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Fundamentalismo protestante cristiano: posiblemente el mayor peligro de nuestro tiempo

La reciente matanza de Noruega, perpetrada por un cristiano ultraderechista, ha colocado el zoom sobre un cáncer social ignorado en Europa y, muy especialmente, en España: el fundamentalismo protestante.

   Pero el  mayor peligro de muchos fanáticos cristianos, estilo Breivik, no es que parezcan locos de remate (posiblemente lo parecen porque lo están), ni que muchos de sus planteamientos retorcidos se maceren en mala baba y odio.

No, la descomunal peligrosidad del fundamentalismo cristiano protestante radica en su acceso e influencia sobre las palancas del poder mundial… no son pocos los líderes protestantes que aconsejan y predican sobre la conveniencia de bombardear naciones y masacrar inocentes para adelantar la venida de  Jesucristo.

   Desgraciadamente para la humanidad, muchos de ellos tienen línea directa con el presidente de los EEUU e influyen en el voto de millones de electores…

Así, influyentes líderes protestantes como  John Hagee postulan que un ataque nuclear de Estados Unidos contra Irán desencadenaría la batalla de Armagedón. Tanto Hagee como sus aliados insistieron  a George W. Bush sobre la conveniencia de aquella conflagración atómica. Afortunadamente, el alcohólico tejano perdió las elecciones parciales de noviembre de 2006 y la agenda del Apocalipsis (con la segunda venida de Cristo incluida) hubo de retrasarse.

   Por su parte, Tim la Haye, el líder protestante más influyente en EEUU durante los últimos 25 años,  se ha presentado como un activista infatigable contra los derechos de los gays, el aborto o la intervención del Estado en programas de ayuda social, sanidad, pensiones, educación, etc. Pero eso tan solo lo ubicaría en la inmunda charca de los canallas.

   El peligro es que tanto él como otros muchos influyentes pastores evangélicos pretenden abolir la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana (libertad religiosa y de expresión) sustituyéndola por una normativa que implante la teocracia cristiana. La Biblia, en ese caso, sería la ley suprema.

    Conviene señalar que según la creencia de los fundamentalistas protestantes, pronto habría de acaecer la parousía (segunda venida de Jesucristo) pero (¡Houston, Houston… tenemos un problema!) Jesucristo no volverá hasta que el estado de Israel haya ocupado las “Tierras bíblicas” (la mayor parte de Oriente Medio), incluyendo las mezquitas de la Cúpula de la Roca y Al Aqsa. 

Debemos añadir que consideran que la tierra  ha sido “puesta por El Señor al servicio del hombre y no al contrario”. Este esquema proporciona la racionalización a cuanto codicioso esté dispuesto a devastar bosques, ríos, cielos y mares, con tal de alimentar su particular lucro. Obviamente, esta clase de fundamentalismo se presenta como uno de los mayores enemigos, si no el peor, del medioambiente.

   Y como señaló el autor y analista político ya fallecido Arthur Schlesinger quizá un tercio de los estadounidenses sean cristianos evangélicos convertidos, lo cual representaría el 40% del electorado.

    Para calcular las fuerzas de estas tropas religiosas debemos destacar que la religión ocupa el centro de sus vidas y reviste una forma de militancia que se materializa en  organizaciones ultraconservadoras, como “Enfoque de la familia” (la tradicional, claro), “cristianos por la vida” (de los fetos, por supuesto), “Coalición cristiana”, “Cristianos preocupados por EEUU” “Unión de Valores Tradicionales”, y otros cientos de organizaciones tremendamente activas e influyentes, hasta el punto que hoy resulta imposible que alguien llegue a presidente de aquella nación declarándose ateo o agnóstico.

    Aunque las pretensiones de esta columna son muy modestas, no por ello conviene obviar las perlas políticas de los fundamentalistas protestantes: en primer lugar, el poder ha de ser ocupado por Jesucristo. En esa línea, Gary North, director del Instituto para la Economía cristiana señaló: “los cristianos deben empezar a organizarse políticamente dentro de la actual estructura de partidos y deben empezar a infiltrarse en el orden institucional existente”. Este sujeto se postuló como un defensor infatigable de la pena capital, pues la Biblia así lo aconseja en Levítico, capítulo 24 y versículo 16.

   A su vez, este influyente personaje defendía la lapidación pública de, entre otros, homosexuales y herejes. También recetaba la misma medicina bíblica para el adulterio, si bien solo aplicable a las mujeres.

    Y no caigamos en el error de pensar que estas posturas son marginales… ¡casi un tercio de los norteamericanos piensa que la Biblia es más importante que la Constitución y cualquier gobierno democrático a la hora de elaborar leyes!

   Sí, tal vez desde fuera resulte fácil reírse de estos fanáticos. Pero yo no lo haría. Para comprender la agenda de los EEUU, y por ende de gran parte del planeta, hay que parar los pies a estos chiflados malvados.

    Y el primer paso consiste en conocerlos y denunciar sus crueles delirios, pues son ellos por su poder e influencia en EEUU quienes impulsan las políticas más antisociales y, lo más grave, quienes más pueden influir, o en su caso provocar, una tercera guerra mundial.

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