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El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
Todo ese jaleo a propósito de algunas alumnas que llevan el velo en las aulas les puede parecer absurdo a algunos. Y, sin embargo, nos equivocaríamos al subestimar la importancia de esta cuestión. Este “asunto” y su explotación política tiene serias implicaciones con respecto a la religión. De una manera o de otra, concierne a muchos millones de personas que viven en Francia. Detrás de este problema aparentemente insignificante se perfilan una serie de cuestiones muy serias, como la del interés de esta cuestión desde el punto de vista de los representantes del capitalismo, el racismo, el laicismo en sus diferentes interpretaciones y, cómo no, la política que deberían defender los partidos de izquierda en lo que se refiere a las creencias religiosas y a los derechos democráticos de los creyentes.
Desde 1989 los “asuntos” relativos al uso del velo han sido a menudo noticia. Esta vez, como las precedentes, no ha sido en absoluto por casualidad. Para el Gobierno y la patronal una de las principales ventajas de todo el alboroto mediático que se ha producido es la de concentrar la atención de la población en la defensa de unos pretendidos “valores republicanos” frente al “fundamentalismo” y, así, hacer olvidar el ataque que el Gobierno y la patronal llevan a cabo contra la industria, el empleo, el sector público y las conquistas sociales en general. En todas las regiones de Francia, se han dado luchas de decenas de miles de trabajadores para defender sus puestos de trabajo e impedir el deterioro de la industria. Los trabajadores en cuestión estarían muy contentos si dispusieran tan solo de una fracción del tiempo que las cadenas de televisión han dedicado a la cuestión del velo. Pero los jefes de prensa y de la industria audiovisual consideran que los despidos masivos no merecen más que algunas menciones a modo de noticia anecdótica.
De todos modos, la utilización del “velo islámico” para desviar la atención no resta importancia a las cuestiones que de esto se derivan. Excluir a alumnas musulmanas de la escuela por llevar un velo es un acto abominable que favorece el racismo y la marginación de los jóvenes y trabajadores salidos de la inmigración. En toda esta oleada de propaganda de defensa de la “escuela laica” o de la “escuela republicana”, no hay, a pesar de las apariencias, ni un ápice de contenido progresista o democrático. “El asunto del velo” ha permitido, justamente, a un buen número de reaccionarios como Chirac, Raffarin, Juppé y Ferry, exponer pomposamente sus “principios” y aparecer como “defensores de la igualdad”, cuando el capitalismo y la “República”, que ellos defienden tan ardientemente, no son más que una gran máquina de fabricación de desigualdades, injusticias y sufrimiento intolerable para la mayoría de la población, mientras una ínfima capa de parásitos nada en el lujo, el poder y los frutos de la explotación cotidiana de esa mayoría.
Que el Gobierno utilice el “velo islámico” para desviar la atención, no resta importancia a las cuestiones que de esto se derivan.
La explotación de los trabajadores inmigrantes
“La importación” masiva de mano de obra de los países magrebíes, para ser explotada en la industria pesada, o para ocupar, en otros sectores, los trabajos peor pagados y más explotados, estaba en perfecta sintonía con los “valores republicanos” —y sobre todo era muy beneficiosa para los valores bursátiles—. El hecho de oprimirlos con leyes racistas y discriminatorias, de privarlos del derecho de voto incluso hasta los años 80, del derecho a formar asociaciones, no hacía temblar tampoco la conciencia de las eminencias de la República. Pero que una chica ose llevar un velo en la escuela —ya sea por convicción religiosa, por tradición o por cualquier otro motivo— es algo escandaloso que amenaza con derrumbar los pilares de la civilización francesa.
El marxismo es un método científico que analiza todos los fenómenos de la naturaleza y de la sociedad humana desde un punto de vista materialista, luego está en pura contradicción con todas las doctrinas religiosas y creencias místicas. Sin embargo, los marxistas nos oponemos categóricamente a cualquier medida represiva contra las prácticas religiosas ordinarias de musulmanes, católicos o cualquier otra creencia. Nos oponemos firmemente a la prohibición del uso del velo en la escuela o en donde sea. Se trata, desde nuestro punto de vista, de un derecho democrático elemental que debe ser defendido de forma decidida por los marxistas y por el conjunto de la izquierda. Las recientes exclusiones, como todas las que ha habido en el pasado, constituyen un ataque flagrante e intolerable contra los intereses y derechos democráticos de las alumnas en cuestión, al mismo tiempo que es una provocación a los ojos del conjunto de los musulmanes en Francia.
