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Júlia Ferrer: «Aún tengo marcas de los golpes de las monjas»

Esta historia de maltrato infantil en la Casa de la Caritat pasó hace solo 60 años. Los jueves se reúnen las supervivientes.

«Yo era la número 38. En la Casa de la Caritat nos llamaban a todas por el número», recuerda Júlia Ferrer (Barcelona, 1938), superviviente de una infancia de reclusión y castigos, en lo más crudo del franquismo.

-¿Cómo fue a parar a la beneficencia?

-Mi madre, Antonia, me tuvo a los 17 años. Se quedó embarazada de un militar de la República que vivía con ella, pero se lo llevaron. Ganaba muy poco vendiendo turnos de baile con desconocidos y no me podía mantener, así que me dejó a los 2 años en la Maternitat. A los 6 fui a parar a la Casa de la Caritat. Al menos no era una niña del torno…

-Un bebé abandonado al nacer.

-Eso es. Yo sabía que tenía una madre. Pero recibí lo mismo que las del torno, ¿eh? Aún tengo marcas de los golpes y pellizcos de las monjas. No todas eran malas, pero casi.

-¿Cómo de malas?

-Sor Lourdes, por ejemplo, me hacía quitar las bragas y me pegaba en las nalgas. Otra monja -debía yo de tener 13 años- me golpeó en la cabeza con unas castañuelas y me dejó sin conocimiento solo por quedarme dormida durante un dictado. Con 15, me hacían lavar los paños de la regla de todas… Eran días de rezos, de gachas y fideos, de soledad.

-¿Ninguna muestra de afecto?

-Había patronos que traían golosinas para las favoritas de las monjas, no para mí. Nadie venía a verme. Yo era bastante movida, lo admito. A los 15 años, tiré de la cofia de una monja. De la paliza que me dieron quedé toda azul y la telefonista me avisó de que me iban a llevar al manicomio.

-¿Tenía razón?

-Sí. Me llevaron en una ambulancia a Sant Boi. Al mes de llegar ya me aplicaron corrientes. Durante los nueve años que estuve recluida, mezclada con los locos de verdad, me dieron corrientes día sí día no.

-¿Nueve años, dice?

-Nueve. No salí hasta los 24. Allí dentro me pusieron inyecciones de trementina, que se daban a los caballos para atontarlos. Durante un mes iba con la pierna a rastras… Hasta que un día contesté mal a una hospitalaria, me amenazó con las corrientes y decidí escapar. Cogí una escalera y, como pude, salté la tapia. Pero me cazaron en plena huida y me dieron una paliza. A partir de entonces supe lo que era la camisa de fuerza.

-Lo que cuenta es espantoso.

-No era la única. Allí había otras cinco o seis niñas de la Casa de la Caritat. Cuando en 1956 se cerró y hubo que trasladar a las internas a Llars Mundet, las que sobraban, o iban a la calle y acababan en la prostitución o iban al manicomio. Yo finalmente salí cuando entró un director nuevo. Me preguntó si quería servir y me metió en casa de un matrimonio sin hijos que me quería mucho. Allí estuve tres años, hasta que me casé. Luego trabajé otros 33 en el Porta Coeli, el restaurante del rompeolas.

-¿Volvió a saber de su madre?

-Sor Nati, que sí me quería y me enseñó a bordar, me había dicho que mi madre también estuvo interna en la Casa de la Caritat. Un día, ya casada, busqué en el registro y pregunté por ella a una tía que vivía en la calle de Hospital. Supe que residía en Mallorca, se había casado y tenía una hija.

-¿Y?

-Vino a verme, lloramos las dos y me pidió perdón. Y la perdoné, porque hasta que murió hace ahora 20 años quiso mucho a mis dos hijas. Las llenó de los regalos y atenciones que yo no tuve.

-Los supervivientes de aquella infancia ignominiosa se reúnen para recordar.

-Todos los jueves, en la cafetería del CCCB, atravesando el mismo patio de la niñez. Somos unos 30. De una experiencia así sales fuerte o muerta… Pero yo he logrado lo único que he querido en la vida: una familia.

Julia Ferrer maltratada monjas Casa de Caritat

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