Judío y árabe no son dos categorías antagónicas porque el primero es una fe, una religión, y el segundo una lengua y una cultura. Existen árabes judíos, cristianos, sabeos mandeos, yazidíes y musulmanes. Las tres religiones monoteístas proceden de Oriente Medio: judaísmo y cristianismo de Palestina, e islam de la Península Arábiga. Cuando surge el islam en el siglo VII d.C. la población árabe profesaba distintas religiones, particularmente zoroastrismo, judaísmo y cristianismo. Los seguidores de Moisés se encontraban principalmente en Medina y en Yemen. Algunos ciudadanos que practicaban estas religiones abrazaron el islam y otros mantuvieron su fe y siguieron practicándola hasta nuestros días. La convivencia entre los diferentes grupos religiosos en esta zona no ha sido modélica pero sí bastante aceptable. Un ejemplo de ello es lo que sucedió con los judíos expulsados de España por los Reyes Católicos en el siglo XV, que acabaron encontrando refugio en países árabes y musulmanes como Marruecos, Argelia, Túnez o Turquía porque allí se sentían más protegidos.
Antes de la creación del Estado de Israel, vivían en los países árabes y musulmanes importantes comunidades judías en calidad de ciudadanos de pleno derecho participando sin distinción en las actividades comerciales, políticas, sociales y culturales. Destacan entre ellas por su gran número la comunidad judía iraquí y la marroquí.
La emigración de los judíos árabes a Israel no fue para salvarlos de la persecución o de un exterminio como pretendió Ben Gurión, porque ellos no corrían el mismo peligro que sufrieron los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial a manos de los nazis. Los fundadores del Estado de Israel exageraron los posibles peligros que podían enfrentar los judíos orientales para empujarlos a emigrar al recién creado Estado con un objetivo nacional y militar.
En las primeras oleadas de emigrantes llegados a Israel apenas había judíos árabes porque éstos emigraron durante los cuatro años siguientes a la creación de la nueva nación. El grupo yemení fue el más numeroso en comparación con otras comunidades judías en Iraq o en el Norte de África. Pero pese al interés de los fundadores de Israel en recibir a personas de fe judía, su preferencia eran los judíos askenazíes occidentales en detrimento de los sefardíes orientales poco fiables para los judíos europeos. Decía Ben Gurión: «No queremos que la población israelí se convierta en árabe porque nuestra obligación es luchar contra el espíritu oriental que corrompe a las personas y las sociedades y debemos conservar los verdaderos valores judíos tal y como se forjaron en la diáspora». Además, comparó a los judíos árabes con la población africana llevada a Estados Unidos como esclava.
Los judíos árabes iraquíes, sirios, libaneses y egipcios que emigraron a Israel gozaban en sus países de origen de buen nivel económico y cultural, lo que les facilitó adaptarse a la vida del nuevo destino, a diferencia de los procedentes de Yemen o del Norte de África, que no disfrutaban de las mismas condiciones materiales de vida. Unos y otros suscitaban desprecio en las estancias oficiales a pesar de ser necesarios para aumentar la población judía en el país. Por esto surgieron en Israel voces que llamaban a la prohibición de la llegada de determinados judíos árabes para mantener un nivel social y cultural representados por los judíos askenazíes. Los judíos árabes y orientales en general se consideraban personas atrasadas, vagas, irracionales y primitivas. Los líderes e instituciones políticos tenían desde el principio una idea clara: borrar la cultura y la memoria de los judíos árabes para facilitar su adaptación en la nueva sociedad. De esta realidad nace un problema étnico entre dos clases sociales: judíos occidentales askenazíes que poseen el poder, la fuerza y la riqueza, y judíos orientales pobres y desposeídos del poder político. Dominados por esta visión supremacista los dirigentes israelíes colocaron a los judíos orientales en las afueras de las grandes ciudades como Galilea, en asentamientos a lo largo de las fronteras orientales, utilizándolos como mano de obra barata. En 1981 Shlomo Swiski publicó un estudio sobre el mercado de trabajo calificando a los askenazíes de clase burguesa y a los judíos orientales como el proletariado. En los años setenta nació en Israel un movimiento con el nombre de Las Panteras Negras en protesta contra el histórico racismo interno de la sociedad israelí, donde la población judía askenazi coloniza los espacios del poder en detrimento de los judíos orientales.
