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José Saramago: «Me parece absurdo pensar en un Dios»

“El mundo se está convirtiendo en una caverna igual que la de Platón: todos mirando imágenes y creyendo que son la realidad” 

José Saramago

Entrevista al Nóbel de Literatura, José Saramago, realizada por Ángel Darío Carrero, del diario La Nación de Puerto Rico, y publicada el 11 de octubre de 2009.

Viajé hasta la desértica isla de Lanzarote para entrevistar al escritor lusitano José Saramago en su propia casa. «El muchachito que anduvo descalzo por los campos de Azinhaga, el adolescente vestido de mono que desmontó y volvió a montar motores de automóviles, el hombre que durante años calculó pensiones de jubilación y consiguió subsidios de enfermedad y que más adelante ayudó a hacer libros y después se puso a escribir algunos».
Ha transcurrido una década desde que escribió ese esquema biográfico. ¿Añadiría algo?
Mi vida había sido rutina pura. A partir de los años setenta comienzo a escribir. Siento que está todo dicho ahí. Ahora bien, hay que añadir un hecho: soy ateo.
¿En qué momento se dio cuenta de ello?
Comenzó muy pronto. No he tenido nunca lo que se llama una crisis religiosa. De niño me llevaron dos veces a misa y no creía en lo que estaba pasando ahí. Me parece absurdo pensar en un Dios que desde la nada ha creado todo.
¿Experimenta lo que algunos filósofos llaman hoy una espiritualidad sin fe?
Se necesita tener un altísimo grado de religiosidad para ser un ateo como yo. En el sentido etimológico, la religión es lo que une. Sabemos que estamos ligados al universo. Ahora bien, inferir que detrás de esta relación hay una causa primera me parece una afirmación gratuita, sin base científica. A lo mejor hay dos dioses: uno que se llama física y, el otro, química. Fiodor Dostoyevski, en ‘Los hermanos Karamasov’, siembra una frase que se ha vuelto emblemática: «Si Dios no existe, todo está permitido». ¿Qué le parece? Esa conclusión catastrofista de que si se destruye a Dios todo el mal invadirá la vida humana no es cierta para mí. No se puede decir que cuando he hecho mal a alguien es por el hecho de no creer en Dios. Si deseo hacer daño a alguien y decido no hacerlo, no es porque Dios me toma del brazo para que no lo haga. Es la conciencia interior propia, está en tu naturaleza que no puedes hacerlo. En este sentido digo que soy ateo, pero no mala persona.
¿Por qué si se proclama ateo, la religión resulta el tema fundamental prácticamente de toda su obra?
Presumo de estar muy atento de lo que acontece a mí alrededor. Una de las cosas que está ahí es la religión. Por el hecho de ser ateo, no puedo decir que la religión no me interesa. Si no fuera por este interés no hubiese escrito El Evangelio según Jesucristo. Yo no voy a la guerra contra la religión, sino contra la institución.
¿Le interesa trabajar, desde escenarios imaginarios, el posible otro lado de las cosas?
Yo escribí en algún lugar lo que el lobo le dijo a San Francisco: «Puedes llamarme hermano, pero no me pidas que llame hermana a la oveja». Es la otra perspectiva, la del lobo. Tengo una tendencia, casi una manía de relativizarlo todo.
¿Algún recuerdo en la memoria que tenga la fuerza de hacerlo adoptar inconscientemente este camino desmitificador en su trabajo creador?
Yo iba con frecuencia a la ópera en Lisboa, no porque tuviera dinero para comprar el billete, sino porque mi padre era policía y conocía a los que trabajaban en el teatro y me dejaban entrar. Iba al gallinero, por encima del palco real. En lo alto, como tiene que ser, había una corona dorada. Si miras desde el palco la ves en todo su esplendor. Pero curiosamente -y esto sólo puede verlo quien está en el gallinero- la corona en realidad no era completa, sino solo tres cuartos de corona. Desde el gallinero uno veía la otra cara de la corona: la parte vacía, llena de polvo, de telaraña y de alguna colilla republicana. Tal vez de ahí me viene este afán de tratar de ver lo que está oculto. Todas las cosas tienen otro lado. Mientras no lo veamos no tendremos un conocimiento suficiente de la realidad. Su trabajo como escritor está unido a un compromiso de denuncia social.
