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¡Gracias a Dios que la religión es un negocio!

No hay religión que no sea negocio. De esto están muy conscientes los gurús del mercadeo que hoy asesoran a las grandes iglesias protestantes norteamericanas en su búsqueda de almas. El fenómeno de las ‘mega-iglesias’ (megachurches) en EE.UU. es revelador: proliferan ahora grandes templos que asimilan el ritual religioso a la experiencia de ir de shopping. Las mega-iglesias tienen una gran semblanza con centros comerciales; en muchas de estas congregaciones, puede alabarse a Dios, e inmediatamente, ¡ir a comer a McDonalds en la propia iglesia! Y, por supuesto, el mercado se ha inundado con una enorme cantidad de artículos de consumo que tienen como branding temas religiosos. Ya hay muñecos de Jesucristo como si se tratase de un superhéroe.

Las iglesias protestantes son las más prominentes en esto, pero otras manifestaciones religiosas las empiezan a imitar. Juan Pablo II tuvo una visión empresarial, y vendió discos rezando el rosario, lo cual batió récords de venta. Varias agencias de viaje en países musulmanes preparan paquetes turísticos para el peregrinaje a La Meca. Maestros hindúes como Osho y Ravi Shankar venden masivamente sus libros de auto-ayuda.

En alguna época, la antropología quiso establecer una diferencia entre la magia y la religión. Y, una de esas diferencias, supuestamente, radica en el carácter comercial de la actividad. El mago cobra por sus servicios, el sacerdote no. Esto, obviamente, es una farsa. Hoy, afortunadamente, la antropología ha rectificado, y admite que no es tan fácil distinguir entre magia y religión. Y, en lo que concierne al negocio, ¡es obvio que el brujo participa tanto como el cura!

La Iglesia Católica fue probablemente la más dada al negocio de la fe en las épocas previas a la Reforma Protestante en el siglo XVI. Infamemente, el dominico Johann Tetzel alegaba que, en las ventas de indulgencias, tan pronto como sonara la moneda en el cofre, el alma saldría del purgatorio; incluso, quien hubiera violado a la madre Dios, podría salir del purgatorio comprando la indulgencia. Sin duda, Tetzel fue un genio del mercadeo religioso.

Comprensiblemente, los reformadores protestantes se indignaron ante todo eso, y quisieron devolver al cristianismo la dimensión espiritual que, a su juicio, el comercialismo de la Iglesia Católica había corrompido. Yo, en cambio, en este aspecto prefiero defender a la Iglesia Católica, y a todos los mercaderes de la fe.

No soy religioso, y por ello, me importa un comino que la espiritualidad de la religión se corrompa. En cambio, sí simpatizo con el materialismo y la consecución de la prosperidad económica, y en ese sentido, opino que el negocio de la fe puede contribuir a la producción de riquezas en una sociedad. La mentalidad anti-capitalista teme los negocios; yo no comparto ese temor. Yo opto más bien por la mentalidad emprendedora que favorece el comercio. Y, si la religión promueve el comercio, entonces, por transitividad, debo simpatizar con esa faceta de la religión.

Max Weber hizo célebre la tesis de que el calvinismo promovió el espíritu del capitalismo (según esta tesis, la idea calvinista de la predestinación hizo que los comerciantes acumularan riquezas, como signo de que se encontraban entre los salvados), mientras que el catolicismo fue reacio a la mentalidad capitalista. Hay seguramente un germen de verdad en esta tesis. Pero, me parece que es un poco injusta con el catolicismo. Pues, ¿qué más gesto capitalista puede haber que la venta de una indulgencia?

La comercialización de lo sagrado activa la economía. Ciertamente la venta de indulgencias fue una actividad fraudulenta, y promovió el enriquecimiento del clero a expensas del trabajo del vulgo. Pero, al final, el capitalismo no es un juego de suma cero, y el supuestamente explotado, puede salir también beneficiado. Las ventas de indulgencias tuvieron consecuencias económicas positivas para todos. Con la venta de indulgencias, hubo mayor motivación para que el vulgo buscase producir más riquezas para sacar a los familiares del purgatorio. Creció el incentivo al trabajo.

Con la venta de indulgencias, se construyó la basílica de San Pedro. Es tentador ver esto como una forma de explotación: con sus engaños, la Iglesia Católica creció en patrimonio, mientras el pueblo trabajaba. Pero, la construcción de la basílica de San Pedro propició un conjunto agregado de actividades económicas que, a la larga, activa la economía y beneficia a todos. En torno a la basílica de San Pedro empezaron a proliferar vendedores, artesanos, etc., que seguramente, no habrían podido comenzar sus negocios, si no hubiese sido por la atracción popular al templo.

Los cristianos más puristas se rasgarán las vestiduras al contemplar que, en las mega-iglesias de EE.UU., hay McDonalds. Después de todo, Jesús expulsó a los mercaderes del templo. Yo, en cambio, no favorezco la expulsión de los mercaderes del templo. Los McDonalds en las mega-iglesias abren oportunidades de empleo, incentivan a los consumidores a producir más para pagar sus comidas, y así, propician la actividad económica. Por parafrasear a Adam Smith, gracias al interés de esos mercaderes en el templo (y no propiamente gracias a su caridad), nosotros tenemos nuestra cena todas las noches. La actividad comercial favorece a todos.

La religión es una gran máquina de decir mentiras; en eso, estoy de acuerdo con los paladines del nuevo ateísmo (Dawkins, Harris, Dennett, Hitchens, etc.). Pero, no comparto con estos paladines la idea de que la religión no cumple ninguna función social, y que no tuvo gran ventaja adaptativa en la evolución de la especie humana.

La religión sí sirvió para dirimir conflictos y mantener la cohesión social en los albores de nuestra especie. Pero, mucho más que la religión (la cual puede propiciar intolerancia que se manifiesta en tremenda violencia), el comercio ha servido para suspender la violencia. La mejor forma de garantizar la paz entre distintos grupos, es asegurando el comercio entre ellos. Frederic Bastiat elocuentemente advertía que, si las mercancías no cruzan las fronteras, los ejércitos sí lo harán. En función de esto, me parece muy razonable postular que, uno de los mecanismos de los cuales se ha valido la religión para mantener la cohesión social y la suspensión de la violencia, es a través de la comercialización de lo sagrado.

El negocio de la fe es, a simple vista, una estafa. Las indulgencias no sacan a nadie del purgatorio (¡el purgatorio no existe!); las aguas del Jordán no tienen poderes curativos; los libros del gurú Shankar no alegrarán al depresivo clínico. Pero, en un nivel más profundo, el negocio de la fe es una columna de la sociedad comercial. Y, la sociedad comercial no sólo propicia la prosperidad económica, sino también la paz mundial.

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