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Francia se convierte en una república islámica

Superada ya la polémica que acompañó en Francia la publicación de Sumisión, que coincidió con los atentados islamistas de París contra Charlie Hebdo y un supermercado judío, la aparición de la versión en castellano (editada por Anagrama) de esta última novela de Michel Houellebecq permite reflexionar con más frialdad sobre un fenómeno que debe tanto a la literatura como a la sociología.

Disfrazando de provocación y de fábula lo que en fondo no es sino una reflexión profunda sobre el Estado de su país, Houellebecq da en esta ocasión otra vuelta de tuerca a una obra sujeta a una diversidad de interpretaciones pero cuyo estudio debería ser obligado para quien pretenda comprender los cambios sociales en Francia en las últimas décadas. El hecho de haber tratado ya el tema de forma global en una columna anterior me permite concentrarme ahora en el contenido estricto de Sumisión.

Houellebecq presenta un escenario que, hoy por hoy, parece imposible, lo que le permite adoptar un tono casi de fábula que recuerda un tanto al Voltaire de Zadig o Cándido: una Francia que, como consecuencia de unas elecciones presidenciales en 2022, y con un musulmán en el Elíseo, se islamiza de forma paulatina y tranquila, con la aceptación un tanto catatónica de una población que, más que ser sometida, es seducida.

El punto de partida no es en absoluto descabellado, al menos en lo que afecta al pronóstico de que el Frente Nacional puede convertirse con diferencia en el primer partido del país, mientras que las dos formaciones tradicionales de centro-izquierda y centro-derecha en torno a las cuales se ha articulado la V República corren peligro de entrar en caída libre. Menos creíble es que esa debacle haga posible la emergencia de un partido islamista moderado, la Hermandad Musulmana, que coloca a su candidato, Mohamed ben Abbes, para la segunda vuelta y que logra la adhesión hasta catapultarle a la presidencia, dentro de un “frente republicano amplio”, de quienes abominan de la xenofobia de una Marine Le Pen que provoca “el escalofrío del fascismo” y que quiere sacar a Francia de la UE y del euro.

La ambición última del candidato Ben Abbes es convertirse en presidente ejecutivo de una Europa ampliada a la orilla sur del Mediterráneo, desde Marruecos a Egipto o Siria, con su centro de gravedad desplazado en esa dirección y con el establecimiento del francés como lengua de la Unión al menos al mismo nivel que ahora el inglés.

Llegado ese por ahora improbable caso, el FN, a poco que terminara de ponerse la piel de cordero, contaría en la segunda vuelta con más probabilidades de éxito que un partido islamista, en un país en el que, ni en 2015 ni en 2022, tendrá la población musulmana peso suficiente para articular una alternativa de poder. Pero aquí no se trata de medir la verosimilitud, sino de utilizar un pretexto para poner al microscopio la transformación de una sociedad, terreno en el que Houellebecq es de una lucidez abrumadora.

Ya sea a través del protagonista de Sumisión, que escribe en primera persona, como de otros personajes con los que éste se va relacionando, se levanta el armazón de su fábula política, sin que quede nunca claro si con ello se alerta de un peligro que hay que prevenir mientras haya tiempo o si, por el contrario, no se ve en realidad nada catastrófico en la supuesta decadencia del humanismo ateo y laico del actual/viejo régimen y en su sustitución por una ideología que emana directamente de Alá.

En todo caso, no se entiende que Houellebecq pueda convertirse en blanco del islamismo radical y violento, al que casi no hace referencia en el libro, en tanto que presenta con todo lujo de detalles el armazón intelectual, político, religioso e incluso práctico de un islam moderado que, una vez en el poder, transforma la sociedad sin que, ¡milagro!, ésta se resista apenas al cambio. Sometida, sí, pero solo tras ser seducida.

El protagonista de Sumisión es un profesor de la Sorbona en la cuarentena reputado como gran especialista en Joris-Karl Huysmans, un escritor del siglo XIX que convirtió en eje de su obra su conversión al catolicismo. Cuando Ben Abbes accede a la presidencia, y tras ganar holgadamente las legislativas manteniendo su acuerdo con los socialistas y el centro-derecha, nombra primer ministro al centrista François Bayrou, al que se retrata como oportunista, flexible y acomodaticio. El presidente es un musulmán moderado, “no hay que imaginarle como un talibán o un terrorista”, y el político “más hábil y retorcido desde Mitterrand”. No odia al catolicismo, ni al judaísmo. Se lleva bien con el Papa y el gran rabino de París, aunque su deseo es que los judíos, a causa de las heridas abiertas por el conflicto palestino, emigren a Israel. El verdadero enemigo, cree, no son las otras religiones, menos aún las del Libro, sino el secularismo, el laicismo y el materialismo ateo.

Con la Hermandad en el poder, se suprimen las clases mixtas, se reduce la enseñanza obligatoria, se desarma la enseñanza pública, se privatizan e islamizan muchas universidades, financiadas a gran escala por Arabia Saudí y otras monarquías petroleras, disminuye el número alumnas, se impone el recato en el vestir de las mujeres, reducidas sobre todo a su papel de esposas y madres, lo que disminuye espectacularmente la tasa de paro.

François, el protagonista de Sumisión, recibe una carta en la que se comunica que ha dejado de ser profesor, pero se le concede una pensión de jubilación de lujo equivalente a sus ingresos cuando estaba en activo. Aún más, Robert Rediger, el nuevo rector de la Sorbona, rebautizada Universidad Islámica de París Sorbona, musulmán de nuevo cuño, le lanza las redes para que vuelva a dar clase, en condiciones de privilegio, triplicándole el sueldo y con una sola condición: que se convierta al islam.

Houellebecq dedica buena parte de su novela a explicar ese cortejo, para el que Rediger utiliza, con gran aparato intelectual, argumentos como que “los verdaderos ateos en el fondo escasean”, que “el ateísmo no tiene ninguna base sólida”, que “la cumbre de la felicidad más absoluta reside en la sumisión más absoluta” y que “hay una relación entre la absoluta sumisión de la mujer al hombre y la sumisión del hombre a Dios tal y como la entiende el islam”. En algunas páginas brilla el machismo, pero seguro que si se le reprocha, el autor argüirá que no es un atributo suyo, sino del islam, y que él se limita a presentarlo sin juzgar.

El autor de Las partículas elementales deslumbra con Sumisión, donde la mezcla de ensayo y narrativa no lastra una lectura fascinante, apuntalada por un estilo preciso y transparente. Con todo, este libro no está destinado a sobrevivir solo por la indiscutible excelencia de su prosa, sino por las lecturas diversas y contrapuestas que suscita, por la polémica, la incitación al debate y la provocación: Houellebecq en estado químicamente puro.

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