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Geopolítica de la Santa Sede · por Rafael Fraguas

Tan solo mide lo que miden 44 estadios de fútbol. Tal es la superficie del Vaticano, el Estado-Ciudad más pequeño del mundo en extensión territorial y población: 734 habitantes, de los cuales, únicamente 30 son mujeres. Está enclavado en el corazón de Roma cubierto de jardines que ocupan la mitad de su superficie. Lugar de residencia del Papa, alberga pues la sede, Santa Sede, de la cúpula de la cristiandad católica, una de las religiones monoteístas más influyentes del mundo, con cerca de 1.500 millones de bautizados. Pese a su minúsculo tamaño geográfico, la importancia del Estado vaticano desde el punto de vista de la Geopolítica, Ciencia que estudia la correlación entre el espacio geográfico y su designio político, es enorme.

Y ello debido a que su poder directo e indirecto reside en el ascendiente moral y cultural con el que la Iglesia católica cuenta, más influyente que el de otras instituciones religiosas de confesiones diversas. Pero a ello hay que añadir su configuración como una teocracia, la única en Europa, sustentada en una monarquía absoluta aunque electiva, encarnada en un Pontífice con mandato vitalicio. El Papa es elegido por el cardenalato, la corporación que reúne a los principales dignatarios religiosos de esta confesión.

Desde el punto de vista político, los asuntos de gobierno los lleva un secretario de Estado. Y los de tipo económico -el patrimonio dinerario y monumental, histórico-cultural y artístico, del Vaticano es en verdad inmenso- lo rige ahora un Consejo Económico creado por el recientemente fallecido Papa Francisco. Se financia mediante asignaciones de Estados con población mayoritariamente cristiana, a través de concordatos, así como donaciones de particulares, inversiones financieras y un patrimonio inmobiliario propio, con miles de propiedades. El ir y venir de dádivas hacia la Iglesia católica es un flujo constante a escala mundial y contribuye a establecer, sufragar o apoyar misiones e iniciativas de proselitismo y pastorales.

Pese a su tan circunscrita superficie, el influjo del Papado en la historia del mundo, señaladamente el europeo, ha sido muy importante. En su pasado medieval, compitió de tú a tú con otras naciones en la escena temporal, incluso en los campos de batalla, con ejércitos y bastimentos propios. Su constreñimiento político y territorial a manos de los nacionalistas revolucionarios italianos menguó la amplitud de los anteriormente denominados Estados Pontificios en torno a 1870 y, con los ulteriores Pactos de Letrán, de 1929, el Vaticano quedó más o menos ceñido a sus límites actuales. No obstante, goza de enclaves adscritos a la extraterritorialidad señaladamente en distintas zonas de Italia, así como dispone de 122 nunciaturas -equivalentes a misiones diplomáticas- en otros tantos Estados del mundo. Su burocracia incluye unos 4.600 empleados procedentes de numerosos países del orbe católico. Destacan los de procedencia helvética, 135 de los cuales, con sus llamativos uniformes renacentistas, conforman hoy la denominada Guardia Suiza, encargada de la seguridad papal y vaticana.

Un poder autónomo

La entidad de la Santa Sede como poder autónomo, sin embargo, se ha debido principalmente a la movilización y gestión de una narrativa discursiva propia, basada en las emociones y sentimientos que la oferta creencial católica desplegó y despliega en millones de mentes de individuos de sociedades nacionales y comunidades muy distintas. Asimismo, su ascendiente de poder espiritual deriva de las pautas morales que, como tal confesión religiosa, administra y cuya aplicación controla a través de pautas reglamentadas como las litúrgicas en la esfera exterior y la confesión, con los denominados sacramentos, en el ámbito de la intimidad.

Es preciso destacar, por ejemplo, que las principales redes de información del continente africano fueron, durante décadas, las vaticanas, por disponer de una prieta madeja de emisoras de radio vinculadas a distintos enclaves misioneros esparcidos por el llamado continente negro. Estas misiones, de honda raigambre, expandieron el proselitismo católico y cierta acción social valorada -o enjuiciada- por numerosas comunidades indígenas. Durante siglos, la acción misionera, pese a heroicas subjetividades desplegadas sobre aquellos territorios, se solaparon objetivamente con potentes e inhumanos designios imperiales. El dominico fray Bartolomé de las Casas, obispo en la región mexicana Chiapas, dio cuenta a los Reyes de España de algunas de aquellas graves exacciones en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, publicada en 1542, cuya influencia motivó la promulgación de leyes protectoras favorables a la humanización del trato a los pobladores originarios de América.