¿Cuál es su filosofía en este sentido?
Que no cambiaremos la vida, sino cambiamos de vida. Empezando por el respeto humano y siguiendo con un sentimiento de bondad. Me parece interesante que recurra precisamente a la bondad y no a la justicia. Por encima de todo yo antepongo la bondad. La bondad se convirtió en algo risible. Para la gente ser bueno es ser tonto.
¿Cómo se puede ser bueno en un mundo como éste?
Realmente no es fácil. Reivindico la bondad como el primer elemento que nos hace ver que el ser humano es superior a los animales. Los animales no son buenos ni malos, pero el ser humano puede ser bueno. Pero la verdad es que no somos buenos. Hay manifestaciones de bondad, pero la bondad difícilmente existe.
¿Existe algún modelo histórico de bondad manifiesta que nos pueda ilustrar en el camino?
San Francisco de Asís era bueno. Para ser bueno hay que ser santo. Pero no podemos ser santos como condición para llegar a la bondad. Más bien, deberíamos empezar por la bondad para llegar a ser santos. En una de sus obras se lee: «La santidad subvierte la permanente e indestructible animalidad, perturba la naturaleza, la confunde, la desorienta».
¿Siente personalmente un anhelo de santidad laica?
Desde un punto de vista amplio, no restrictivo, creo que sí. Un laico puede ser santo, pero aún más, también un ateo.
¿Cuál fue el proceso para escribir ‘El Evangelio según Jesucristo’?
Se me quedó una impresión de haber visto algo mientras pasaba por un puesto de revistas en Sevilla. Leí literalmente Evangelio según Jesucristo. Regresé y no estaba: era una ilusión óptica. Pensando en ello, el resultado es el libro. El libro no es un Evangelio según Jesucristo, pues no es Jesucristo el que cuenta sino yo, pero así nació el título. El título es ya la idea. Mantengo siempre el título original, aunque a veces suene forzado y no corresponda al texto.
¿Y el método?
Pensándolo bien, es el mismo que descubrimos en el episodio del teatro San Carlos: mirar lo que está por detrás. Al final son los hombres quienes dicen: «Perdónenlo porque no sabe lo que ha hecho». Dios no sabe lo que ha hecho. Es rotundamente el otro lado de la cosa. Si Dios pudiera recrear los hechos desde el principio de su creación hasta el día de hoy, tendría que llegar a una sola conclusión: no ha merecido la pena. Los seres humanos no nos merecemos la vida. Es la visión más pesimista que uno se pueda imaginar. Y es mi convicción más profunda. Usted identifica su trabajo como una «meditación sobre el error». En un sentido lato sí. En un momento determinado en la historia de la humanidad, no sé cuándo ni cómo, tomamos un camino lateral que nos ha traído hasta aquí. Nos equivocamos.
¿Estamos obligados a vivir como estamos viviendo? ¿Esta era la vida que teníamos que construir? ¿Había otra vía, pero la abandonamos? ¿Por qué la abandonamos?
Estas preguntas no tienen respuestas, pero lo que no puedo aceptar es que la vida humana tiene que ser lo que de hecho es. Un verso suyo dice: «Cuando los hombres mueran, la gaviota que me sobrevoló y el grito que lanzó fue una señal de vida no humana». Aunque nosotros desaparezcamos -y eso ocurrirá- quizás quede algo suficiente de vida para seguir imaginando una vida que podría haber sido. ¡Es un evangelio de la desesperanza! Resumo todo mi sentir actual en dos palabras: ¡estamos atrapados! No lo había dicho nunca antes. Lo digo hoy por primera vez en mi vida y estoy muy consciente de lo que estoy diciendo: ¡estamos atrapados! No tenemos salida. No hay salida.

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