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Aunque disturbios como estos desgastan al régimen, es difícil que lo hagan caer si no se vuelven más multitudinarios, algo que de momento no ha ocurrido
Los acontecimientos que suceden en Irán semana tras semana muestran que la República Islámica probablemente está sufriendo su peor crisis desde que se estableció en 1979, y es legítimo preguntarse qué ocurrirá en el país, en Oriente Próximo y en Occidente si el régimen cae por la presión de un sector de la población, que tal vez no sea mayoritario, pero que tampoco es muy reducido en las grandes urbes.
No cabe duda de que tanto Israel como Estados Unidos están alimentando el descontento de quienes más se mueven y echan gasolina al fuego, sin preocuparse por lo que sucederá si las llamas acaban por devorar Irán. Las dos potencias hicieron lo mismo en Siria e Irak con acciones que terminaron por destrozar esos dos países. Dos años después de la ajustada victoria de Joe Biden, está claro que el presidente no tiene la intención de pactar sobre el programa nuclear y se siente cómodo con la mala situación económica de Irán. Aunque simule negociar, no ha cumplido su promesa de volver al acuerdo nuclear que firmó Barack Obama.
Las revueltas se desencadenaron hace solo unas semanas tras la muerte de una joven retenida por la policía de la moral, Mahsa Amini, aunque las autoridades aseguran que fue una muerte natural y no provocada. La impresión es que una parte de la población urbana, jóvenes especialmente, ha perdido o está perdiendo el miedo a las fuerzas de seguridad. Aunque disturbios como estos desgastan al régimen, es difícil que lo hagan caer si no se vuelven más multitudinarios, algo que de momento no ha ocurrido.
Es obvio que Israel y Estados Unidos van a seguir impulsando las revueltas y disponen de un número no insignificante de agentes dentro de Irán dispuestos a todo para dar la vuelta a la república islámica. Suponiendo que esas revueltas evolucionen hasta acabar con los ayatolás, habría que considerar una nueva realidad. Existen ciertas consecuencias posibles y nada agradables que pueden vislumbrarse en el horizonte si se produce un cambio de régimen. Sin embargo, no debe olvidarse que existen en Irán unas élites que cuentan con un amplio apoyo popular y están dispuestas a sostener a la República Islámica en cualquier caso.
De entrada, Irán es un país susceptible de dividirse, tal como ha ocurrido de facto con Irak y Siria. Esto debilitaría a quien Israel considera su mayor enemigo en la región. Ahora bien, los futuros gobernantes no tendrían por delante un camino de rosas, puesto que una gran parte de la población, que no desaparecería por ensalmo, combatiría al nuevo régimen. Es difícil que el nuevo régimen consiguiera estabilizar el país de la noche a la mañana. Habría resistencia, habría daño y habría un dolor probablemente más agudo que el que hay hoy, de una manera similar a lo que vemos en Siria e Irak. Estaría garantizada la inestabilidad interna durante mucho tiempo y es bastante probable que se generara violencia. Esto es algo que no les importa a Israel y EEUU, puesto que una división de Irán y los desórdenes serios que vendrían, jugarían a favor de las dos potencias, como ocurre en Siria e Irak.
En Oriente Próximo habría consecuencias importantes. Teherán dejaría de sustentar a las minorías chiíes que hay en la región, lo que en primer lugar beneficiaría a Israel, y después a los países suníes que ven el islam como una amenaza para su estabilidad. Pero esto no significaría necesariamente la desaparición inmediata de los grupos chiíes que hay en Líbano o en Yemen. Es más, aunque no contaran con la ayuda del nuevo régimen iraní, lo más probable es que siguieran operando, sin tantos recursos como ahora, pero con la misma determinación y sin tanto control. El ascendiente que hoy día tiene Teherán desaparecería, de manera que también desaparecería la influencia de Teherán y los grupos actuarían más por su cuenta, con el riesgo que ello implica.
Por último, en cuanto a lo que tiene que ver con Occidente, estamos ante un enigma. Como se ha indicado, la desaparición del régimen islámico no significaría la desaparición de las ideas revolucionarias. Los islamistas chiíes con seguridad lucharían contra el nuevo régimen y nada indica que fueran a desaparecer completamente. En el islam, y en especial en el islam chií, existe una idea de justicia que es ajena a Occidente, y que seguirían aplicando los grupos chiíes desafectos con el nuevo régimen. Lo mismo puede decirse de la formación libanesa Hizbolá, que comparte esa idea de justicia característica del chiismo que no admite compromisos. Ciertamente, dispondrían de menos recursos, pero podrían realizar operaciones puntuales no solo en Oriente Próximo sino también en Occidente.
Eugenio García Gascón ha sido corresponsal en Jerusalén 29 años y es premio de periodismo Cirilo Rodríguez.