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Iglesia Católica: ¿Un solo Dios o muchos dioses?

Los dirigentes de la Iglesia Católica afirman la existencia de un solo Dios, pero incurren en una contradicción en cuanto, de acuerdo con la Biblia, ¡palabra de Dios!, tienen que aceptar la existencia de muchos dioses.

En efecto, la Iglesia Católica desde sus comienzos ha defendido la existencia de un solo Dios, aunque, de acuerdo con su dogma de la Trinidad, ha considerado que ese Dios se manifestaba bajo la forma de “tres personas iguales y realmene distintas” –lo cual no hay por donde cogerlo, pues si son iguales no podrían ser no-iguales, es decir, distintas, mientras que si son distintas, es decir, no-iguales, entonces no podrían ser iguales. Ahora bien, si las contradicciones no tuvieran relevancia alguna en los intentos de dar una explicación racional de la realidad, en ese caso podría aceptarse el dogma de la Trinidad y cualquier otro que se nos ocurriese-. Tales personas son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento sólo se habla de Yahvé, que sería Dios padre, pero nada se dice del Hijo, ni del Espíritu Santo –aunque se hable en ocasiones de “el espíritu de Dios” del mismo modo que se hubiera podido hablar de “la cólera de Dios” y no por ello hablamos de “la Cólera de Dios” como otra de las personas divinas. Pero dejo para más adelante un estudio de esta cuestión.

Lo que en estos momentos se va a considerar es la contradicción según la cual, mientras la Iglesia Católica proclama la existencia de un solo Dios, la Biblia –especialmente en diversos libros del Antiguo Testamento– proclama la existencia de una multitud de dioses relacionados con los diversos pueblos con los que Israel mantuvo alguna relación. Los sacerdotes de Israel aceptan en diversos momentos que tales dioses tienen su propio poder, pero progresivamente van afirmando la primacía de Yahvé sobre todos ellos y finalmente proclaman ya la unicidad de Dios, identificado con Yahvé, el Dios de Israel.

A continuación se muestra una amplia serie de pasajes relacionada con esta temática y se realiza el comentario correspondiente de aquéllos que tienen alguna peculiaridad destacable.

Se inicia esta exposición haciendo referencia a los pasajes que simplemente afirman de manera explícita o implícita la existencia de todos esos dioses distintos a Yahvé. La lista de pasajes seleccionada es un poco amplia, pero mucho más amplio es el número de pasajes en que aparece esta referencia a los otros dioses y, por ello mismo, me ha parecido conveniente elegir algunos especialmente representativos para que pueda comprobarse las muchas ocasiones en que los autores bíblicos han estado obsesionados por toda la serie de dioses que en algún momento representaron una tentación para el pueblo judío, tentación de adoración en la que en diversas ocasiones cayó, provocando la reacción sanguinaria de los sacerdotes de Yahvé, cuyo enorme poder sobre su pueblo habría determinado matanzas brutales  contra aquellos cuya actitud, al adorar a otros dioses, podía representar un grave peligro para el férreo dominio de los sacerdotes de Israel sobre su pueblo.

Paso a enumerar y, en su caso, a comentar los pasajes seleccionados, citando en primer lugar una serie de pasajes en los que se exhorta y se amenaza al pueblo de Israel para que sea fiel a Yahvé y no adore a otros dioses.

En el texto a puede observarse que no se habla de falsos dioses sino de “otros dioses”, dando por hecho su existencia, pero considerando que no tienen “jurisdicción” sobre Israel quien por encima de todo debe permanecer fiel a Yahvé. En el texto b Yahvé –o más exactamente los creadores o continuadores de tal invención mítica- amenaza de forma explícita a quien desobedezca a los sacerdotes que dicen hablar en nombre de Yahvé o ponen en su boca esas mismas amenazas. El texto c insiste de forma más breve en la misma obsesión que el texto anterior. No se trata de que Yahvé sea un Dios celoso sino más exactamente de que los sacerdotes que dirigen al pueblo de Israel quieren por todos los medios posibles afianzar su autoridad sobre su pueblo y para este fin “ensalzan” a Yahvé presentándolo como un Dios terrible y celoso en grado sumo de la fidelidad de su pueblo y complementan esta idea con la farsa de hacerse pasar por intermediarios de Yahvé con su pueblo. Yahvé es al parecer un Dios tan soberbio y terrible que no puede mostrarse directamente ante su pueblo, pues su visión directa mata a quien le ve, tal como se indica en la correspondiente nota a pie de página[1].  Los pasajes citados son los siguientes:

a) “Jacob dijo a su familia y a todos los que estaban con él:

    -Tirad los dioses extraños que tengáis”[2].

b) “No tendrás otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”[3].

c) “No invocarás el nombre de otros dioses; que no lo pronuncie tu boca”[4].

d) “Así pues, respetad al Señor y servidle en todo con fidelidad; quitad de en medio de vosotros los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia y en Egipto, y servid al Señor”[5].

e) “No tendrás un dios extraño, no adorarás a un dios extranjero”[6].

