Nota del editor – El reciente texto del filósofo en su blog Mediapart (“Sobre la libertad de expresión”), después de haber suscitado muchos comentarios, tuvimos que subrayar cuán errónea es la concepción de un laicismo “obligatorio” y liberticida. , a la que Jacques Rancière opone las virtudes de la tolerancia, ¡aplicadas aquí al caso de las caricaturas! Porque la tolerancia es una noción débil comparada con la de libertad. Las libertades de pensamiento, conciencia y expresión, en la concepción secular, son superiores allí porque prohíben cualquier juicio de valor oficial.
Al final se reproduce el artículo de Jacques Rancière
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El laicismo no sólo concierne a la educación pública que debe liberarse de los dogmas religiosos, no someterse a ellos. El laicismo implica que el Estado se niega a dar una definición de lo que sería «la buena vida», y que los delitos de blasfemia y apostasía no aparecen en la ley.
Neutralidad bien entendida
Ciertamente hay dibujos y caricaturas que pueden impactar y herir. Sin embargo, en una República secular no es posible prohibirlos. Sin embargo, ¿podemos mostrar todo en una clase? Esto debe hacerse con infinito cuidado.
Creo que el profesor Samuel Paty tomó y todos los profesores están tomando medidas para permitir que sus alumnos se distancien de lo que se muestra.
Derecho a la caricatura, sí. Obligación, no
En la República laica, caricaturizar los dogmas religiosos, criticar o burlarse de todas las ideologías políticas, económicas y filosóficas debe seguir siendo un derecho a proteger. Sin embargo, esto no es una obligación y todos son libres de verlos, leerlos o no cuando aparece en los medios. En clase, el alumno no es libre de mirar o no, por lo que existe el requisito de tomar precauciones.
Sin embargo, esto no justifica el llamado al odio y menos aún los ataques a la vida de cualquiera contra un profesor que se basa en caricaturas para ilustrar y concretar la noción de «libertad de expresión».
La auto-burla y el humor son cualidades esenciales para que podamos vivir juntos y alejarnos de nuestras propias certezas, tomar conciencia de los múltiples determinismos políticos, familiares, sociales y culturales y emanciparnos de ellos.
El laicismo no es una regla de conducta, es lo que permite el más alto nivel de libertad de las personas en el marco del common law. Actuar como ciudadano defensor del laicismo, ya sea un creyente secular, un ateo secular, un agnóstico secular, es aceptar que se ridiculizan las propias certezas, ser cuestionadas sin pensar en sentirse ofendido en la persona por ello.
La libertad de expresión es la capacidad de caricaturizar, no las caricaturas en sí mismas
Los dibujos animados no son en sí mismos una ilustración de la libertad de expresión. Es la libertad, la posibilidad de publicarlos lo que representa esta libertad de expresión, aprobemos o no estas publicaciones.
Lo que debe glorificarse no son las caricaturas, sino la libertad de publicarlas. Por difícil que sea, es esencial que algunos creyentes de cualquier religión marquen la diferencia:
- entre el respeto a las personas sea cual sea el color de su piel, sus religiones o ateísmos, sus orígenes étnicos, culturales o sociales
- y la posibilidad de criticar, burlarse de un sistema de pensamiento, una ideología o una religión.
No convierta víctimas reales como los periodistas de Samuel Paty o Charlie Hebdo en verdugos
Fueron los fanáticos religiosos sedientos de sangre quienes, con sus atroces actos, transformaron a los caricaturistas en héroes de la libertad de expresión mediante una reacción muy comprensible. ¿Cuántos de nosotros no apreciamos necesariamente estos dibujos y los presentamos en homenaje a las verdaderas víctimas del oscurantismo, aquí, islamistas pero mañana y ya en otros lugares bajo otras religiones, en la India por ejemplo … Recordemos que el principal las víctimas del Islam radical son los musulmanes.
Philippe Duffau
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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.
Sobre la libertad de expresión. A propósito del asesinato del profesor francés Samuel Paty y las caricaturas de Mahoma
Jacques Rancière
El abominable atentado perpetrado por un criminal fanático contra el profesor Samuel Paty ha suscitado [en Francia] una indignación a la medida de su atrocidad. También ha dado lugar a un cierto número de comentarios y propuestas que ponen de manifiesto una temible confusión, especialmente con respecto a la noción de libertad de expresión y a sus manifestaciones.
La razón de esta confusión es que, desde hace ya algunos decenios, se ha desarrollado un discurso calificado como republicano que, sistemáticamente, ha transformado nociones jurídicas, destinadas a definir la relación entre el Estado y los ciudadanos, en virtudes morales que esos ciudadanos deben poseer y, por lo tanto, en criterios que permiten estigmatizar a quienes no las poseen.
