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Inquisición progre

El Santo Oficio de la Inquisición, actualmente denominado Congregación para la Doctrina de la Fe, está estudiando desde hace cuatro años si condenar por herejía al sacerdote vasco José Antonio Pagola. La decisión está ahora en manos de la Inquisición romana. El delito de este cura es haber publicado un libro, Jesús, una aproximación histórica, que llevaba vendidos más de 140.000 ejemplares antes de que la editorial marianista PPC lo retirase del mercado por orden de la Conferencia Episcopal. Al parecer, el libro no contaba los suficientes milagros.

Yo creo que lo van a excomulgar un día de estos. Porque Pagola, a pesar de la censura en España (en otros países menos contemporáneos el libro sigue circulando con enorme éxito), continúa soltando blasfemias como esta: “El gobierno es despótico, antisocial y anticristiano, y la jerarquía de la Iglesia no dice nada, o habla sin audacia evangélica. La voz de los sin voz no se está oyendo. Adoramos al crucificado, pero olvidamos a los crucificados de hoy. Jesús se atrevió a insultar a los ricos de su tiempo. Los llamó necios y ridículos, y denunció su iniquidad e injusticia”.

Ojalá la aparición, excomunión o crucifixión de Pagola sea síntoma del regreso de los curas rojos a la orilla informativa. Los curas rojos tienen gran tradición en España. He leído por ahí que este movimiento empezó en los años 60, con el auge del pop y los Beatles y la primera pipa de kif desde Valle-Inclán. La jerarquía eclesiástica veía que la juventud se le escapaba de las sotanas, crearon la figura del curita progre, con guitarra y cheli, y lo mandaron a evangelizar los barrios pobres de las ciudades. El problema es que el curita progre no logró evangelizar, sino que fue evangelizado por una realidad de miseria, injusticia, marginación, explotación, chabolas y grietas en el alma que contaminó para siempre su beatitud quietista. Y regresó de Vallecas al seminario con las obras completas de Karl Marx, dándose cuenta de que comunismo y cristianismo son en parte la misma cosa, hostias y confesionarios aparte.

Aquellos curitas progres fueron inmediatamente exiliados a Sudamérica y África, y allí siguieron trabajando desde esa otra iglesia marginal, impulsando la después perseguida Doctrina de la Liberación y dejándose matar por los dictadores ultracatólicos y por los revolucionarios ateos, dado que ninguno de los dos los reconocía suyos.

Una tarde en Sierra Leona, hace ya unos años, le pregunté a Chema Caballero, redentor de niños-soldado:

– ¿Pero cómo es posible que tú, viviendo aquí y siendo más rojo que yo, sigas perteneciendo a la Iglesia de Roma, la que no le permite a los negros con sida usar condones?

Mis monjitas deben de ser las mayores distribuidoras de condones del planeta, Malvar -me contestó con beatífica sorna-. No te confundas.

Aquel día me di cuenta de que la iglesia católica está dividida entre dos grupos de hipócritas: los jerarcas, que renuncian a dios por dinero y poder, y los curas progres y misioneros, que cometen pecados mortales a escondidas con el honorable fin de salvar a la humanidad. Y que me perdone mi querido Chema lo de hipócrita, pues no he conocido a ningún otro ser humano tan hermoso como él. Pero una institución en la que se miente para hacer el bien tanto como para hacer el mal tiene los siglos contados.

Ahora este cura Pagola anda desmelenado dando más mítines que sermones, y aventando sabias y bellas palabras, preñadas de revolución y fuego, que lo conducirán inexorablemente a la excomunión, dado que la hoguera ya no está muy bien vista. Pero ya a nadie le interesan las palabras de un cura. Aunque sean justas. Ni los cismas de una iglesia que es falaz desde las dos orillas. Y hasta creo que este artículo no lo va a leer ni dios.

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  • rouco varela
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