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[Irán] El régimen iraní y las reformas imposibles

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Acaso desconocido para la Generación Z iraní, el más famoso estudioso de la historia contemporánea de Irán, Ervand Abrahamian, viejo opositor del Sha, afirmó hace algún tiempo en la New York Review of Books que creía “improbable” una tercera revolución tras las de 1905 y 1979. Pero Abrahamian también sugería algo más: hasta ahora, Irán se atenía no tanto a la religión, sino a un sistema de Estado del Bienestar y de subvenciones que, gracias a las rentas del petróleo, se había asegurado un verdadero apoyo popular. Y este pilar, nacido de la ideología del populismo social de la revolución y del chiísmo “rojo” del filósofo Ali Shariati, hace tiempo que ha empezado a tambalearse, con el resultado de que ya no son sólo los jóvenes iraníes los que protestan en las calles, sino que hay también huelgas de comerciantes y en diversos sectores económicos.

La crisis de este sistema en Irán se cruza con las protestas contra el velo de las mujeres y un fuerte cambio generacional, con jóvenes que salen a la calle y que, evidentemente, no vivieron la revolución jomeinista del 79 ni la guerra Irán-Irak (1980-1988).

Hoy hay 86 millones de iraníes, de los cuales más de 40 millones nacieron después de la revolución, y la mitad tiene entre 10 y 24 años (fuente: PNUD). A título de comparación, en vísperas de la revolución, la población de Irán era de 38 millones de habitantes y la producción de petróleo era el doble de la actual, 2,5 millones de barriles diarios, destinados en gran parte a China.

Las sanciones han golpeado con fuerza desde la última tanda en 2012, y la moneda iraní ha perdido desde entonces dos tercios de su valor frente al dólar, mientras que la inflación supera el 50 %. El Estado de Bienestar de Irán, junto con los precios subvencionados de los alimentos y la energía, que cuestan unos 100.000 millones de dólares al año, casi la mitad del PIB estimado para 2020, de 231.000 millones de dólares, se ha desplomado un 40 por ciento.

En mayo, el Presidente Ebrahim Raisi anunció un contundente recorte de las subvenciones a los precios del trigo y la harina. Pero, ¿en qué consiste, en el fondo, este sistema?

Obtener beneficios y no pagar impuestos: ése fue el sueño cultivado durante dos décadas por los bazares iraníes que financiaron generosamente la revolución islámica del imán Jomeini. Tras la caída del Sha en el 79, se hizo realidad en parte con las “bonyads”, las fundaciones exentas de impuestos que engulleron no sólo las inmensas posesiones de la corona imperial, sino también la mayoría de los conglomerados y empresas que eran propiedad de las famosas cien familias introducidas en la corte de los Pahlevi. Las nacionalizaciones no tenían nada que ver con el socialismo o el marxismo, que también formaban parte de las corrientes ideológicas de la revolución junto con el islam chií: en su lugar, una nueva clase dominante substituyó simplemente a la antigua.

En el entusiasmo de la utopía revolucionaria, el turbante de los mulás sustituyó a la corona imperial. Todo esto -pues eso es lo que habría querido Jomeini- pretendía beneficiar a los “mostazafin”, literalmente “los sin zapatos”, los desposeídos y oprimidos en cuyo nombre se llevó a cabo la revolución. Lo que ocurrió en realidad fue que clérigos, antiguos revolucionarios, “pasdaran” [Guardia Revolucionaria Islámica] y empresarios se hicieron con el control de los negocios de un país con enormes reservas de petróleo y gas.

Hoy, no sólo los más pobres son cada vez más pobres, sino que la clase media también está en crisis.

La economía de las fundaciones de los ayatolás es la columna vertebral del poder, una red de clientelismo y Estado del Bienestar que se ramifica en la sociedad y se extiende más allá de las fronteras de la República Islámica. Las “bonyads” -un centenar, de las que una docena son vitales- también tienen fines institucionales benéficos y asistenciales, pero no renuncian a los beneficios y emplean a cinco millones de iraníes, de forma más o menos directa: por eso han sido esenciales en estas décadas en la maquinaria del régimen para asegurarse el apoyo popular. No hay duda de que las “bonyads” están en el corazón de esta economía: poseen al menos el 30-40% del PIB y han restado espacio a los particulares favoreciendo sólo a unos pocos, aquellos cercanos al círculo del poder.

Y ése es precisamente el problema. Ahmad Zeidabadi, periodista reformista y ex-preso político, lo explica perfectamente en una reciente entrevista a Ilna, la agencia semioficial de los sindicatos: “Buena parte del sistema en el poder piensa que la dignidad y la riqueza sólo pertenecen a los de dentro y a los leales acérrimos, mientras que el resto de la población no tiene derecho a participar en ello. Pero esta nueva generación iraní que ha crecido con Internet y la televisión por satélite”, afirma Zeidabadi, “ya no reconoce ninguna autoridad, ni en la familia ni en la escuela ni en la universidad, y ve ante sí un futuro obscuro, sin empleos cualificados, sin espacio político alternativo ni margen de expresión.”

Al final, la pregunta clave es: ¿es posible reformar una sociedad y una economía así? Cuando el presidente Mohammed Jatamí lo intentó en 1997, las reformas duraron poco; luego, Hassan Rouhani firmó el acuerdo nuclear con Estados Unidos en 2015, prometiendo una nueva era de prosperidad, y Trump lo canceló en 2018. Pocos son los que se hacen ilusiones. Como dicen en Irán, para que el sistema cambie, tendría que cortar la rama del árbol sobre la que lleva sentado más de 40 años. De momento, no parece posible.

Alberto Negri

Prestigioso periodista italiano, ha sido investigador del Istituto per gli Studi degli Affari Internazionali y, entre 1987 y 2017, enviado especial y corresponsal de guerra para el diario económico Il Sole 24 Ore en Oriente Medio, África, Asia Central y los Balcanes. En 2007 recibió el premio Maria Grazia Cutuli de periodismo internacional y en 2015 el premio Colombe per la Pace. Su último libro publicado es “Il musulmano errante. Storia degli alauiti e dei misteri” del Medio Oriente, galardonado con el Premio Capalbio.

Fuente: il Manifesto global, 12 de diciembre de 2022

Traducción: Lucas Antón

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