El ex nuncio en España, Renzo Fratini, durante la ordenación de un obispo en Vitoria, en 2016.
La pugna por Franco actualizó la vieja práctica socialista de enfrentarse al Clero… de palabra
Este jueves se hizo oficial, mediante la publicación en el Bolletino de la Santa Sede, la aceptación de la renuncia del nuncio Renzo Fratini. Este diplomático italiano fue designado nuncio en España en 2009 y durante su mandato pocas veces se le ha escuchado la voz o pisar algún charco comprometido. Un perfecto apparatchick vaticano, un fiel representante de la misión diplomática más antigua del mundo. Un rostro impenetrable, acostumbrado a ver, oír y callar. Pero le llegó la aceptación a la renuncia y mientras preparaba el traslado a Macerata, su población natal en la región de Las Marcas, aquel enigmático curial se puso a hablar por los codos. En una semana hizo más declaraciones que en sus 10 años en la embajada de la Avenida de Pio XII.
Las más polémicas fueron aquellas en las que consideraba que el Gobierno socialista pretendía resucitar a Franco con la exhumación de sus restos del Valle de los Caídos, lo que provocó el enojo del Ejecutivo en funciones. Pero es que, pocos días antes, se había despachado con unas declaraciones a Alfa y Omega, la revista oficial del arzobispado de Madrid, en las que atacaba a Trump, Salvini y Orban y se permitía concluir con el siguiente razonamiento: «En Europa estamos viendo aparecer grupos que provocan divisiones, rupturas, casi como una nostalgia de las dictaduras. Es lo que algunos han llamado democraturas, democracias desde el punto de vista formal con sistemas políticos crecientemente autoritarios».
El Nuncio había olvidado su finezza diplomática, más bien había caído en una temeridad, contraviniendo la Convención de Viena que le obliga a no inmiscuirse en los asuntos internos del Estado. Daba la impresión de que, después de tantos años callado, el nuncio daba rienda suelta a su desahogo personal. Eso sí, atacando a tirios y troyanos. Dejando descontentos a progres y conservadores. Por un lado, atacaba a Sánchez y por otro lado a Trump.
La tempestad llegó a alcanzar una dimensión tan grande, cercana a un conflicto diplomático, que la embajadora ante la Santa Sede, Carmen de la Peña, entregaba este jueves la queja del Gobierno español al secretario vaticano de Relaciones con los Estados, monseñor Paul Richard Gallagher. Ese mismo día -aceptación de la renuncia y queja del Gobierno- Fratini volvía a hablar. Esta vez en la revista Vida Nueva y con el siguiente titular: «No pensaba que lo que comenté pudiera suscitar un problema. Si alguien lo interpreta como una injerencia, solo quiero dejar claro que no era mi intención absolutamente meterme en política». Tibias disculpas, probablemente suscitadas desde la Secretaría de Estado para rebajar la tensión con el gobierno socialista.
Tres entrevistas en una semana. Una contra Trump y Salvini, otra criticando la exhumación de Franco y una última pretendiendo edulcorar la anterior. En el caso que sea la última y que Fratini no le haya cogido gusto a hablar. Cierto es que su carrera no ha finalizado de una forma muy brillante. Todos los nuncios en España de los siglos XX y XXI acabaron con un puesto en la Curia y el cardenalato, tras acabar su misión en nuestro país, salvo dos: Lajos Kada, que fue designado muy mayor, y Mario Tagliaferri, que fue trasladado de nuncio a París y falleció allí en activo. Incluso el antecesor de Fratini, el portugués Manuel Monteiro de Castro, fue creado cardenal a la tardía edad de 74 años. Con Fratini se ha roto esa inveterada costumbre, que proporcionó a la Santa Sede purpurados como Ragonesi, Tedeschini, Cicognani, Antoniuti, Riberi, Dadaglio o Innocenti. Por ahí puede venir la frustración del nuncio y su salida de tono, tan lejana a la prudencia diplomática. No digamos a la diplomacia vaticana. Una carrera que podía acabar en el cardenalato y acaba como embajador en Madrid. Diez años de servicios prestados, tanto con el pontificado de Benedicto XVI como con Francisco. Adaptándose, como buen diplomático, a las directrices de cada momento. Con Bertone y después con Parolin como secretarios de Estado. Con más de 40 obispos nombrados durante su misión. Con la renovación total de la Iglesia vasca y la sustitución de los anteriores obispos contemporizadores con el terrorismo etarra. Con el cambio de los obispos de Madrid y Barcelona. Y con el volantazo final de la designación de dos obispos netamente nacionalistas, como el de Tarragona Planellas y el nuevo obispo auxiliar de Bilbao, Joseba Segura; en su día valedor de la izquierda abertzale y mediador en la negociación de las diversas treguas, como revela muy documentadamente el libro Con la Biblia y la parabellum, de Pedro Ontoso..
Por otro lado, tampoco la queja del Gobierno, por boca de la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo, va a significar más que un brindis al sol. Principalmente, porque Fratini ha concluido su misión. Ya no es nuncio, por lo que difícilmente se le puede achacar cualquier infracción diplomática. El mismo día en que la embajadora presentaba oficialmente la queja, la Santa Sede publicaba oficialmente la aceptación de la renuncia. Luego está el problema fiscal y las amenazas del Gobierno. Tampoco parece que van a llegar muy lejos. También ese mismo 4 de julio, la ministra en funciones de Hacienda, María Jesús Montero, explicaba que la intención del Gobierno de hacer pagar a la Iglesia el IBI se refiere solo a las propiedades que no están puestas a disposición de la sociedad para el culto o las actividades sociales. Es decir, tal como está ahora. No va a cambiar nada. La Iglesia solo está exenta de IBI con esos inmuebles. Es una vieja práctica socialista: blandir el espantajo del enfrentamiento con la Iglesia católica. Luego, nunca ha pasado nada. Así sucedió con Alfonso Guerra y la negociación con el entonces obispo Cañizares o con el Gobierno Zapatero y la negociación con monseñor Blázquez. Jamás ha tenido consecuencias económicas un Gobierno socialista para la Iglesia. Más bien al revés. Cierto es que Pedro Sánchez ha llegado más lejos que nadie con la pretensión de la exhumación de los restos de Franco. Pero de ahí a tocar la economía de la Iglesia existe un gran paso.
Oriol Trillas