En los textos que siguen se plantea de manera más conflictiva y sanguinaria la relación de Israel con los pueblos que tienen otros dioses, de manera que Yahvé –o, más exactamente, sus sacerdotes- intervienen con total crueldad para alejar a su pueblo de la aceptación de tales dioses o infligen castigos llamativamente crueles a Israel como si no hubiera un delito mayor que el de adorar a otros dioses, al margen de que se siga adorando a Yahvé. También es especialmente significativo que los sacerdotes no duden de la existencia de los dioses extranjeros ni del derecho de cada pueblo a adorar a sus respectivos dioses. Lo que les preocupa es que Israel deje de servir a Yahvé, pues eso implicaría la pérdida de su poder absoluto ante el pueblo, precisamente porque éste se fundamenta en que ellos se muestran ante el pueblo como los intermediarios y los transmisores de la palabra y de las órdenes de su Dios Yahvé a su pueblo:  

a) “Yo os entregaré a los habitantes del país, y tú los echarás de tu presencia. No hagas pacto con ellos ni con sus dioses. No los dejes vivir en tu tierra, no sea que te inciten a pecar contra mí, dando culto a sus dioses; eso sería tu ruina”[7].

Este pasaje pone de manifiesto el interés de los sacerdotes hebreos en mantener la exclusiva por lo que se refiere a la religión de su pueblo frente a la posibilidad de compartir una “libertad religiosa” con los dioses de otros pueblos, es decir, de otro negocio religioso sacerdotal que no fuera exclusivamente el que se relaciona con Yahvé. El mismo hecho de que aquí se ordene a Israel que no haga “pactos” con los dioses de ese otro país es una manera de situar a esos dioses en pie de igualdad con Yahvé, quien –a su manera- había hecho ya un primer “pacto” o “alianza” con Israel, a la que Israel debe mantenerse fiel.

b) “Israel se estableció en Sitín y el pueblo se entregó al desenfreno con las moabitas. Estas los invitaron a los sacrificios de sus dioses, y el pueblo comió y se postró ante ellos […] Entonces el Señor dijo a Moisés:

    -Reúne a todos los jefes del pueblo y cuélgalos ante el Señor, cara al sol, para que la cólera del Señor se aparte de Israel”[8].

En este pasaje se pone en evidencia la enorme brutalidad de los castigos de los sacerdotes judíos contra los inductores al gravísimo delito de adorar a otros dioses. Los motivos de estos severos castigos no son ni mucho menos de carácter religioso del mismo modo que tampoco lo fueron los castigos y las persecuciones de la Inquisición contra las ideas o contra los reformadores religiosos de la Edad Media, como los albigenses, o de momentos posteriores, como la condena de diversos herejes como Wyclef, Hus, Lutero, Zuinglio o Calvino, o como el de la condena de Galileo por su simple defensa de una verdad científica que la secta católica consideró peligrosa para el buen funcionamiento de su formidable negocio político y económico, que era lo que verdaderamente le importaba. Como ya se ha dicho en reiteradas ocasiones, el motivo de estos severos castigos era de tipo exclusivamente político. Los sacerdotes querían mantener su poder sobre el pueblo y, por ello, se les ocurrió la genial idea de crear un Dios como Yahvé, que tuviera celos y se encolerizase de modo terrorífico cuando su pueblo caía en la tentación de adorar a los dioses de los pueblos vecinos o a los de aquellos pueblos con los que establecían contacto por motivos bélicos o de cualquier otro tipo.

Esta interpretación, que podría tratarse de una simple conjetura indemostrable, tiene un valor mucho más firme cuando se tiene en cuenta que en situaciones en las que los sacerdotes ya no controlan el poder en cuanto lo han perdido y ha ido a parar a manos de los reyes desde el rey Saúl, no suelen aplicarse tales castigos tan severos. El caso más llamativo con una diferencia abismal es el del rey Salomón, que tuvo setecientas esposas extranjeras, con su propia religión, y trescientas concubinas; cuanta la Biblia que el rey Salomón adoró a todos los dioses de sus esposas. ¿Qué castigo adoptó Yahvé contra Salomón? Absolutamente ninguno. Como los sacerdotes no conservaban el poder, no podían condenar a muerte al rey. Pero, si Yahvé hubiera existido y realmente le hubiera importado esta gravísima ofensa del rey Salomón, le habría fulminado de inmediato, como había hecho en tantísimas ocasiones por otras faltas insignificantes en comparación con este delito tan grave.      

Texto completo en el PDF adjunto


[1]En Éxodo, 19:12 Yahvé comunica a Moisés que nadie de su pueblo puede avanzar más allá de un límite alrededor del monte Sinaí, donde él bajará y se entrevistará con Moisés: [Dice Yahvé a Moisés:] “Tu señalarás un límite por todo el contorno diciendo: No subáis al monte ni piséis su falda. Todo el que pise el monte morirá. Nadie tocará con la mano al culpable; será apedreado o asaetado”. Poco después, en Éxodo, 33:20, llega a decir al propio Moisés: “…sin embargo, no podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo”; y casi a continuación le dice: “…me verás de espaldas porque de frente no se me puede ver” (Éxodo, 33:23). Otros pasajes igualmente significativos por lo que se refiere a esa “lejanía” de Yahvé son los siguientes: -“El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió a setenta hombres de entre ellos. El pueblo hizo duelo por el gran castigo que les había infligido el Señor” (1 Samuel, 6:19); “Uzá sujetó el arca de Dios con la mano, porque los bueyes la hicieron tambalearse. Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá. Y allí mismo lo hirió, muriendo por su atrevimiento junto al arca de Dios” (2 Samuel, 6:6).

[2]Génesis, 35:2.

[3]Éxodo, 20:3-5. En Deuteronomio, 5:7,  se dice de un modo más escueto:“No tendrás otros dioses fuera de mí”, y más adelante, en Deuteronomio 5:9-10, aparece un texto muy similar al de Éxodo, 20:3-5.

[4]Éxodo, 23:13.

[5]Josué, 24:14.

[6]Salmos 81:10.

[7]Éxodo, 23:31-33.

[8]Números, 25:1-4.

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