Volviendo a las circunstancias de la emigración de los judíos árabes a Israel entre 1948 y 1956, encontramos que la narrativa sionista insiste en la controvertida idea del «antisemitismo» y el supuesto maltrato y la represión que estaban sufriendo aquellos judíos en sus países de origen, y que su emigración masiva a Israel era un acto de salvación por razones humanitarias. Sabemos que la realidad es contraria a este argumento porque los judíos árabes se encontraban alejados de la ideología sionista procedente de Europa que pretendía reunir a todos los judíos del mundo en la tierra de Israel. Los judíos árabes, especialmente los de Oriente Medio, tenían una buena posición económica y social a comienzos del siglo XX, gozaban de estabilidad y no tenían la más mínima intención de abandonar sus países.
Si nos centramos en los judíos iraquíes descubrimos que esta era una de las comunidades más importantes dentro de los países árabes, y podemos afirmar que sus circunstancias de vida eran excelentes. No faltan ejemplos: Sassoon Eskell (1860-1932) fue el primer ministro de finanzas del gobierno iraquí entre 1921 y 1925 y diputado del Parlamento de 1925 a 1932. Violet Chammas, una judía iraquí nacida en 1912 en Bagdad escribió en inglés un libro titulado Mis recuerdos del paraíso: un recorrido por la vida de los judíos de Bagdad, que fue publicado primero en Inglaterra en 2010, luego en EEUU en 2012 y por último en Beirut en lengua árabe en 2020. Dice Chammas en su libro que «de todas las comunidades judías del Oriente Medio, la de Iraq era la más cohesionada, asimilada y próspera». Al ver por televisión la caída de la estatua de Sadam en 2003 escribió: «ocurrió todo esto en Bagdad, mi ciudad en la que viví feliz y afortunada en medio de mi sociedad judía que vivía en armonía con sus vecinos musulmanes. Bagdad era hermosa, exhalaba el aroma de los queridos recuerdos. Hoy la veo totalmente cambiada, sus rasgos han desaparecido como si una goma borrara los trazos de tiza en la pizarra para escribir una nueva historia». Otros testimonios de judíos iraquíes como los de algunos escritores y poetas como Issac Bar-Moshe (1927- 2003), Salman Darwish (1910-1982) o Anwar Shaul (1904- 1984) expresaban sentimientos de pertenencia y lealtad a Iraq, su país de origen, y a la cultura árabe. Todos ellos afirmaban ser primero árabes, y en segundo lugar judíos.
Reuven Snir, en un estudio publicado por la Universidad de Haifa con el título de Si te olvido, oh Bagdad: la desaparición de la identidad y la cultura árabe-judía, cita las palabras de Mar-Morestein, que era director de la escuela judía Chammas en Bagdad: «Estamos unidos a nuestra patria, nuestras tradiciones, nuestros mausoleos y profetas. No los dejaremos para comenzar una nueva vida como emigrantes viviendo en campamentos en Israel donde nadie aprecia a los judíos orientales». Cuenta también cómo el administrador británico en el Mandato de Mesopotamia después de la Primera Guerra Mundial entrevistó a los líderes judíos iraquíes y a continuación envió un informe a Londres diciendo que «Abandonar Iraq para incorporarse a los kibutz israelíes es lo último que se le pasa por la cabeza a los judíos. Dicen que Palestina es un país pobre en comparación con Iraq, que es el Edén. De los británicos solo queremos que nos instalen un buen gobierno aquí».
Por otro lado, el líder espiritual de los judíos iraquíes, el rabino Sasson Khadouri (1880-1971) luchó duramente contra el sionismo durante años y se puso en contra de sus actividades y sus intenciones en Iraq. Pretendía tener alejada a su comunidad de este movimiento racista y colonialista y del daño que estaba causando en Palestina. Khadouri pudo resistir durante largo tiempo los intentos del sionismo de someter a los judíos iraquíes gracias en parte a la tendencia comunista dentro de la comunidad judía de Iraq. Muchos de sus miembros eran jóvenes y con buena formación cultural. No eran los únicos que rechazaban el sionismo, lo mismo hacían los hombres de religión. El citado rabino llegó incluso a solicitar a los pocos judíos iraquíes próximos a la ideología sionista y miembros de organizaciones sionistas secretas que cesaran sus actividades, entregaran sus armas a las autoridades y abandonaran Iraq. Incluso cuando la ONU dividió el territorio palestino en 1947, publicó un manifiesto en el que rechazaba la idea de la partición de Palestina apoyando la postura árabe respecto a este tema. Animaba también a los judíos a participar con el resto de los iraquíes en las manifestaciones en contra dicha división. En 1949, en medio del caos de las revueltas y la búsqueda de elementos sionistas por la policía iraquí, Khadouri fue agredido físicamente y acusado de ser traidor de su comunidad. Se vio obligado a dimitir y le sucedió un nuevo rabino que fue manipulado por los sionistas.