La derecha pretende defender el “laicismo”. Pero, ¿qué es el laicismo en boca de estos reaccionarios? En tanto que marxistas, defendemos la escuela pública y laica, es decir, el hecho de que los recursos del Estado y sus instituciones no deben favorecer la propagación de las ideas religiosas. Pero para Chirac y compañía, el “laicismo” significa la imposición de medidas represivas en contra de sectores de la sociedad por sus prácticas religiosas habituales. Desde un punto de vista socialista, esto es totalmente inaceptable.
La demagogia de la derecha
Históricamente, el movimiento obrero ha insistido siempre en que la religión sea un “asunto privado”. Los fundadores del socialismo científico, Carlos Marx y Federico Engels, defendían ese mismo punto de vista. Pero esta idea se ha entendido mal a menudo, o en todo caso se ha explicado mal. Esa consigna quería afirmar el carácter “privado” de las convicciones religiosas de los trabajadores respecto del Estado, es decir, pretendía ser un medio de resistir la injerencia del Estado en los asuntos religiosos y de defender el derecho de practicar libremente una religión, o de no practicar ninguna. Marx y Engels consideraban que esta “separación de la Iglesia y del Estado” sería un paso delante, pero se oponían categóricamente al “anticlericalismo” represivo por el cual la clase dirigente, bajo la tercera República en Francia o bajo el mandato de Bismarck en Alemania, buscaba consolidar su influencia en todos los dominios de la vida social y económica del país. En la práctica, bajo la cubierta demagógica “republicana” —un arte muy en boga en la actualidad— esta política se tradujo en diversas formas de persecución y acoso en contra de las comunidades religiosas, de los curas y de los representantes de la Iglesia en general. Por su pseudorradicalismo, también tendía a desorientar al movimiento obrero, cubriendo de una aureola “progresista” a la República capitalista de la época, que se erigió, no lo olvidemos, sobre los cadáveres de 50.000 parisinos masacrados en el aplastamiento de la Comuna revolucionaria de 1871.
Hoy, la prohibición de utilizar los recursos del Estado para promover la religión no se aplica. Cada año, el Estado vierte sumas de dinero considerables a las arcas de los colegios religiosos pretendidamente “privados”. Prácticamente ninguno de estos colegios podría subsistir sin la ayuda del Estado, y son privados solo en el sentido de que escapan, justamente, a las reglas “laicas” en vigor en los otros colegios. La derecha ha tenido siempre una actitud totalmente hipócrita en esta cuestión. Cuando, entre 1981 y 1984, el Gobierno de Pierre Mauroy quiso imponer restricciones en la financiación pública de los colegios católicos, los mismos políticos de derecha que hoy piden con la mayor firmeza la prohibición de llevar “signos religiosos” en las escuelas públicas, movilizaron entonces a cientos de miles de manifestantes para defender la “libertad de enseñanza” —es decir, de la enseñanza católica— y para mantener la financiación pública de los colegios religiosos. Este hecho es suficiente para demostrar el carácter racista de la campaña actual para prohibir el uso del “velo islámico”.
Los marxistas defendemos la escuela pública y laica, pero el “laicismo” de Chirac y compañía es la imposición de medidas represivas en contra de sectores de la sociedad por sus prácticas religiosas habituales.
Las leyes actualmente en vigor sobre las manifestaciones de creencias religiosas en la escuela dejan la puerta abierta a las discriminaciones más arbitrarias. En 1989 el Consejo de Estado reafirmó el derecho de los alumnos “de expresar y manifestar sus creencias religiosas en el seno de los centros escolares”, precisando, sin embargo, que ese derecho “no les permitiría a los alumnos enarbolar signos de pertenencia religiosa que, por su naturaleza, por las condiciones en las que serían llevados individual o colectivamente, o por su carácter ostentoso o reivindicativo, constituyeran un acto de presión, provocación, proselitismo o propaganda, atentara contra la dignidad del alumno o la de otros miembros de la comunidad educativa” o fueran susceptibles de “perturbar el orden” en el centro. Este texto pretende claramente dotar de excusas a las autoridades para justificar medidas en contra de los alumnos creyentes, y, en particular, en contra de los alumnos musulmanes. Ya que el velo es más visible que un medallón o que la cruz de Jesús, puede ser estigmatizado fácilmente y de forma arbitraria como una forma de “provocación”, de “proselitismo” o de “presión sobre la comunidad educativa”. Dicho claramente, bajo las disposiciones de 1989, el alumno o alumna católico que lleve un crucifijo, no tiene por qué preocuparse, pero la chica que lleve el velo se ve amenazada de exclusión.
