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Jorge Dezcallar, antiguo embajador ante la Santa Sede: la reina cogió a Zapatero del brazo para que se arrodillara ante el papa muerto (y lo hizo)

Ahora que se han alzado voces apremiando al Rey para que presione a los partidos y se pongan de acuerdo para formar un Gobierno estable, cobra valor el relato que evoca Jorge Dezcallar en su libro ‘Valió la pena. Una vida entre diplomáticos y espías’ (Península). El exjefe del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y exembajador de España ante la Santa Sede rememora las tensiones que se vivieron en los salones de la sede diplomática en un momento en el que los obispos salieron a la calle contra las iniciativas legislativas del Ejecutivo del PSOE con la aquiescencia del PP, entonces en la oposición. En una cena oficial tras los funerales por Juan Pablo II, el rey Juan Carlos llamó a un aparte a José Luis Rodríguez Zapatero y a Mariano Rajoy para afearles su permanente enfrentamiento e instarles a consensuar los grandes asuntos del país.

Era el 8 de abril de 2015. Dezcallar recuerda que el Monarca se llevó al salón de Cardenales a Zapatero y a Rajoy, que no habían dejado de lanzarse pullas todo el rato, y le pidió que se incorporaran. Don Juan Carlos les dijo que se pelearan lo que quisieran, pero que tuvieran «la sensatez de ponerse acuerdo en las dos o tres cuestiones importantes que tenía planteadas el país (mencionó de manera específica la estructura territorial del Estado, el terrorismo y la educación); además les exigió que no usaran esos asuntos como armas arrrojadizas en la pelea política. Estábamos solo los cuatro y recuerdo que ambos, Rajoy y Zapatero, bajaron la cabeza sin contestar mientras estudiaban con atención la punta de sus zapatos», escribe Dezcallar, que vió al Rey «ejerciendo esas funciones invisibles que le encomienda la Constitución».

El exjefe del CNI recuerda algunas anécdotas de los funerales de Juan Pablo II, en los que hubo codazos entre los políticos españoles para asistir a unas exequias que prometían ser espectaculares y nadie se quería perder. Zapatero no estaba entre ellos. Ante la obligada visita a rendir homenaje ante el cuerpo presente del Papa polaco, el presidente del Gobierno había advertido que prefería quedarse en un segundo plano muy discreto y que no pensaba arrodillarse, desgrana Dezcallar. Los Reyes se arrodillaron y rezaron ante el cadáver en un pequeño recinto acotado para personalidades. Cuando ya se retiraba la comitiva oficial, la Reina cogió a Zapatero del brazo y le dijo: «¿Cómo, no va a pasar usted?» Y añadió dirigiéndose a Eduardo Martínez Somalo, que ejercía de camarlengo: «Cardenal, haga usted el favor de dejar pasar al señor presidente, que quiere saludar al Papa». Dezcallar cree que no fue un gesto inocente. Zapatero, Rajoy y Moratinos se arrodillaron, recogidos durante un par de minutos, frente al ataúd.

El exembajador ante la Santa Sede escribe que durante la cena le impresionó la tendencia de Zapatero «a infravalorar el hecho religioso, en general, y en España, en particular. Creo que ese menosprecio de la importancia sociológica que todavía presenta la religión en España estuvo en la raíz de muchos de los problemas que su Gobierno tuvo con la Iglesia y con el Vaticano al principio de su mandato, que se podrían haber evitado con sensibilidad y mano izquierda». El enfrentamiento venía de atrás.

El 16 de junio de 2004 Jorge Dezcallar presentó sus credenciales como embajador ante Juan Pablo II, que le entregó una carta para el Gobierno socialista. «Era pura dinamita», recuerda el diplomático. El texto marcaba la posición de la Santa Sede sobre cuestiones sobre las que se legislaba en España. «Condenaba sin rodeos el aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo y afirmaba el derecho a una educación católica». Los medios de comunicación lo interpretaron como «una regañina» al Gobierno. El Vaticano se había puesto en guardia ante la decisión de Rodríguez Zapatero de sacar adelante la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo y el efecto contagio que podría tener en Iberoamérica. En Roma comenzó una ofensiva de los cardenales más poderosos de la curia. El cardenal Julián Herránz criticó ante una docena de embajadores iberoamericanos el «totalitarismo agnóstico» del Gobierno español. El Vaticano trazaba una línea roja y el Gobierno del PSOE la traspasó.

El cardenal Angelo Sodano, ‘número dos’ del Vaticano, contrapuso a Moratinos, ministro de Exteriores, las «magníficas relaciones que habían mantenido con otros gobiernos socialistas, como los de Mitterrand, Jospin, Craxi, Schröeder e incluso el del comunista D’Alema», al tiempo que se preguntaba por qué «nunca habían tenido conflictos con Felipe González y los tenían ocho años más tarde con Zapatero». La aprobación de la ley que autorizaba los matrimonios entre personas del mismo sexo, apenas dos días después de la entronización de Benedicto XVI, se percibió «como una bofetada deliberada», evoca Dezcallar. Monseñor Lajolo, secretario de Relaciones con los Estados -el equivalente al ministro de Exteriores- trasladó al embajador que el Gobierno español «ha destruido la confianza». La reconstrucción de las relaciones cayó sobre las espaldas de la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, que realizó una meritoria labor y logró recuperar el diálogo fluido. Pero antes hubo otros episodios en los que saltaron chispas.

