Su rabia conecta con el dolor y la dignidad de las mujeres, pero existe el riesgo de que, desde este cómodo lado del sillón occidental, romanticemos o juzguemos su rebelión desconectándonos precisamente de lo que ha encendido la mecha: su dolor
No es solo la valentía lo que impulsa a las mujeres iraníes a salir a las calles estos días. Sus protestas por la muerte de la joven de 22 años Mahsa Amini, quemar sus velos en hogueras o cortarse el pelo en público contiene un mensaje mucho más profundo que no sé si somos capaces de descifrar desde el feminismo de aquí. Claro que hay algo claramente identificable como común: que su revuelta está conectada con la desesperación, el sufrimiento, la impotencia y la rabia de las mujeres, que su protesta es ante un sistema político patriarcal opresor.
Su rabia conecta con el dolor y la dignidad de las mujeres, pero existe el riesgo de que, desde este cómodo lado del sillón occidental, romanticemos o juzguemos su rebelión desconectándonos precisamente de lo que ha encendido la mecha: su dolor. No es momento de hacer nuestra su causa a base de épica, es momento de comprender, de conocer, de saber… de empatizar sin suplantar. De aliarse.
Tengo la impresión de que la mayor parte de las mujeres occidentales, por muy activistas o feministas que seamos, no estamos comprendiendo la importancia de lo que representa que las mujeres iraníes se estén quitando el velo de sus cabezas y sacudiéndolo al aire. Me temo que podemos caer en debates reduccionistas como el de “velo sí” o “velo no” desde una superioridad moral que nos impide captar la trascendencia que tiene para nosotras también esta ola de furia contra la dictadura de Ebrahim Raisi, el presidente iraní. Una rebelión que, además de parecer ser una llamada de auxilio, es una llamada de reciprocidad, de implicación, de aliarse. Lo que están impulsando las mujeres iraníes es mucho más que un acto de valentía, es más bien un grito local pero también global, es un grito de dignificación de todas las mujeres, aun poniendo en riesgo sus vidas y sus cuerpos. De hecho, ya han muerto medio centenar de manifestantes, muchas de ellas chicas muy jóvenes que estaban protestando ante una moral inhumana que las castiga de forma extrema y por sistema.
Una vez más, el sagrado símbolo de la religión, de la moral, del control de los hombres sobre el cuerpo femenino y disidente como arma de política criminal contra las niñas y mujeres. Una vez más, la negación más absoluta de los derechos sexuales y reproductivos que las reduce a solo tres lugares: esposa, hermana o madre. Otra vez el fundamentalismo religioso como el mejor aliado, causa y parte de una cultura patriarcal que deja impune la violencia y la violación contra las niñas y las mujeres. Una moral que cuestiona las leyes cuando otorgan derechos a las mujeres o cuando considera sujetos a las personas menores de edad. Una moral que defiende la figura del padre como cabeza de familia que puede decidir el destino de sus hijas e hijos. Una moral, patriarcal, que no debe resultarnos nada lejana, de ahí que no debemos mirar con “superioridad moral” lo que está pasando en Irán. Una moral con los mismos cimientos que promovía el nacional-catolicismo franquista que añora Vox con sus postulados del “ángel del hogar”.
No es solo valentía lo que moviliza a las mujeres iraníes, no solo. Es eso y más. Es el grito profundo y arraigado de las mujeres, de ellas y de todas, contra las políticas de la violación, en Irán, pero no solo en Irán. Lo que está en juego con la rebelión de las mujeres iraníes nos debería afectar como feministas no para hablar o debatir sobre ellas, sino para escuchar y detectar las alianzas y también las opresiones en las que participamos como occidentales. Son sus voces, sus relatos y sus cuerpos los que han de ocupar el espacio en el análisis y el conocimiento de lo que está sucediendo. No romanticemos ni colonicemos su sufrimiento.