Hoy, Raffarin y su partido quieren imponer medidas todavía más restrictivas. Los dirigentes de la derecha que se podrían citar a este respecto son muy numerosos. Nos contentaremos con nombrar al señor Philippe Douste-Blazy, secretario general de la UMP (coalición política de la derecha), cuyas palabras son particularmente edificantes y cuyo “republicanismo” es inagotable. Dio su punto de vista sobre la escuela pública en el diario Le Figaro del 26 de octubre. El parlamento, dijo, debe tomar sus responsabilidades: “Es preciso prohibir, en la escuela, el uso de todo signo de pertenencia religiosa, filosófica o política. Del velo islámico a la cruz cristiana pasando por la Kippa o la hoz y el martillo. Debemos incluso pensar, como lo sugirió Xavier Darcos, en el uso del uniforme en la escuela, como se practica en Inglaterra. La escuela de la República no es un teatro donde los alumnos tendrían derecho de proclamar sus convicciones o demostrarlas con ostentación. No es un espacio de expresión de las identidades. […] La escuela no es, no puede ser el espejo de la sociedad”.
“La escuela es un espacio cívico irremplazable, pero su vocación es particular: la transmisión del conocimiento y el reconocimiento republicano del mérito. Esta misión singular justifica que se apliquen reglas especiales, diferentes de las que prevalecen en el resto de la sociedad”.
“La escuela no es la vía pública […] La escuela es un espacio autónomo que debe preservarse. Preservarse del proselitismo agresivo, de la intolerancia, de la polémica. Es la amalgama entre la escuela y el espacio público lo que confunde el pensamiento. Puesto que las manifestaciones públicas de todas las creencias se admiten en el segundo, bajo la única reserva de perturbación del orden público, estas deben prohibirse en la primera”.
Douste-Blazy nos hace un gran favor al escribir así; tiene, en efecto, el mérito de expresar muy claramente ideas que otros compañeros suyos preferirían callar.
Recapitulemos. Todos los signos de adhesión a ideas religiosas o políticas deben prohibirse en la escuela. Esta no debe ser el espejo de la sociedad. Los alumnos no pueden proclamar sus convicciones, ni expresar ninguna seña de identidad. Finalmente, ya que la gente tiene el derecho de expresarse fuera de la escuela no pueden tener el derecho de hacerlo dentro de ella. Se trata de un programa de imposición de una dictadura ideológica en la escuela pública, ya que esta no es, de ningún modo, “autónoma”. Para Douste-Blazy la escuela tiene que ser el coto privado del Estado, donde la única “propaganda” y las únicas “convicciones proclamadas” son las de la clase dominante. Ya que los alumnos tendrán derechos más tarde, vale más hacerles soportar una dictadura política mientras están aún en la escuela. La hoz y el martillo, que simboliza la unión de los trabajadores y campesinos del mundo contra la opresión, no tiene así su lugar en un instituto. Señalemos de paso que el antiguo ministro no ha juzgado útil promover la prohibición del logotipo de la UMP. Sin duda, ¡Tal prohibición implicaría a mucha menos gente que la del uso del velo!
Escuela pública y laicismo
Si se hubiera propuesto imponer en la escuela pública clases de propaganda religiosa, los marxistas nos opondríamos frontalmente. Estamos en contra de la financiación pública de instituciones religiosas. Los centros privados que dependen de las subvenciones públicas deberían ser integrados en el sector público. En cuanto a la enseñanza de religión en las aulas, los alumnos interesados pueden dedicarse a ello fuera de la escuela, en las iglesias por ejemplo. Sin embargo, el hecho de penalizar el uso de “signos” religiosos, ya sea en la escuela o en otros sitios, es algo totalmente inadmisible desde el punto de vista marxista y de la lucha contra el capitalismo.
Admitamos que una alumna musulmana lleva un velo que las autoridades calificarían de “provocador”, “ostentoso”, o una forma de “proselitismo”. ¿Dónde está el problema? Una joven que es creyente no tendría por qué esconder sus convicciones, debería poder hablar libremente de su religión y, si lo desea, intentar convencer a los de su entorno. De la misma forma, el joven comunista —que no se ofenda el señor Douste-Blazy— debería poder hablar de sus ideas, en la escuela o en donde sea.