Pero no todo fue de color rosa. En febrero del año 1941 varios oficiales del ejército iraquí ideológicamente próximos a la Alemania nazi y liderados por Rashid Ali al-Gilani dieron un golpe de Estado, lo cual hizo que tanto Abdelilah, Regente y tío del rey Faysal II, como el primer ministro, Nuri Said, máximas autoridades del gobierno de Iraq protegido por Gran Bretaña, escaparan a Transjordania. Churchill, primer ministro británico, decidió en el mes de mayo del mismo año invadir Iraq para restablecer al gobierno amigo. Muchos judíos iraquíes, preocupados por lo que estaba sucediendo en Alemania a manos de Hitler con sus feligreses, salieron manifestándose a favor de la vuelta de los amigos del gobierno británico. Sectores de la sociedad iraquí consideraron a aquellos judíos como cómplices y agentes de Gran Bretaña y así algunos grupos espontáneos comenzaron a atacar y saquear las viviendas y los bienes de familias judías de Bagdad. Este hecho, que duró dos días, fue bautizado con el nombre de Farhud (saqueo) dejando también un centenar de víctimas entre la comunidad judía de la ciudad. Fueron hechos lamentables fruto del vacío de poder que el sionismo aún utiliza y califica como campaña sistemática y antisemita contra los judíos de Iraq. Es cierto también que aquellos acontecimientos provocaron la desconfianza y el miedo de la comunidad judía y el temor por su futuro en este país. A raíz de estos actos se fundó la Organización Sionista Secreta para trabajar en Iraq. Era una organización armada y muchos de sus miembros se camuflaban vistiéndose como soldados británicos cuyo cometido era convencer u obligar a los judíos iraquíes a abandonar el país y emigrar a Palestina.
La Nakba palestina, los crímenes del sionismo y la ocupación sistemática de los territorios con el apoyo de Gran Bretaña provocaron el rechazo y los sentimientos contrarios al sionismo y a la postura británica entre los iraquíes. Todo esto tuvo su repercusión sobre la comunidad judía iraquí, que se convirtió en sospechosa a pesar de no comulgar con el sionismo. Entre marzo de 1950 y enero de 1951 tuvieron lugar en Bagdad unos ataques anónimos y sospechosos contra objetivos judíos. Según muchos testimonios, fueron obras del Mosad. Bombas en los cafés que frecuentaban los judíos y octavillas amenazantes contra ellos. A finales de 1951 dos judíos -Yusuf Basri y Shlomo Saleh-, pertenecientes a la Organización Sionista Secreta, fueron detenidos y acusados de cometer actos violentos contra la comunidad judía. Fueron juzgados y ejecutados. Ante esta difícil situación, el Parlamento iraquí promulgó la ley de la «renuncia a la nacionalidad», que permitía a los judíos iraquíes abandonar definitivamente Iraq y de forma legal a cambio de firmar un documento de renuncia a su nacionalidad iraquí. Aquella ley concedía el plazo de un año a los interesados para pensarlo y decidir. La ley no tenía razón de ser si no fuera porque Gran Bretaña, que dominaba y manejaba al gobierno iraquí, pretendía que los judíos fueran a Israel para satisfacer los deseos del sionismo.
Los judíos de origen iraquí y los judíos árabes en general, como el conjunto de los ciudadanos de Israel, fueron sometidos a lo largo de la historia de este país a un lavado de cerebro. En cuanto a su postura de la ocupación de Palestina, muchos están a favor de la mano dura y la expulsión de los palestinos de sus casas rechazando cualquier acuerdo de paz con ellos. Uno de sus representantes podría ser el actual ministro de seguridad Itamar Ben-Gvir, judío de origen iraquí y uno de los halcones del gobierno de Netanyahu. ¿Podemos entender acaso esta actitud, la de los judíos orientales hacia Palestina, como una reacción al rechazo que sufren en la sociedad israelí y para sentirse realizados social y políticamente? No es descartable.





