Sabemos lo que ha causado la catástrofe en Haiti, simplemente los movimientos de la placa tectónica caribeña frotando sobre la placa norteamericana; una fuerza de la naturaleza, indiferente al pecado, no premeditada, sin motivación, supremamente indiferente hacia la miseria o cualquier asunto humano.
La mente religiosa, en cambio, busca sin descanso un significado humano en los ciegos acontecimientos naturales. Como cuando el tsunami en Indonesia, del cual se culpó a la moral perdida en los bares para turistas; o el huracán Katrina, atribuido a la venganza divina sobre la ciudad entera de Nueva Orleans por servir de escenario a una comedia lésbica, u otros desastres, remontándonos al famoso terremoto de Lisboa y más atrás. Así que la tragedia de Haiti debe ser el pago por el pecado humano. El reverendo Pat Robertson ve la mano de Dios tras el terremoto, atribuyéndolo a una terrible retribución por el pacto con los viejos ancestros de los haitianos de hoy con el diablo que les permitió liberarse de la colonización francesa.
No hace falta decir que creyentes algo más amables se echan las manoz a la cabeza por las palabras de Robertson, tal y como rechazaron las de otros pastores, evangelistas, misioneros y mullahs en tiempos de desastres previos.
Qué hipocresía.
Tan repugnantes como son los puntos de vista de Robertson, él es en cambio el cristiano que se pliega a la tradición cristiana. Esos agónicos teístas que ven el sufrimiento como una miseria intratable y a Dios en la ayuda, el dinero y los bienes que ayora fluyen sobre Haiti, o —lo más nauseabundo de todo— proclaman estar viendo a su Dios sufriendo en la cruz sobre las ruinas de Puerto Príncipe. Esos afligidos hipócritas niegan la piedra angular de su propia teología. Es el obsceno Pat Robertson el auténtico cristiano aquí.
¿Donde se metía Dios durante la inundación de Noé? Sistemáticamente hundiendo bajo las aguas al mundo entero, animales y humanos, como castigo por sus pecados. ¿Y mientras Sodoma y Gomorra se consumían por el fuego y el azufre? Deliberadamente pasando por la barbacoa a la ciudadanía y sus bienes como castigo por los mismos pecados. Queridos cristianos modernos, ilustrados y teológicamente sofisticados; vuestra religión está basada en una obsesión por el pecado, por el castigo y la expiación. ¿Dónde están vuestros argumentos para condenar a Pat Robertson, vosotros que habéis firmado la obscena doctrina de que el propósito central del nacimiento de Jesús era torturarse a sí mismo como cabeza de turco por los pecados de toda la humanidad, pasada presente y futura, empezando por el pecado de Adan quien —como cualquier teólogo moderno sabe— en realidad nunca existió? Por citar al presidente de un seminario teológico, escribiendo en esas mismas páginas.
«El terremoto en Haiti, como cualquier otro desastre en el planeta, nos recuerda que la creación gruñe bajo el peso del pecado y el juicio de Dios. Esto es tan cierto para cada célula de nuestro cuerpo como para la corteza terrestre en cada lugar del globo.»
Vosotros amables teólogos y clérigos en mitado del camino, seguid balando tan bien vestidos en vuestros púlpitos, renunciando la sugerencia de Pat Robertson de que los haitianos están pagando por su pacto con el diablo. Pero seguid adorando a un hombre quien —tal y como decís a vuestras congregaciones aunque ni vosotros lo creáis— «expulsaba demonios». Incluso creéis —o no corregís a vuestras multitudes cuando lo creen— que Jesús curó a un loco haciendo que los demonios dentro de él volasen sobre una manada de cerdos y los abalanzara sobre un precipicio. Una historia encantadora, calculada para inspirar y subir el ánimo en la lectura del domingo y en las clases para los niños. La mención de Robertson puede sonar absurda, pero porque no es más que un aficionado en ese juego. Sólo lee tu propia Biblia. Pat Robertson es fiel a ella. ¿Y tú?
Querido apologista educado, ¿cómo te atreves a derramar tus lágrimas cristianas cuando tu teología es al completo una celebración del sufrimiento como pago por el pecado o expiación por él? Puedes llorar por Haiti cuando Robertson no lo hace pero, al menos, en su ignorancia pueblerina, sostiene un espejo honesto mostrando la fealdad de la teología cristiana. No eres más que un hipócrita tal y como lo define la Biblia.