«¿Quién es Dios?», se pregunta el catecismo. Y responde: «Dios es nuestro padre que está en los cielos, creador y señor de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos». El ya obispo emérito de Mérida-Badajoz, Santiago García-Aracil se sabe de memoria la última parte de la respuesta. Y la aplica a rajatabla. De ahí que, antes de irse, haya dejado ‘colocados’ a sus amigos y haya ‘castigado’ a los que considera sus enemigos. Y eso que el Evangelio, matizando al catecismo, asegura que no se puede separar el trigo de la cizaña.
El «traspaso de poderes» de Santiago García Aracil a Celso Morga tuvo lugar el pasado sábado. Sin brillo y con perfil bajo. Ni siquiera apareció el Nuncio de Su Santidad, Renzo Fratini, al que, en principio, se esperaba en la ceremonia.
En general, el clero ha recibido el relevo con alivio. Y es que, según algunos de los curas pacenses que nos escriben, «Don Santiago deja una diócesis herida y cansada». Y, para colmo, sus últimas decisiones son las de un obispo-señor, que indignan especialmente a los curas. «Tendríamos que denunciar éstas y otras muchas cosas, pero en la Iglesia sigue reinando el miedol. Denúncialo tú y nos haces un favor», dice un sacerdote pacense.
La primera es premiar y promocionar a sus fieles, «a los que, durante todos estos años, fueron sus brazos ejecutores, pasando muchas veces por encima del compañerismo y de la justicia».
Éstos son algunos de los premiados. El vicario general, Sebastián González, destinado a la parroquia de San Juan Bautista, en pleno centro de Badajoz. A otros dos vicarios episcopales, Manuel Alegre y Manuel Ruiz, a sendas parroquias también del centro de la capital pacense. A su secretario, Pedro Fernández Amo, lo nombró rector del templo de la Soledad, la patrona de la ciudad, y delegado de hermandades y cofradías.
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La segunda decisión criticada por los curas es la de aumentar la lista de los «damnificados» y hasta de los «quemados». Es decir, de los sacerdotes que, en honor a su conciencia «se permitieron disentir y decirlo públicamente; se atrevieron a pensar libremente y a contradecir al obispo».
Y la última decisión, en plan príncipe de la Iglesia, fue la de reservar para su uso personal y esporádico el piso de 500 metros cuadrados en el que vivió hasta ahora. Se trata de un piso equipado a todo tren, que pertenece al cabildo catedralicio y por el que paga a los canónigos un módico alquiler de 300 euros al mes. Todo un señor piso que el ya arzobispo emérito utilizará en sus contadas visitas a Badajoz.
Fiel a su estilo, hasta el final. Y el caso de García Aracil no es único. Algunos prelados españoles no ven o no quieren ver el «sesgo» evangélico que Francisco quiere imprimir a la Iglesia. Y continúan anclados en las viejas inercias de prelados funcionarios que, como los malos políticos, antes de irse, concedenm sus últimas prebendas. Les cuesta pasar o simpemente se niegan a pasar del pastor-príncipe al pastor que huele a oveja.