Evidentemente, oponiéndose a los ataques contra las prácticas religiosas corrientes, un comunista no se hace defensor de todos los actos cometidos en nombre de la religión. La gente que, para justificar la prohibición del velo en las aulas, evoca la ablación de las mujeres u otras prácticas bárbaras, debería tener más sentido de la proporción. La ablación está prohibida por ley y es totalmente correcto. El movimiento comunista debe denunciar, evidentemente, tales prácticas y movilizarse para defender a sus víctimas. El derecho de culto, en el sentido en el que nosotros lo entendemos, no puede ser un derecho absoluto, hasta el punto de abrir la puerta a prácticas inhumanas y criminales.
Douste-Blazy secretario general de la UMP, y Jacques Chirac.
En realidad los medios de comunicación han sido copados por aquellos que, partidarios de la prohibición del velo en las aulas, explican que esta prenda simboliza la opresión de las mujeres, que es una negación de la feminidad, una forma de sumisión impuesta por sus padres, por la mezquita o por los “cabecillas” de los barrios, que es una herramienta de propaganda fundamentalista —y otras tantas cosas más—. Pero tales argumentos no justifican en ningún caso la prohibición del velo. Si una estudiante lleva el velo por voluntad propia y por simple convicción religiosa, no lo vivirá como una opresión y, justamente, considerará un acto de opresión la obligación de no llevarlo, bajo la amenaza de ser expulsada de la escuela. Si, al contrario, el uso del velo le ha sido impuesto contra su voluntad, entonces nuestro deber es apoyarla en su lucha contra esta opresión, para que pueda emanciparse cuanto antes. Pero incluso ahí, una ley que prohibiera el uso del velo a todas las musulmanas, independientemente de sus convicciones religiosas, no sería democrática y no podría aceptarse por el movimiento socialista, comunista y sindical.
Entre los “librepensadores” más virulentos que exigen la represión de “signos religiosos”, se encuentran los masones. Los miembros de esta sociedad secreta condenan sin cesar el “comunitarismo” que, dicen, peligra con devolvernos a las tinieblas de los viejos tiempos. Los masones cuentan entre sus filas con un número considerable de capitalistas que han hecho fortuna gracias a una especulación bursátil en suma “racional”. Por otra parte, el “velo” que cubre las operaciones financieras, el tráfico de influencias y las diversas formas de corrupción que son moneda corriente en esta “comunidad”, han facilitado enormemente el enriquecimiento de buen número de entre ellos. El “signo” del velo en la escuela los enfurece, mientras que sus propias ceremonias secretas, sus ritos de iniciación y sus “signos” bastante extraños no tienen nada que envidiar, francamente, a las nociones más supersticiosas de la fe musulmana o cristiana.
La posición de la izquierda
Sin embargo y, desgraciadamente, los instintos represivos hacia la religión no se limitan a los representantes del partido del señor Douste-Blazy o de los masones. En los partidos de izquierda también e, igualmente, en nombre del “laicismo”, se han levantado voces a favor de una firmeza implacable frente a las diferentes manifestaciones religiosas en la escuela pública. La tendencia dominante de la “izquierda” —o en todo caso la que más se deja oír— representa en realidad una forma de nacionalismo “republicano”. Los representantes de esta corriente tienen una visión de las instituciones del Estado no menos fantasiosa que la del mundo de los milagros, los ángeles y los malos espíritus de las religiones.
Bernard Teper, presidente de la Unión de Familias Laicas (UFAL) y “coordinador de ATTAC Sanidad y seguridad social”, y Pierre Cassen, “coordinador de los cinco llamamientos para una ley contra los signos religiosos en la escuela pública”, han proporcionado una muestra típica de la propaganda de esta tendencia en un artículo aparecido en la revista Democracia y Socialismo. “Desde la caída de la Unión Soviética, una nueva fase del capitalismo estructura la mundialización neoliberal”, afirman. “Esta se caracteriza, entre otras cosas, por unir los procesos de generalización de la comercialización y privatización con el apoyo cada vez más directo a los comunitarismos étnicos, religiosos y sociales, lo que le permite combatir las últimas murallas existentes, que son los principios universales de solidaridad, igualdad, laicismo, dirigidos por los servicios públicos y las instituciones de la República. No comprender esto, es negarse a ver que la condición, no suficiente pero necesaria para este combate, es la unión del combate social y del combate laico”.
