“… las instituciones religiosas saben que su existencia depende de que haya un número suficientemente grande de personas con un nivel cognitivo y moral por debajo del necesario para interpretar la realidad a la manera científica… Postrar de rodillas a los niños y convencerlos de que son ovejas en el rebaño del Señor es educarlos para imposibilitar que sean algún día ciudadanos…” (Marcelino Cereijido, 2012: 183) [1]
La prueba del algodón de las religiones es la prueba del humor. Pasa una caricatura por la superficie de una creencia, si vuelve llena de sangre, bilis o pus es que está sucia, no es de dios, no procede del bien, de la bondad, de la verdad.
Como ateo me resulta increíble la reacción virulenta de los creyentes ante unas caricaturas, chistes o disfraces sobre la religión. Especialmente cuando hay multitud de argumentos y sabios consejos, en dirección al prójimo y hacia sí mismos, que pueden aportarse ante la supuesta ‘afrenta humorística’. Por citar algunos argumentos: Dos no pelean si uno no quiere. No ofende quien quiere sino quien puede. A palabras necias, oídos sordos. Y esto sin entrar en los argumentos de misericordia, paz y perdón que dicen profesar las religiones y sus profetas.
La única salida digna no es precisamente hacerse el ofendido. Es reírse de uno mismo, la sana autocrítica, no tomarse demasiado en serio. Me ceñiré ahora a razones directas y derivadas de su propia reflexión ‘teológica’.
Premisa: A nivel ético, la maldad no vuelve malo lo bueno. No puede. Pero la bondad sí que transforma lo malo en bueno. La bondad sana lo que está enfermo. La oscuridad no puede entrar en lo que está iluminado. Porque no ofende quien quiere, sino quien se deja. No provoca quien quiere, sino quien se deja. No insulta quien quiere, sino quien se deja. Dos no pelean si uno no quiere. Lo valioso no se mancilla, el oro no se vuelve latón por contacto con el cobre. El maestro no se estupidiza en contacto con la ignorancia, ocurre al contrario, el maestro enseña al que no sabe.
Deducción: La libertad de expresión será insultante cuando haya intencionalidad ofensiva directa y ésta sea aceptada por quien la recibe. Por tanto, incluso la caricatura o disfraz más corrosivo serán inofensivos si son ignorados. A palabras necias, oídos sordos. Y a humor inteligente, estudiante aplicado.
Conclusión: ¿Ofendidos u ofensos? Hay más creyentes ofensos (falso ofendido) que realmente ofendidos. Justo al contrario que los ateos, tristemente, que hay más confesados que confesos. Habitualmente el ofendido es objeto de ofensa por parte del ofensor. Pero el ofenso (falso ofendido) es sujeto de una ofensa que parte de sí mismo. Para el ofenso cualquiera y cualquier cosa puede servirle de ofensor, que así es instrumentalizado como objeto de ofensa: ofendente (falso ofensor).
Resulta confuso ver la ira y la bilis en los ojos de quienes dicen haber sido agraciados con el don de la fe. Más confuso es verlos tan mansos y dóciles con el dinero, más ofensivo y criminal que ninguna viñeta (chiste, caricatura o disfraz) por vulgar y soez que ésta parezca. Perdonen si me río por no llorar.
Resulta confuso verlos confundir la realidad con las representaciones de la realidad, cosa que ningún niño de primaria haría: un pato y el dibujo de un pato no son lo mismo. Incluso las personas realmente místicas, contemplativas, no confunden religión y espiritualidad, personas de las que parecen no acordarse –excepto para las subvenciones– en esas situaciones de supuestas ofensas y blasfemias horrendas.
Resulta confusa la contradicción entre el dios que predican y el que sus ojos transparentan: tan omnipotente y tan fácil de derrocar con un lápiz y un comentario jocoso, con un disfraz y unas canciones pop-atrevidas. Suena a vasija vacía. A sepulcro blanqueado. Suena a hipocresía. Suena a mentira.
Resulta confuso un dios misericordioso cuyo talón de Aquiles es la ausencia de sentido del humor y que reclama venganza y represalia ante una reflexión irónica o un sarcasmo o un disfraz de carnaval. Más bien parece que muchos creyentes son idólatras que disfrazan de fe su falta de misericordia.
Cualquiera realmente agraciado con el supuesto ‘don de la fe’ sabe que la inteligencia es otra forma de nombrar a la misericordia. La persona inteligente sabe criticar con humor, pero, sobre todo, se ríe de sí misma. No ofende quien quiere…
Por eso el verdadero maestro se aplica en enseñar al que no sabe, empezando por él mismo, antes de condenar y de sentirse herido por las palabras, chistes, caricaturas o disfraces de otros. Si los maestros actuaran como los supuestos creyentes ofendidos, las comisarías y los juzgados estarían llenos de profesores denunciando a sus estudiantes por supuestas ofensas, burlas y caricaturas (sin entrar ahora en el creciente aumento de la violencia en las aulas, que es otro tema).
