Una mujer palestina camina frente a un mural con un retrato de Emmanuel Macron en la Franja de Gaza (MOHAMMED ABED / AFP)
Samuel Paty dijo a sus alumnos que no miraran si podían sentirse ofendidos. Sabía que las caricaturas del profeta Mahoma son consideradas blasfemas por los musulmanes; sin embargo, como esas imágenes habían sido publicadas por Charlie Hebdo, una revista satírica francesa cuyo personal fue asesinado por yihadistas en 2015, también eran relevantes para una clase sobre libertad de expresión. El profesor pensó que sus alumnos eran lo bastante mayores para decidir por sí mismos. Por ese gesto, fue decapitado.
En la época de las redes sociales, la indignación puede hacerse global enseguida. El padre que denunció a Paty no estaba en el aula y mintió cuando dijo que su hija sí había estado. El yihadista que mató al maestro lo hizo después de ver un vídeo publicado por ese padre en Facebook. Y cuando Emmanuel Macron, el presidente de Francia, condenó el asesinato y defendió la libertad de expresión, los dirigentes de varios países musulmanes lo acusaron de islamófobo.
Entre ellos, el presidente de Turquía, que encarcela a miles de musulmanes por pertenecer al grupo religioso equivocado, y el primer ministro de Pakistán, que parece más molesto por los acontecimientos que ocurren en un aula en Francia que por el gulag de millones de musulmanes en la vecina China.
Algunos críticos parecen creer sinceramente que Francia es la causa, y no la víctima, de los ataques yihadistas en su territorio
Los políticos sin escrúpulos siempre han alimentado la indignación racial o confesional para unir a sus partidarios y distraer la atención de sus propios defectos. Ahora bien, algunos críticos parecen creer sinceramente que Francia es la causa, y no la víctima, de los ataques yihadistas en su territorio. Suelen apuntar a su tradición de laicidad. Esa noción quedó incorporada a la ley en 1905, tras una larga lucha con la Iglesia católica. Protege el derecho a creer o no creer y separa la religión de la vida pública. Ningún presidente francés puede jurar el cargo sobre un libro sagrado. Ninguna escuela pública francesa puede representar una función navideña.
Algunos sienten que tales reglas discriminan a los musulmanes. La prohibición de símbolos religiosos “ostensibles” en las escuelas públicas incluye el crucifijo; pero, a pesar de ello, algunos musulmanes se sienten ofendidos por el hecho de que haya que quitarse a la puerta de la escuela el pañuelo que cubre las cabezas femeninas.
Cuando Macron anunció recientemente una ofensiva contra los signos de “separatismo islamista” (como la escolarización en el hogar, que considera un pretexto para la enseñanza radical) fue acusado de instrumentalizar la laicidad contra los musulmanes.
Lo más problemático de todo para algunos musulmanes es que la legislación francesa protege el derecho a la blasfemia y al insulto contra cualquier religión… si bien no discrimina a un individuo por su creencia religiosa.
Algunos lo consideran, erróneamente, como una campaña francesa para insultar al Islam. Han surgido boicots a los productos franceses y protestas contra Macron desde Estambul hasta Islamabad.
La legislación francesa protege el derecho a la blasfemia y al insulto contra cualquier religión… si bien no discrimina a un individuo por su creencia religiosa
La discriminación contra los musulmanes constituye un problema real en Francia, como reconoce implícitamente Macron. Es más probable, en su caso, que los empleadores tiren a la papelera las solicitudes de empleo. Macron ha prometido luchar contra el racismo y mejorar las oportunidades de las personas de los barrios desfavorecidos, “cualquiera que sea su color de piel, origen o religión”. Constatará que ese trabajo se verá socavado, incluso sin que sus propios ministros lo saboteen quejándose absurdamente de la existencia de estantes separados para la comida halal en los supermercados.
Sin embargo, es importante no perder de vista dos cuestiones que aportan contexto. En primer lugar, más de 250 personas han sido asesinadas en atentados islamistas en Francia desde 2015. El año pasado más sospechosos de terrorismo yihadista fueron detenidos en Francia que en cualquier otro país de la Unión Europea. Los servicios de inteligencia franceses advierten de que los radicales están librando una guerra por la mentes de los jóvenes, especialmente online, con objeto de ganar partidarios de la violencia. Francia tiene razón al estar más preocupada que la mayoría y al tratar de responder con firmeza.
Una religión es un conjunto de ideas y, por lo tanto, está abierta al debate e incluso a la burla
En segundo lugar, Francia también tiene derecho a defender la libertad de expresión. Una religión es un conjunto de ideas y, por lo tanto, está abierta al debate e incluso a la burla. Quienes actúan de modo considerado tratarán de no realizar una ofensa gratuita. Sin embargo, los gobiernos no deben obligarlos a ser inofensivos. Si lo hicieran, todo el mundo tendría que censurarse, por miedo a ofender a la persona que más fácilmente se ofendiera del público. Y, como descubrió Paty, el público incluye a cualquier habitante del planeta con un teléfono.
El Estado francés no debe nunca dar la impresión de que respalda la blasfemia, pero es correcto proteger a los blasfemos, como también lo es proteger a quienes se quejan de ellos siempre y cuando no aboguen por la violencia. Como han señalado muchos musulmanes sensatos en Francia y en otros lugares, no importa cuán ofendido uno se sienta, la respuesta a las palabras no son los cuchillos: son más palabras.
De The Economist, traducido para La Vanguardia, publicado bajo licencia. El artículo original, en inglés, puede consultarse en www.economist.com.
Traducción: Juan Gabriel López Guix