“Defender los intereses de las capas populares de establecer una alianza necesaria con las capas medias, por una lucha social consecuente, debe ir acompañada de un apoyo sin velo a las decenas de miles de jóvenes, sometidas a presiones intolerables de totalitarismo islamista, que no desean llevar el velo”.
“Dejemos que la historia aclare la confusión de un cierto islamo-izquierdismo (por retomar la expresión de Bernard Cassen [fundador y expresidente de ATTAC]), que acepta sacrificar los principios universales y emancipadores de libertad, igualdad, fraternidad, laicismo y solidaridad, ya que cree, o bien, que el islamismo es la religión de los pobres, o bien, que es la única que se opone seriamente al imperialismo americano y que eso basta para aliarse con él”.
Esta argumentación no es más que puro engaño de principio a fin. El adversario designado es el “neoliberalismo” y la “comercialización”. Quieren hacernos creer que la “República” y sus supuestos valores constituyen una “muralla” contra esas plagas. Ahora bien, es precisamente la “República”, es decir, el Estado actual, el que ha privatizado masivamente desde hace años, hasta el punto de haber transferido, entre 1993 y 2002, cerca de sesenta mil millones de euros de bienes públicos al sector privado. La “República” está atada de pies y manos a los intereses del capitalismo, dentro o fuera de sus fronteras. La consigna de “libertad, igualdad, fraternidad”, no es sino una monstruosa hipocresía, y los señores Teper y Cassen lo saben bien. Se reduce, para la mayoría, a la libertad de vivir en la precariedad y en el paro, a la igualdad ante una ley que encarna las desigualdades y a la fraternidad de los grandes empresarios contra el resto de la sociedad.
Nuestros autores se burlan del “islamo-izquierdismo”, que ve en el Islam una fuerza anti imperialista. Esta corriente existe, cierto, aunque de manera muy marginal. Los marxistas en todo caso, no formamos parte de ella. ¿Qué decir, sin embargo, de esta República que nuestros autores erigen como “muralla contra el islamismo”, pero que proporciona armas, informaciones militares y apoyo diplomático a dictaduras “islamistas”, ya sea en Sudán, en Arabia Saudí, en Qatar o en los Emiratos Árabes? No, el Islam no es un arma contra el imperialismo estadounidense, pero esa no es una razón para hacernos creer que el imperialismo “republicano” de Francia sí lo es.
Finalmente, ¿qué hay de esa “alianza necesaria” de las capas populares con las capas medias? Se puede suponer razonablemente que los señores Teper y Cassen se sitúan en la segunda categoría. De hecho, esta “alianza” proporciona la clave de su lógica nacionalista. La comunidad musulmana sirve aquí de espantajo “exterior” destinado a poner a las “capas populares” a remolque de las “capas medias”, que están a su vez a remolque de la “República” idealizada del gran capital.
Lo que podría hacer retroceder las creencias religiosas y minar la influencia del fundamentalismo es llamar al conjunto de la juventud a luchar para cambiar el sistema actual y organizar la sociedad sobre bases socialistas.
En la edición del 25 de octubre de 2003, en el editorial de L’Humanité, Pierre Laurent se expresa de una forma similar. “Ya que la cuestión del velo ha resurgido de manera espectacular en el debate público, […] hay que llegar ahora hasta el final de ese debate”, afirma. “No hacerlo sería arriesgarse a verlo pudrirse en pie, con todas las consecuencias desastrosas que eso tendría. Tal y como están las cosas, los peligros son grandes. Este debate divide a la sociedad francesa, a los trabajadores, a la gente de los arrabales, a los laicos, a las feministas, a la gente de izquierda. Ofrece un espacio de maniobra ideal a todos los que intentar explotar esas divisiones para hacer retroceder al país en sus ideales republicanos. […] Nada sería peor que hacer de esto una mediatización episódica y caricaturesca, dejando el terreno libre al integrismo, a los fantasmas, a la regresión en todos los sentidos”. Mujeres de todo el mundo luchan por deshacerse del velo, dice, y “una de ellas, la iraní Chirine Evadí, acaba de obtener el premio Nobel de la Paz. ¿Es ahora el momento para Francia de resignarse? ¿Puede ser la Francia del mañana, una Francia multicultural, multiconfesional, sin atentar contra los principios fundamentales de libertad y de igualdad que fundan la República, sin rechazar todo lo que aísla, separa, encierra? El laicismo, tal y como lo concebimos, es un espacio de libertad. Debe acoger, abrirse, garantizar a cada uno su libertad de conciencia, y para ello, no puede, precisamente, ceder la plaza a las reivindicaciones que negarían esos principios”.