La operación comenzó con la noción de laicidad. Inscrita en los principios de nuestra constitución, la laicidad significa que el Estado no enseña ninguna religión y no permite a ninguna religión intervenir en la organización de la educación pública. Esta noción no está inscrita en una suerte de esencia de la república. La impuso la Tercera República para terminar con el control de la Iglesia Católica sobre la educación pública que había instaurado una ley… de la Segunda República. La impuso para exhortar igualmente a los profesores a no hacer nada que pudiera ofender las creencias de sus alumnos. Está claro, en efecto, que la laicidad que define la neutralidad del Estado en materia de religión no puede bastar para regular la relación entre creyentes y no creyentes, como tampoco entre miembros de diferentes religiones. Lo que sí puede hacerlo es una virtud susceptible de regir el comportamiento de los individuos: la tolerancia, que solo tiene sentido si es recíproca.
Los nuevos ideólogos de la laicidad han alterado por completo el sentido de la noción. Han hecho de ella una regla de conducta que el Estado debe imponer a los alumnos, a sus madres y finalmente a las mujeres en toda la sociedad. La obligación laica se ha identificado así con la prohibición de una manera de vestir, una prohibición discriminatoria porque solo concierne a las mujeres y las niñas de una comunidad específica de creyentes y establece una oposición frontal entre la virtud laica, ordenada por la ley republicana, y el conjunto de un modo de vida.
Hoy ocurre algo parecido con la noción de libertad de expresión. Esta libertad, establecida en la ley del 29 de julio de 1881, es la libertad de los periodistas en relación con el poder del Estado, ese poder que se expresaba mediante la censura o la obligación de solicitar una autorización previa. Esta libertad significa que los periodistas y otros actores de la opinión pública pueden difundir sus escritos sin el control de una autoridad superior, salvo en el caso de tener que responder ante la justicia por los crímenes o delitos que puedan cometer en el ejercicio de esta libertad, especialmente el delito de difamación. Significa que los escritos pueden circular sin el permiso del Estado, pero estos escritos no reciben por ello la virtud de encarnar la libertad de expresión ni esta libertad se convierte en el criterio que permite juzgarlos. Los escritos –y eventualmente los dibujos– que circulan con libertad no manifiestan sin embargo la libertad de expresión. Manifiestan únicamente las ideas e inclinaciones de sus autores, y estas son juzgadas por sus lectores de acuerdo con sus propias ideas e inclinaciones. Si tomamos el caso de las caricaturas de Mahoma –e incluso dejando de lado el carácter difamatorio que algunos han podido ver en ellas–, estas caricaturas no expresan ninguna virtud inmanente de libertad. Y tampoco están destinadas a suscitar amor por esa misma libertad. Estas caricaturas expresan, entre otras cosas, el sentimiento de desprecio que experimentan y quieren compartir algunas mentes que se consideran parte de una élite ilustrada en relación con la religión de comunidades que juzgan atrasadas.
Las caricaturas de Mahoma no expresan ninguna virtud inmanente de libertad
Criminales fanáticos pretendieron vengarse de este desprecio con la monstruosa ejecución de los periodistas de Charlie Hebdo. Desde ese momento se puso en marcha un mecanismo ideológico perverso. Como el horror padecido por estos periodistas los convertía en mártires de la libertad de expresión, las propias caricaturas se transformaron en la encarnación de esta libertad. La caricatura en general, que ha servido históricamente a las causas más diversas, incluyendo las más abyectas, se ha convertido en la expresión suprema de esta libertad, que a su vez ha sido asimilada a una virtud de libre palabra y de escarnio atribuida por derecho de nacimiento al pueblo francés. Y la expresión suprema de la libertad de expresión ha sido identificada finalmente con la manifestación de desprecio hacia una religión y una comunidad de creyentes considerados extranjeros a esta virtud francesa.
De este modo, la glorificación de las caricaturas se ha convertido en un deber nacional. Políticos inconscientes o deliberadamente provocadores no han dudado en incitar a que estas caricaturas se muestren en todas las escuelas. Esto equivale a pedir que se amplíe la brecha de separación entre comunidades, que se contribuya a la difusión de la intolerancia y que se proporcione a los asesinos nuevas ocasiones de actuar, a la vez que se garantiza un respaldo más amplio de sus crímenes en una comunidad cada vez más sensible a la ofensa.
Quizá haya llegado el momento de decir, al contrario, que una caricatura solo es una caricatura, que estas son mediocres y expresan sentimientos mediocres y que ninguna merece que la vida de periodistas, profesores y todos aquellos que hacen un uso público de la palabra se vea expuesta a la locura de los asesinos. También sería un buen momento para devolver a la libertad, por la que tantos hombres y mujeres han sacrificado y sacrifican todavía su vida alrededor del mundo, símbolos un poco más dignos de su nombre.
Jacques Rancière
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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.