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«El castigo de los que provocan agravios es la muerte», amenaza el portavoz del Poder Judicial de la Teocracia Islámica (TI), Masoud Setayshi. Responde así a la (tímida) movilización mundial contra las ejecuciones y los juicios teatrales y sin ninguna garantía de defensa para los acusados. Aun así, la TI ha dado marcha atrás en el caso del futbolista Amir Nasr-Azadani, de 26 años, acusado de Moharabeh, «Guerra contra Dios», por participar supuestamente en el asesinato del militar Esmail Cheraghi durante las protestas: «Todavía no hay veredicto contra él», afirmó Asadollah Jafari, presidente del Tribunal Supremo de Isfahán, hermosa ciudad de cerámicas azules de donde Azadani es oriundo. La acusación se basa en las «confesiones» sacadas del preso bajo durísimas torturas como prueba. La inquisición islámica, que no permite abogados (elegidos), organiza ceremonias de Auto de Fe, no sólo para librarse de la responsabilidad de reunir pruebas inculpatorias fehacientes contra su cautivo, sino que al emitirlas por la televisión intenta destruir el honor de los miles de Galileos iraníes ante la opinión pública. Pero, este pueblo ya no necesita héroes.