La fe parece que siempre se equivoca de enemigo: contra la mujer, contra la razón, contra el progreso, contra la naturaleza, contra la infancia, contra el humor. En realidad su enemigo fue siempre sólo uno: la propia especie humana.
Más bien parece que muchos supuestos creyentes son idólatras que disfrazan de fe su falta de misericordia, porque son incapaces de ver que sin espacios públicos para la disensión frente al poder (en todas las formas artísticas y retóricas posibles, desde la burla y la provocación), caemos en el verdadero infierno: la deshumanización. No se han enterado que la verdadera ‘buena noticia’ es el impulso transformador y emancipador de la capacidad de resistencia humana frente al statu quo. De ahí que Marx dijera que la religión es el suspiro de la criatura oprimida (además del consabido y más popular dicho sobre el opio).
Los que rezan a diario el ‘padrenuestro’ acaban olvidándolo a fuerza de desgastarlo por repetición. Así, los que se ofenden y te darían un puñetazo –como el señor Bergoglio– han olvidado (¿?) aquello de ‘perdona nuestras ofensas, como nosotros… bla bla bla’.
Las religiones son como vasijas de barro viejo, agrietadas e inútiles para contener el vino nuevo, la humanidad nueva. Cuando las creencias son fruto de discordia ya no son creencias, son veneno. Como el vino que se agria y se vuelve vinagre y ya no se puede beber. La creencia que se vuelve venenosa ya no se puede digerir ni transmitir.
Los creyentes ofendidos ven la burla en el lápiz o disfraz ajeno y no ven la traición en su propio ojo: la caricatura en que han convertido la fe que dicen profesar, la tortura y la masacre en que han convertido el dios en que creen, el teatro de títeres en que se han convertido y en que han convertido a su dios.
Cualquier niño aprende que ‘a palabras necias, oídos sordos’. Cuando un creyente se torna ofendido por una viñeta o un disfraz de carnaval es que dejó de ser niño, dejó de ser inocente, dejó de ser el preferido de su Padre Celestial (como diría un teólogo).
De qué les sirve tanta teología si no saben discurrir del siguiente modo:
- Por muy sagrado que sea nuestro profeta, nuestro prójimo lo es infinitamente más, aunque no comparta nuestro credo y acaso, por ello, todavía más.
- Los creyentes ofendidos convierten un dios que es fuente de amor, manantial de misericordia, en un competidor desleal contra el amor al prójimo.
- No entienden que la única manera de amarle y escucharle es a través del prójimo, no contra el prójimo, aunque tal prójimo sea un dibujante irreverente de viñetas o un drag queen disfrazado de virgen o crucificado.
- Una más una, dos. Si el cuerpo siempre fue el verdadero templo sagrado, ¿quiénes son hoy los nuevos mercaderes que hay que echar del templo? Sí, esos mismos que en defensa del honor y de los valores tradicionales (incluyendo los supuestamente religiosos) patean a las feministas o a los antitaurinos, los que buscan encarcelar a los que ejercen la libertad de pensamiento y de expresión, de protesta y de reivindicación.
El humor es la única terapia que nos queda para volar lejos y alcanzar la utopía. Como ateo converso (confesado y confeso), perdonen si me río por no llorar… Así, frente al reaccionario ‘hazte oír’ hay que oponer el revolucionario ‘déjame pensar’. Como ateo (confesado y confeso) mucho más ofenden las imposiciones morales y el machismo evangelizador. La pederastia clerical. Las peticiones de perdón a destiempo y sin reparación a las víctimas. Los privilegios fiscales…
¿Cómo puede ser que reclamen tanto respeto quienes no toleran al increyente? ¿De qué fe, dios o cosa sagrada están hablando? Los supuestos creyentes ofendidos se autoproclaman guardianes de la fe, en policías contra la inmigración de ideas infieles. Pero los inmigrantes del humor quieren saltar las vallas para entrar en la tierra del derecho de disensión, aunque se corten con las concertinas de las amenazas y el odio infernal. Frente a los kamikazes de la fe, que matan, están los valientes del humor, que dan vida a carcajadas mientras denuncian los delitos de cobarde estupidez pública y las parodias de la falsa paz y amor fraternal.
Seamos claros, su ‘exigencia de respeto’ es un eufemismo de su intolerancia a tu misma existencia, porque eres espejo de su hipocresía fundamental, de su anorexia moral, de su oportunismo cruel. Es más fácil masacrar al diferente ‘en nombre de dios’.
La prueba del algodón de las religiones es la prueba del humor. Pasa una caricatura por la superficie de una creencia, si vuelve llena de sangre, bilis o pus es que está sucia, no es de dios, no procede del amor.
Juan Agustin Franco Martínez. Profesor en la Facultad de Empresariales y Turismo de la Universidad de Extremadura
[1] Cereijido, M. (2012). Hacia una teoría general sobre los hijos de puta. Un acercamiento científico a los orígenes de la maldad. Tusquets. México D.F.