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Las movilizaciones en la república islámica contra el maltrato a la mujer se han convertido en una repulsa al sistema teocrático
La extensión de las protestas en Irán tras la muerte de Mahsa Amini, la joven asesinada por la Policía Moral de la República Islámica por llevar mal puesto el velo, supone un importante desafío al régimen de los ayatolás, en el poder desde 1979, que ha contestado reprimiendo violentamente las manifestaciones en su contra con un saldo hasta el viernes de 41 muertos reconocidos por el Gobierno, pero que se elevan a 83 según una ONG cuya fiabilidad ha sido reconocida por Naciones Unidas. La discriminación sistémica de las mujeres, la vigilancia y persecución de aquellas que cualquier funcionario considera que no cumplen las normas dictadas por los clérigos y la impunidad de la que gozan quienes ejercen su autoridad con total brutalidad han sido el catalizador de una movilización ciudadana que refleja no solo el hartazgo contra este maltrato, sino contra el mismo sistema teocrático. A los gritos de “Mujeres, vida, libertad” de los manifestantes se ha añadido el de “Muerte al dictador”, en referencia al ayatolá Alí Jamenei, quien desde 1989 desempeña el cargo de líder supremo como sucesor del ayatolá Jomeini y cuyas decisiones son inapelables en un sistema donde el clero chií y el cuerpo paramilitar de la Guardia Revolucionaria ejercen el poder político y económico y el control social.
Siguiendo el manual de cualquier dictadura, el régimen ha tratado de ocultar lo que sucede. Los familiares de las víctimas están siendo obligados a enterrar a sus difuntos durante la noche y en privado, y la ONU ha denunciado el corte de las comunicaciones por cable e inalámbricas con el fin de neutralizar las redes sociales, auténtica correa de transmisión del descontento entre una población iraní que presenta un perfil muy joven y que a través de sus móviles puede comparar su sociedad con otros lugares del mundo.
No es la primera vez que el Gobierno se enfrenta a esta situación. Hubo amagos de levantamientos populares en noviembre de 2019, julio de 2021 y mayo pasado. Existe un amplio descontento social capitalizado por los jóvenes que, en palabras de Shirin Ebadi —premio Nobel de la Paz de 2003—, se habían refugiado en la indiferencia y ahora se han despertado. Por ello, resulta decepcionante el retraso y el tono de la reacción de Occidente. Los gobiernos de Europa —los que lo han hecho, España entre ellos— han tardado al menos 10 días en exigir a los embajadores iraníes explicaciones de lo que sucede y emitir declaraciones —en mayor o menor medida de condena—, pero en la práctica apenas se ha ido más allá. Y resulta más decepcionante aún porque Occidente ha hecho de la lucha por la dignidad de la mujer una de sus señas de identidad, y cuando las iraníes se juegan su integridad al quitarse el velo durante las manifestaciones, deberían sentirse respaldadas por millones de personas en todo el mundo y por el compromiso real de los gobiernos que las apoyan.