La iniciativa de Zapatero seguía incendiando los sermones, dado que la Iglesia no aceptaba, sobre todo, que a las uniones gays se las considerara matrimonio. Los cardenales Alfonso López Trujillo y Antonio Cañizares se referían al texto como una ley «inicua», mientras la embajada ante la Santa Sede se afanana en organizar una cena en la sede diplomática el sábado 23 de abril, víspera del inicio del nuevo pontificado de Benedicto XVI. Era el día de San Jorge y en el palacio Monaldeschi se blandieron espadas y se cruzaron llamaradas los dragones. Estaban invitados los seis cardenales españoles que participaron en el cónclave, además de una decena de obispos y arzobispos. «Todos estuvieron a punto de plantarnos a última hora para mostrar su desagrado por el matrimonio gay. Hubiera sido un soberano escándalo. Si al final acudieron, fue por no hacer un feo a los Reyes», relata Dezcallar.

A la cena asistían los ministros Moratinos, José Bono -cuenta de manera más amplia este episodio en su libro ‘Diario de un ministro’ (Planeta)- y Fernández Aguilar, titular de Justicia y promotor de la contovertida ley. También estaban invitados Rajoy, Ángel Acebes, Eduardo Zaplana y Jorge Fernández Díaz, en representación del PP. El anfitrión recuerda que la tensión «podía cortarse con un cuchillo». Mientras el cardenal Amigo hablaba con los ministros socialistas, el cardenal Julián Herránz dudó en darle la mano a Aguilar para que nadie interpretara que estaba de acuerdo con sus ideas.

El Rey hizo un bridis al principio de la cena, y a continuación se levantó Martínez Somalo, cardenal amarlengo, y sacó de sus bolsillo tres hojas cuadriculadas, arrancadas de un cuaderno de espiral. El purpurado riojano habló de la «unidad católica» de España y lanzó una dura reprimenda contra el Gobierno para sonrojo de la representación socialista y regocijo de la oposición. «Fue el principio de la venganza de la Curia», señala el autor del libro. Hasta saltaron los plomos de la instalación eléctrica del viejo palacio y dejaron casi a oscuras a los comensales.

Al día siguiente, los gentilhombres del Papa trataron de impedir que los ministros socialistas se acercaran a Benedicto XVI para hacerse una foto. Lo consiguieron, pero los fotográfos oficiales no captaron ese momento. «El Vaticano no quiso hacer este regalo a los miembros de un Gobierno que apenas dos días antes había legalizado las bodas gays», interpretó Dezcallar. Años atrás también se veló «misteriosamente la película televisiva que recogía un saludo del Papa al presidente catalán Jordi Pujol, que algo habría hecho para incurrir en el disgusto de la Santa Sede», apostilla.

Pero en el Vaticano había voluntad de acuerdo, una actitud apadrinada por Ricardo Blázquez, ex obispo de Bilbao que había ganado al cardenal Rouco en las elecciones a la presidencia de la Conferencia Episcopal Española. Además, las manifestaciones en la calle habían puesto de relieve la división entre los obispos y habían alertado al Vaticano, según el análisis del diplomático, sobre el peligro de una polarización política en España «que alineara a la Iglesia con el PP, algo no deseable tras los problemas que eso le había causado cuando se desmoronó la Democracia Cristiana en Italia».

El caso es que María Teresa Fernández de la Vega cogió las riendas de las relaciones con la Iglesia y el Vaticano, que tomaron otro derrotero, no sin sobresaltos. La decisión del Consejo de Ministros del proyecto de la Ley Orgánica de Educación para su debate en el Congreso molestó mucho a la Iglesia. Los obispos convocaron una gran manifestación en Madrid con el apoyo del PP, «lo que puso muy nervioso al Gobierno de Zapatero». Moratinos llamó a Dezcallar para anunciarle que Fernández de la Vega iba a viajar a Roma para tratar el asunto con el cardenal Sodano. El embajador desaconsejó la visita en ese momento porque el Vaticano no iba a desautorizar al Episcopado y detener la manifestación. La ‘vice’ insistió en su viaje y dio órdenes de que se mantuviera en secreto. Dos días antes de la manifestación, Fernández de la Vega voló a Roma en un ‘Falcon’ de la Fuerza Aérea. Minutos antes de aterrizar en Fiumicino el nuncio en Madrid telefoneó a Dezcallar para decirle que el Papa no recibiría a la vicepresidenta. El embajador se empleó a fondo para conseguir con forceps que el secretario de Estado aceptara una cita de media hora, que fue muy tensa.

Dos días más tarde tuvo lugar la multitudinaria manifestación, que no arredró al Gobierno socialista. El Congreso aprobó la LOE el 3 de mayo del año siguiente con la oposición del PP. A partir de ahí, sin embargo, mejoró el ambiente. Moratinos y Fernández de la Vega volvieron a Roma y tranquilizaron al Vaticano en asuntos como la financiación. El 24 de marzo de 2006, con motivo de la imposición del capelo cardenalicio a Cañizares, el embajador volvió a organizar otra cena en la embajada, presidida por la vicepresidenta, a la que asistieron cinco cardenales y 24 obispos. Esta vez discurrió en la más completa armonía. Al día siguiente hubo una recepción con peregrinos españoles, a la que asistió el cardenal Sodano. El purpurado piamontés se permitió bromear con el vestido de María Teresa Fernández de la Vega «que la hacía parecer otro cardenal, ‘¿no tendrá usted aspiraciones ocultas?’, le inquirió de buen humor». En fecto, había llegado la distensión.

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