Aquí tenemos, y esta vez por parte de un dirigente del Partido Comunista, una argumentación que reposa en la amenaza que representarían “el integrismo” y los “fantasmas”, para los “principios fundamentales de libertad e igualdad que sustentan la República”. ¿A qué República se refiere? Si la República actual estuviera fundada en los principios de libertad e igualdad, ¿cuál sería la utilidad del Partido Comunista? El deber de este partido es explicar que esta cuestión del “velo” es, precisamente, un instrumento de división y desvío de atención en las manos de la clase dirigente y del Estado “republicano” que esta representa. Por supuesto, hay que luchar contra las ideas reaccionarias de los fundamentalistas, pero con una política revolucionaria y socialista. Y ése es un trabajo de educación política, de explicación paciente, de discusión fraternal con los jóvenes que eventualmente se dejarían influenciar por ellos. Al contrario, medidas coercitivas no pueden más que reforzar el fundamentalismo islámico.
Naturalmente que sería preferible, desde nuestro punto de vista, que todos los jóvenes y trabajadores estuvieran liberados de cualquier forma de creencia mística. Preferiríamos que se consagraran a la lucha para acabar con la opresión en la tierra, más que a orientarse hacia un “más allá” en el que reinaría la justicia. Sin embargo, debemos tener en cuenta un hecho: lo queramos o no, una parte nada despreciable de la población es aún religiosa. Los creyentes deben poder vivir su religión sin sufrir discriminaciones por parte del Estado. Ciertas personas podrían asombrarse de que los marxistas, cuya concepción materialista del mundo se opone a las filosofías religiosas, defiendan el derecho de los creyentes a expresar o “exhibir” sus convicciones religiosas, en la escuela o en donde sea. Y sin embargo, esto no tiene nada de contradictorio. El auténtico marxismo se opone a toda discriminación y a toda opresión nacional, sexual o religiosa, precisamente con el objetivo de facilitar la unión más amplia de todos aquellos que tienen interés en luchar contra el capitalismo.
La idea de que sería posible eliminar las creencias religiosas, o incluso el “fundamentalismo”, mediante una pedagogía “racionalista” y con medidas represivas es totalmente utópica o, en todo caso, no tiene nada que ver con las ideas del socialismo. El arraigo de las convicciones religiosas en la sociedad es demasiado profundo como para extirparlo con medidas de orden burocrático y con prohibiciones. Se trata ante todo de un fenómeno social, que no comenzará a desaparecer definitivamente hasta que las condiciones sociales en las que vive la mayoría de la población cambien radicalmente. El fundamento social y psicológico de la religión es ante todo la aspiración a una existencia mejor, más digna, más justa; en definitiva, una vida que parece inalcanzable en el mundo “material”. La religión, para los jóvenes y trabajadores, es la esperanza de un mundo mejor, expresado de una forma idealista y abstracta. Por consiguiente, aquellos que se interesen verdaderamente en emancipar a la humanidad de las influencias religiosas deben atacar primero las raíces sociales y económicas de estas, y no declarar la guerra “a la religión” con la ayuda de los amigos legisladores de Douste-Blazy y compañía.
El primer factor que favorece el fundamentalismo islámico es la crisis del capitalismo y la ausencia, en los programas políticos del PS y del PCF, de una perspectiva revolucionaria. El movimiento socialista, comunista y sindical primero debe adoptar un programa que abogue por la transformación socialista de la sociedad, ofrecer una perspectiva de lucha contra todas las formas de opresión, y trabajar pacientemente convenciendo a todos los jóvenes y trabajadores, independientemente de sus convicciones religiosas, de la conveniencia de este programa y de esta perspectiva. Esto no impide, al contrario, explicar cómo la clase dirigente explota los sentimientos religiosos de la población para consolidar su propio poder y privilegios, como es el caso de los países musulmanes, pero también el de los países en los que las iglesias cristianas ocupan todavía una posición dominante (en Latinoamérica, por ejemplo), o incluso el caso de Israel.
Pero, fundamentalmente, los partidos de izquierda no deberían perder de vista su verdadero objetivo. Lo que podría hacer retroceder las creencias religiosas y minar la influencia del fundamentalismo es un llamamiento a la acción dirigido al conjunto de la juventud —ya sean creyentes o no, ya estén a favor o en contra del uso del velo— para cambiar el sistema actual y organizar la sociedad sobre bases socialistas.