Wojtyla y la URSS

Ya en nuestra contemporaneidad, la Influencia de la Santa Sede en la configuración axiológica del mundo, la concerniente a los valores, estilos de vida y conductas, así como su impacto en el ámbito geopolítico han sido y siguen siendo muy potentes, aunque de decreciente impronta, dado el despliegue de intensos procesos de secularización. En lo más cercano, por mencionar solo dos ejemplos, la influencia del Papa polaco Carol Wojtyla en la inducción intencional -y exitosa- de procesos encaminados a la implosión de la Unión Soviética, con el consiguiente paso de la bipolaridad geoestratégica de la Guerra Fría a la unipolaridad de los Estados Unidos de América, hoy puesta en duda por el Sur global, ha sido considerada evidente por observadores imparciales. Como evidente fue su desmantelamiento de la Teología de la Liberación, propuesta doctrinal católica en clave social progresista, cuyo desguace ideológicamente premeditado por Juan Pablo II dio paso a la actual colonización proselitista de gran parte de América Latina en clave protestante evangelista. Aquel proceso adquirió una deriva ideopolítica asociada al populismo negacionista y extremadamente retrógrado de personajes como Jair Bolsonaro en Brasil o Donald Trump, en Estados Unidos, provistos de sendas bases electorales muy reaccionarias y con una proliferación ilimitada de este nuevo discurso ultraindividualista, creacionista, antievolucionista pues y, en ocasiones, milenarista, enraizado ya en amplias comunidades de América Central.

Una alianza duradera

La Iglesia católica y su Papado no se libraron de tóxicos influjos exteriores, surgidos también desde prácticas generadas intramuros de sus rangos. La implantación de la Mafia en el territorio italiano y también en el país norteamericano, habida cuenta de sus actividades criminales, comprometió a algunos políticos de ambos países conectados con la institución religiosa romana y causó notable descrédito en ella, con algunos episodios execrables, destacadamente en el terreno bancario y financiero. Fue el caso de la quiebra del banco Ambrosiano, vinculado a las finanzas del Vaticano.

Por otra parte, la alianza objetiva entre la Democracia Cristiana, partido político afín al Vaticano, y la Mafia, se erigió en valladar anticomunista inducido desde Estados Unidos en la Italia de la Guerra Fría, para frenar entonces la creciente influencia sociopolítica del PCI, al que trataron por todos los medios de impedir que accediera electoralmente al Gobierno de Italia. El asesinato de Aldo Moro, democristiano partidario heterodoxo de una alianza entre el PCI y la DC, sería exponente rotundo de aquellas poderosas trabas.

El matrimonio democristiano-mafioso duró hasta la implosión de la URSS, en 1990, que señaló la rotura de aquella coalición que impedía al Papa, por ejemplo, visitar la Cuba comunista, de donde los mafiosos habían sido expulsados abruptamente por Fidel Castro. Una vez rota aquella coyunda, con Totó Rina, jefe mafioso, en la cárcel y Giulio Andreotti, mandatario de la Democracia Cristiana, procesado, el Papa pudo entonces visitar la isla, donde la grey católica es aún hoy muy numerosa. Empero, el Papa Francisco instauró hace un par de años un dicasterio específico para excomulgar a la Mafia, cuyos compares, jefes mafiosos de rango superior, generalmente inductores de asesinatos y de numerosos delitos, gozaban de deferencias singulares: sirva de ejemplo el habitual giro de las imágenes de cristos, santos y vírgenes hacia los balcones de los domicilios de los gerifaltes mafiosos durante las procesiones populares en el católico Sur de Italia.

Silencio y erosión

La erosión de la institución eclesial católica alcanzó su mayor intensidad al aflorar las resistencias internas de la jerarquía eclesiástica a reconocer públicamente los delitos de abusos sexuales cometidos durante décadas por numerosos sacerdotes de distintas congregaciones docentes, contra niños, adolescentes y jóvenes. El apabullante repertorio de delitos se había prolongado en países de ampla trayectoria católica como Irlanda, Francia y España, entre muchos otros, como Estados Unidos y Canadá.

