Es tal el cúmulo de epítetos aplicados a la Virgen María que con razón muchos afirman que esta “deidad” cristiana es definitivamente la concreción de todas las diosas que en el mundo pagano fueron. Y desde luego no puede ponerse como paradigma de la mujer, porque la han desligado de tal manera del estamento femenino que ya “no sirve para nada”.
Recapacitar en lo que las “letanías lauretanas” dicen, es sumergirse en un piélago de sinsentidos, o más bien sentidos como pura fábula o puro simbolismo del conocido en la cultura secular como “el eterno femenino”.
Algunas fiestas religiosas se instituyeron superponiéndolas a fiestas paganas, a la par que éstas celebraban hechos de la naturaleza: el renacimiento del sol en Navidad, la explosión de la primavera, la recolección de la cosecha… En teoría, de una u otra forma, era dar nombre, “culturizar” hechos naturales comunes a todos los hombres.
Otras fiestas de tinte religioso son, sin embargo, producto de la pura elucubración teológica, imposición a la sociedad civil de invenciones nacidas en los cenobios sin relación alguna con sentimientos, vivencias o acontecimientos humanos.
Éste es el caso de la fiesta que todos “celebramos” hoy, la “Inmaculada”. No es que propongamos supresión alguna de festividades por el hecho de ser religiosas: bienvenidas sean todas por lo que de asueto y celebración ociosa se refiere, porque es tiempo dedicado a la familia o a uno mismo. Es otro el asunto, el de buscar el sentido de ésta. Que para una sociedad civil, laica, desligada de lo religioso, no lo tiene.
Hoy es día “de precepto”, le dijeron ayer domingo al fiel creyente en la misa dominical. Podríamos hacerle al fiel sumiso la pregunta de qué celebra hoy la Iglesia y seguro que no sabría responder con precisión. Diría que es una fiesta de la Virgen, que la Virgen no pecó nunca, que es “más pura que el sol (¿el sol es puro?) – más hermosa que las perlas que ocultan los mares”…
Bien sabemos que no, que la Iglesia celebra otra cosa bien distinta, relacionada con el pecado original. María, cuando Joaquín y Ana “se complementaron” para formar el embrión que luego sería madre de Dios, no fue contaminada con el pecado original.
Menudo embrollo doctrinal. Embrollo que para la esencia de la fe es absolutamente innecesario. Sin embargo el amontonamiento de doctrina, donde la una esconde a la otra o se deduce necesariamente de la otra, produce estas sinrazones dogmáticas. Y, claro, ¿quién osará alzar la voz cuando de loar a la santísima virgen María? Parecen unos y otros, desde papas a monaguillos, animarse mutuamente en ponderaciones a la diosa madre.
No vamos a entrar en otras consideraciones, como la de que dogma tan “evidente” fue declarado como tal desde el principio del cristianismo, o sea en 1854; tampoco es cuestión de bucear en el parecer de los primeros teólogos, Padre de la Iglesia, que ni por asomo podían pensar en que un ser humano estuviera libre del “pecado” original. A decir verdad, desde el principio hubo opiniones –eso es, opiniones– para todos los gustos.
La cuestión tendría hoy sólo un interés cultural y académico, algo parecido a las querellas de los concilios primitivos, las herejías, las peleas sobre la Trinidad y similares, si no fuera porque influye de manera directa en el calendario y las costumbres sociales de millones de personas, muchas de las cuales no entienden del asunto aunque les parezca importante, y otras que sí lo conocen pero les parece insignificante.
El carácter absurdo de que hoy sea fiesta en España se agrava si además se tiene en cuenta que la celebración se junta con el Día de Constitución (6 de diciembre), formando un macropuente, a pocos días de la celebración del solsticio de invierno… perdón, de la Navidad. La repercusión sobre los calendarios de celebraciones, de compras, de vacaciones, es importantísima. No discuto que pueda venir bien a muchas familias (aunque tengo dudas sobre la influencia económica, sobre el ahorro, el consumismo, etc.), pero el caso es que se produce de una manera poco racional.