Proseguir como se está y “no meneallo”, es anticristiano, por llevar consigo la canonización de sistemas injustos y atentatorios contra en Evangelio, contra la Iglesia y contra el pueblo
(Gracias sean dadas a Dios, tanto las campanas, como las campañas, en los alrededores de las llamadas “inmatriculaciones” por parte de la Iglesia, no tocarán más a silencio…)
Triste y dramáticamente hay que reconocer que una buena parte del listado de titulares periodísticos con carácter escandaloso con que cuentan los medios de comunicación social, sobre todo en los últimos tiempos, se corresponden con noticias eclesiásticas o para- eclesiásticas. Un día sí, y otro también, los usuarios de estos medios, en su diversidad de presentaciones técnicas, se ven obligados a participar de hechos y acontecimientos en los que la Iglesia, y más su jerarquía, actúan y son señalados como sus protagonistas.
Nuevas reflexiones sobre el tema son necesarias en beneficio de todos, comenzando por los responsables de institución tan sagrada.
Por amor a la justicia, a la sensibilidad y al respeto cívico y religioso que demanda la convivencia entre las personas, a estas alturas, a pocos se les ocurre pensar que todo o casi todo es invención de la “prensa impía y blasfema”, y que esta, sus administradores y profesionales, es el organismo creado, mantenido y financiado por Satanás en persona para finiquitar el Reino de Dios en la tierra y fuera de ella.
El mito pudo tal vez haber respondido a situaciones reales, pero los sistemas democráticos vigentes, la santa libertad de expresión, el funcionamiento del sistema judicial, aún con sus limitaciones, Constituciones, Concordato y leyes, defienden la verdad de modo y manera tan suficientes como para poder reafirmar la convivencia también en las cercanías del ámbito religioso. Culpar hoy a la prensa de todo, o de casi todo lo malo, no tiene consistencia alguna. Los hechos son los hechos y la prensa se limita a hacerlos públicos, sean del agrado o del desagrado de pocos o de muchos.
El capítulo de la pederastia, de los abusos y abusadores en la Iglesia, dio y da tanto de sí como para concluir que aún falta por desvelar no pocas de las circunstancias que lo agravan y agravian a personas perjudicadas, a sus familias y a la entidad, que encarnaban y en cuyo nombre actuaban, o decían actuar.
Según las cifras que nos son servidas como anticipo informativo, está de más suponer que las letras capitales de los titulares acapararán los espacios diarios de los medios de comunicación. Exactamente lo mismo ocurrirá con las exposición de razones, o sin-razones que con precisión y argumentos nos sean expuestas, con el consentimiento y “Visto Bueno” de las autoridades superiores de la Iglesia, dotados además de anatemas y condenaciones en esta vida y en la otra, contra quienes piensen y actúen de modo distinto al suyo.
El capítulo –asunto, tema o materia- de las “inmatriculaciones en la Iglesia española turba y conturba aún a los ateos…, por lo que cuanto se trabaje a favor de desvelar la verdad, de poner las cosas en claro, de trasvasar con honestidad las noticias al público, con denodados afanes por corregir los errores y reparar los daños, es tarea y testimonio esencialmente religioso. Proseguir como se está y “no meneallo”, es anticristiano, por llevar consigo la canonización de sistemas injustos y atentatorios contra en Evangelio, contra la Iglesia y contra el pueblo.
No obstante, un puñado de obispos guerreros por vocación y educación canónica, hasta arrogantemente siguen dispuestos a “inmatricular” todos los bienes llamados “eclesiásticos” y hasta buena parte de los del cielo, dejando el infierno en heredad para quienes, con papeles o sin ellos, defiendan lo contrario.
Nos da la impresión desdichada de que, entre unas cosas y otras, nos quedan por recorrer largos y tomentosos kilómetros de folios judiciales, para descubrir y adjudicarles a personas o instituciones la titularidad de los referidos bienes, sin obviar fórmulas tales como la de las subastas, convocados sus aspirantes al toque de campanas…
Verbos judiciales se conjugarán de aquí en adelante con presteza, uso y abuso, con lo que las noticias “eclesiásticas” acapararán “lugares sagrados” en desprestigio de todos. Son muchos –muchísimos, los millones de euros en juego, por lo que las noticias que generarán las obligadas gestiones resultarán ciertamente nefastas…¿Estamos todavía a tiempo de evitar, o paliar, escándalos de esta calaña?
Antonio Aradillas