Presumiblemente, según algunos, una concepción taimada del denominado escándalo, llevó a muchos dignatarios religiosos a ocultar a sabiendas lo que se perpetraba en tantos centros educativos. Optaron por el silencio y, cuando se comprobaba la comisión de hechos delictivos, comprobación que no siempre culminaba, la jerarquía eclesiástica apartaba al religioso convicto a un destino distante de aquel en el que había incurrido en delito, siempre según una artera lógica de autodefensa corporativa interna. A partir de entonces, en un ambiente de secularización creciente por otras causas, el crédito moral de la Iglesia católica y su ascendiente geopolítico comenzaron a menguar y a deteriorarse su imagen pública, proceso al cual los Papas Benedicto XVI y Francisco intentaron poner coto. Y lo intentaron mediante la percepción del alcance de lo sucedido por parte del Pontífice alemán y a través de la condena pública de tales crímenes y la petición pública de perdón por parte del Papa Bergoglio. La condena de éste ante la guerra genocida de Israel contra el pueblo palestino de Gaza y su llamada a la paz, también en la guerra entre Rusia y Ucrania, timbraron su papado con gestos tan señeros como la defensa cerrada de la humanidad de los migrantes, acosados por las autoridades civiles italianas, entre otros ejemplos.

Se trató de casos donde afloraba una influencia geopolítica, aunque indirecta, creadora de conciencia y de rechazo moral frente a tales prácticas. El hecho de que Bergoglio fuera el primer jesuita que accedió al Papado, aportaba un matiz diferencial muy singular a la doctrina y a la praxis política vaticana, dado que la Compañía de Jesús ofició casi siempre como auténtico Servicio de Inteligencia y Guardia de Corps del Obispo de Roma, nunca como decisora directa de los designios de la Cristiandad.

El caso de España

En otro orden de cosas, en la perspectiva española, la influencia de la Iglesia católica se caracteriza por la potente cuota de la fiscalidad pública de la que dispone- voluntariamente por parte del contribuyente católico- y de la autonomía política de la que goza. Sirva un ejemplo: cuando el Estado español y la Iglesia católica negocian asuntos relativos a la Educación, sobreviene siempre un momento en el cual el Estado se achanta y transige con las demandas de su contraparte. ¿A qué puede deberse este permanente repliegue de los negociadores estatales? La hipótesis más consistente se refiere a que la Iglesia sabe y exhibe que dispone de un discurso, la religión católica, que puede ser compartido simultáneamente por catalanes, vascos, gallegos, andaluces, extremeños… y España no anda muy sobrada de factores ideológicos de cohesión nacional. La razón de Estado exige fortificar esos vínculos… Ahí parecía residir la persistente fuerza negociadora eclesial, al menos hasta ahora, en que la secularización rampante comienza realmente a hacer mella en su influencia. Mas la inercia estatal transigente al respecto parece mantenerse, pese a todo.

En fin. Pese a las limitaciones objetivas y subjetivas de esta crónica pretendidamente analítica, cabe constatar que la ideología, entendida como concepción o visión del mundo, weltanschauung en alemán, sigue siendo un factor geopolítico de primer orden. La religión católica incorpora siempre este tipo de visión y la Iglesia la exhibe al concurrir a la escena internacional desde un Estado propio, que cuenta con bazas geopolíticas propias, como las descritas, en tanto que superpotencia ideológica, axiológica y también cultural. Qué difícil resultaría tratar de comprender el mundo de la Arquitectura, el de la Pintura o el de la Música, el de las costumbres y los modos de vida sin tener en cuenta esta evidencia, que cristaliza en un poder geopolítico sustantivo y real.

Veamos qué nuevo titular surge del Cónclave romano y comprobemos en qué medida el designio -doctrinalmente proclamado del Espíritu Santo sobre el elegido- recibe o no el mordisco del Maligno, encarnado hoy por superpotencias y potencias geopolíticas siempre al acecho de lo que sucede en Roma, por la cuenta que les trae.

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