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Huracán Aguer (arzobispo argentino) o la heteropía de la avanzada neoliberal

En un momento en el que la brecha social, ecónomica y cultural se ensancha, Aguer convierte en arma de guerra la doctrina católica que el papa jesuita sabe dulcificar para mejor imponerla.

En estas dos últimas semanas, Brasil, Chile y Argentina fueron escenario de una avalancha de ataques contra todo lo que huela a diversidad. Desde distintos poderes, como dormidos volcanes, salta lava sobre aquello que levante la cabeza de la familia tipo, la sagrada familia, la heterosexualidad y las (supuestas) únicas buenas costumbres. Aunque parezca tomado de la prehistoria esto pasó: un arzobispo prohíbe la educación sexual en las escuelas religiosas, un juez da vía libre a las terapias de reconversión de la homosexualidad. La pregunta es si el pánico de jueces, curas, gobernantes a una mirada del mundo que se resiste a la violencia patriarcal puede llegar a convertirse en nuevo argumento político, en Latinoamérica, para una sociedad cada vez más proclive a encontrar un Amo que la libere de lo que la desborda.

El arzobispo de La Plata, Monseñor Aguer, firmó con pluma monárquica el decreto 096/2017 mediante el que obliga a docentes de escuelas católicas a desoír contenidos de la Ley de Educación Sexual Integral. Lo hizo para “no inducir al error” mediante esa norma votada por el Congreso al alumnado, y que no se enseñe en las aulas formas de sexualidad que no tengan fines reproductivos con dimensión espiritual (que se coja como quien ora), admitidas por la catequesis. Nada que trascienda el binarismo de los sexos biológicos ni explique en qué consisten las identidades autopercibidas y orientaciones sexuales, o leyes civiles como el matrimonio igualitario o la Ley de Identidad de género. Aquello que desde el Vaticano se fulmina en una nueva cruzada con el término atemorizante de “ideología de género”. Que, como todo fantasma, se impone sin que la gente comprenda muy bien de qué se trata.

Esta avanzada arzobispal reclama, me parece, ya no solo el respeto a la libertad de culto ni necesariamente el regreso a la protohistoria de la democracia liberal como forma de resistencia a la “ideología de género”, sino la parte correspondiente de reparto clandestino de poder para una jerarquía eclesial que habla poco sobre los efectos del programa económico de gobierno y exige bellos gestos a cambio de esos silencios. En esa negociación florentina todos harán “como si”. El gobierno, “como si” admitiendo la dura autoridad moral de Aguer para desoír lo ya legislado, la representación popular no se violentase; la jerarquía católica argentina, “como si” pasando un poco por arriba de las heridas sociales que deja la derecha actual con cuyas élites pacta y se fotografía, no estuviera al mismo tiempo olvidando el dolor creciente de su rebaño ni los lamentos del nuevo papado.

En un momento en el que la brecha social, ecónomica y cultural se ensancha, Aguer convierte en arma de guerra la doctrina católica que el papa jesuita sabe dulcificar para mejor imponerla. Como un Lanata con mitra, no le importan las formas ni los matices porque pareciera hablar en la lengua del vencedor. En la Argentina existe una interna clerical que pretende ubicar a Francisco en el bando del derrotado populismo, junto a los curas de la opción por los pobres y, según cierto sentido común, el principal sector político opositor; y a Aguer como el cruzado de la ortodoxia, que gana la contienda y si habla de pobreza es para darle a los pobres una apariencia dócil y cadavérica.

Si el método Aguer pareciera vencer en la provincia es porque el clima social reclama la figura de un Amo que se ría como Lanata de la corrección política. Que autorice la objeción de conciencia contra el matrimonio igualitario, como el proyecto de Ley de libertad religiosa; que se pase por la entrepierna el Estado laico al enseñar religión en las escuelas salteñas, que desconozca la inclusión laboral para personas trans, todo esto en una alianza subterránea entre el poder ejecutivo, inmutable aunque publicite la diversidad como producto, y los sectores más tradicionales de la Iglesia y la justicia.

El capitalismo tardío, en la región latinoamericana, debe contener a los grupos más conservadores, mandarines heterosexuales formados de manera pía en los institutos religiosos. Se trata de una ideología universalizante que convierte el mundo en mercado, la subjetividad en una colonia hiperactiva de individualismo narcisista, los cuerpos de la diferencia en nuevos nichos de consumo o de exterminio y los flujos financieros virtuales en espíritu santo. Sin embargo, en esta parte del planeta adopta a modo de ventrílocuo algunos residuos discursivos y acciones del tipo “Voz de alto” (contra los murales, por ejemplo, de la estación Carlos Jáuregui) provistos por la guardia de hierro de la tradición católica y la vocinglería religiosa empresarial de los evangelistas. Mutual que define un estado de cosas a causa de las cuales las comunidades lgtbi podemos salir lastimadas.

El retrato de familia de la Corte Suprema actual presenta una nueva criatura bifronte que es todo un cuadro de época: dos de sus nuevos jueces resumen en una sola figura la coalición ideológica que lleva por nombre Cambiemos. Por un lado, el Dr. Horacio Rosatti, cercano al Opus Dei y halagado por Elisa Carrió; por el otro El Dr. Carlos Rosenkrantz, un representante de la derecha liberal moderna, defensor de la libertad de asociación de los grupos lgtbi, abogado de grandes firmas y multimedios y a la vez principal inspirador de la aplicación de leyes locales, como el 2×1 para represores, que desconoce la supremacía de tratados internacionales.

La pregunta que debemos hacernos es si el pánico eclesial a la llamada ideología de género, y su consiguiente llamado a algunas formas de exclusión de nuestra comunidad, puede llegar a convertirse en Latinoamérica en nuevo argumento político, concitar la atención de comunicadores sociales y entusiasmar a una sociedad cada vez más proclive a encontrar un Amo que ponga con violencia un límite a aquello que, dentro del funcionamiento del capitalismo tardío, siente que la desborda.

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