El nombre de Francisco Pi y Margall (Barcelona, 1824-Madrid, 1901) está popularmente asociado a ese breve episodio de la historia contemporánea española del que este año conmemoramos su centésimo quincuagésimo aniversario: la Primera República. Tras la abdicación de Amadeo de Saboya y haber coadyuvado a la proclamación de la República el 11 de febrero de 1873, Pi ocupó el cargo, primero, de ministro de Gobernación —nuestro actual ministro del Interior— y, después, de jefe del Poder Ejecutivo durante algo más de cinco semanas, entre el 11 de junio y el 18 de julio. Pese a que los malentendidos, las omisiones y las mixtificaciones sobre su acción de gobierno y la propia obra republicana siguen siendo constantes en ese páramo falto de buen sentido que es la historiografía oficial del Reino, la importancia de la figura de Pi fue tal que, aún hoy en día, da nombre a calles, avenidas y plazuelas —menos céntricas de lo que algunos nos gustaría—. La pregunta, pues, parece pertinente: ¿quién fue aquel anticlerical, socialista, federalista y humano (en una palabra, republicano) llamado Francisco Pi y Margall?
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