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¿Habrá cambios en la iglesia española?

Esa es la pregunta que nos hacemos muchos ciudadanos, creyentes o no, ante los nuevos comentarios del Papa Francisco. Pero Rouco y sus obispos representan un extremismo intolerante difícil de combatir.

En las últimas semanas hemos escuchado frases del nuevo Papa que por lo menos nos han llamado la atención. Acostumbrados a los mensajes de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, al oír frases que parecen como mínimo sensatas, hace que más de uno nos planteemos si esos nuevos aires van a llegar a España.

Rouco está a punto de irse por varias razones, por edad, por salud y porque no le gusta a su jefe. Por lo tanto estamos hablando de acontecimientos que van a ir sucediendo en los próximos tiempos.

Por lo tanto, conseguir que Rouco se vaya quizás no sea lo más complicado. Pero ¿Y el aparato que ha montado el Presidente de la Conferencia Episcopal Española? ¿Qué va a pasar con él?

¿Tiene capacidad el nuevo Papa para nombrar a un nuevo presidente? Seguramente sí, pero qué hacemos con el resto comenzando por el portavoz, José Antonio Jimenez Camino, una de las personas más intolerantes y menos cristianas que han pisado dicho organismo pero que da la casualidad que es jesuita como el Papa Francisco. ¿Y con el resto de obispos?

El Papa Francisco ha comenzado su mandato por lo fácil. Hablar de vida austera, vivir en una residencia, acordarse de los indignados, de los pobres pero qué pasa con el Gobierno del Vaticano. La primera prueba de fuego que deberá pasar el Papa argentino es destituir a Bertone y a toda su camarilla, el gran poder de la Curia.

Por lo tanto lo prioritario es elegir un nuevo Gobierno que esté a la altura de las circunstancias, después ya se podrá plantear el cambio en las Conferencias Episcopales de otros países.

Pero ahí está el núcleo del problema. En la Curia han crecido los lobbys, mafias, grupos de poder y sin lugar a dudas lo peor de la Iglesia Católica de las últimas décadas.

En estos momentos de crisis económica, política, institucional y de aumento espectacular de la pobreza, España necesitaría una Iglesia Católica solidaria, austera, abierta, cooperadora. O sea todo lo que no tenemos. En manos del Papa Francisco está la solución pero también está su credibilidad.

Si el Papa aboga por un Estado laico y ese mensaje llega a España tendremos que plantearnos muchas cosas como los 247 millones de euros que el Estado paga a los sacerdotes españoles o los 700 millones dedicados a pagar a los profesores de religión de las escuelas o los 50 destinados a los capellanes de cuarteles, hospitales o cementerios. También tendremos que replantearnos las cruzadas que han llevado a cabo con las clases de religión o el crucifijo en las aulas.

Si el mensaje de respeto a los gays llega a España más de un obispo español tendrá que pedir disculpas a dicho colectivo y el Obispo de Alcalá de Henares tendrá que pensar en hacer las maletas o callarse de por vida.

Si los “príncipes de la Iglesia” deben desaparecer para potenciar a los curas de barrio ya pueden ir haciendo las maletas la totalidad de la actual Conferencia Epíscopal española que no sólo viven como príncipes sino como Reyes.

“Acumulan campos, casas, alquileres de viviendas, tienen miles de bienes registrados a nombre de la Iglesia católica, matriculan edificios que pertenecen al pueblo, invierten en Bolsa, se niegan a pagar el IBI, se resisten a renunciar a las exenciones fiscales, y defienden con uñas y dientes sus privilegios, concedidos durante la dictadura por legitimar el golpe militar contra la República y el régimen de Franco, mantenidos, e incluso incrementados, por los diferentes Gobiernos de la democracia. Y los defienden alegando que son derechos de Dios y de la Iglesia”, afirma Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid.

La renovación de la cúpula de la Iglesia española será una buena prueba del algodón del actual Papa. Si no actúa con determinación en este tema todo será papel mojado.

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