trasciende lo expuesto, y en el que desempeña una función decisiva el córtex lateral prefontral.
 
– ¿Cómo interpreta usted estos resultados?
 
Probablemente el yo, y por tanto el sujeto, sean mucho más básicos y basales de lo que aceptan muchos filósofos. El sujeto no sería la instancia más alta, sino la instancia basal. Un yo tal, que debe definirse sobre la relación entre cerebro y ambiente, posibilita, en primer lugar, la organización de nuestras funciones cerebrales y, finalmente, de nuestra experiencia, incluso de la conciencia.
 
– ¿Qué proyectos de investigación están en marcha en el ámbito de la neurofilosofía teórica?
 
– Siguiendo a Kant, me interesa una cuestión: dada la composición de nuestro cerebro, ¿escapa a mis posibilidades de conocimiento? Puedo conocer directamente mi entorno, pero no la actividad de mis propias neuronas; para llegar a ésta solo dispondría, como mucho, de un método indirecto, mediante la técnica. Ni siquiera el cerebro tiene sensorium para los estados neuronales; experimentamos sólo estados mentales. Por eso debe haber fundamentos, quizás en la codificación de los estímulos ambientales por medio del cerebro. Un campo de investigación apasionante.
 
– En el ámbito de la neurofilosofía práctica y la neuroética, ¿cuál es el problema más urgente?
 
– La perspectiva de manipular los rendimientos cognitivos -como la atención o la memoria- por medio de estimulantes. Para tratar con estas nuevas posibilidades de modo correcto, debemos ser ante todo claros sobre qué somos y quiénes somos. En este sentido, el desarrollo de una neuroantropología del hombre es, para mí, parte de una futura neuroética, sobre cuya base debemos preguntarnos si estamos preparados para renunciar a los progresos -potenciación de nuestra memoria, por ejemplo- para preservar la identidad de la persona.
 
   Los individuos cometerán siempre abusos, como lo muestra la manipulación de nuestro rendimiento corporal, donde tenemos desde hace mucho tiempo -incluso en el deporte amateur- un problema social. Es fácil anticipar que los padres comprometidos, por ejemplo, querrán mejorar los resultados del aprendizaje de sus hijos para incrementar sus oportunidades. En una meritocracia eso es probablemente inevitable.
 
   Por eso me interesa una futura neuroantropología: ¿queremos una sociedad que persiga el predominio del rendimiento y pierda, por ello, calidad de vida? En Alemania oriental es un problema muy extendido desde la caída del Muro. Muchos de nuestros pacientes psiquiátricos aquí son personas que han fracasado en la sociedad capitalista, y sólo necesitan nuestra ayuda.
 
 
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GLOSARIO
 
Epistemología:
Teoría del conocimiento. Disciplina central de la filosofía que investiga los criterios del conocimiento seguro.
 
Ontología:
Teoría del ser y de las estructuras fundamentales de la realidad. Formula respuestas a la pregunta sobre la constitución del mundo.
 
Qualia:
Contenido subjetivo de la vivencia de un estado mental, inaccesible a la medición neurocientífica.
 

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CLÁSICOS DE LA NEUROFILOSOFÍA — LISTA DE LECTURA
 
1819    Schopenhauer — El mundo como voluntad y representación.
           Schopenhauer interpretó la "Crítica de la razón pura" de Kant como "crítica de la función cerebral".
 
1936    Edmund Husserl — La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental.
           Husserl mostró que filosofía y ciencia dependen del contexto, de nuestro entorno vital.
 
1945    Marcel Merleau-Ponty — Fenomenología de la percepción.
           Aborda la neurofilosofía -sin utilizar este concepto- en relación al cuerpo y al cerebro.
 
1969    William Quine — Epistemología naturalizada.
           Los argumentos de este ensayo inspiraron a los neurofilósofos norteamericanos.
 
1978    Karl Popper, John Eccles — El yo y su cerebro.
           Excelente diálogo neurofilosófico entre un filósofo y un investigador del cerebro.
 
1986    Patricia Churchland — Neurofilosofía.
           Primera introducción de la neurofilosofía como programa de investigación.
 

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BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA

 
– Das Gehirn. Eine Neurophilosophische Bestandaufnahme.
George Northoff.
Paderborn; Mentis, 2000.
 
– Philosophical Foundations of Neuroscience.
M. Bennet y P. Hacker.
Blackwell; Oxford, 2003.
 
– Gesit. Eine Einführung.
J. Searle.

Suhrkamp; Frankfurt/Main, 2004.

 

 

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