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Malka, retratado en una sesión del juicio contra los autores del atentado contra Charlie Hebdo. BENOIT PEYRUCQ

[Francia] El abogado de la revista Charlie Hebdo: «Estamos atrapados entre el pensamiento islamista y el pensamiento ‘wokista’ que insta a no ofender a nadie»

Richard Malka, letrado de la revista que publicó las caricaturas de Mahoma, presenta ‘El derecho a cagarse en Dios’ (Libros del Zorzal), mucho más que un alegato. «Quienes nos siguen amenazando hoy jamás han visto una viñeta ni leído un artículo nuestro», denuncia

«Acababa de llegar a mi oficina cuando me llamó una agencia de prensa de la que era abogado para informarme de que se había oído un tiroteo en la sede de Charlie Hebdo. Cogí un taxi, me fui para allá y a partir de ese instante fui arrastrado literalmente a otra dimensión, a una especie de burbuja más allá del tiempo. Había que organizar tantas cosas, ocuparse de tantas personas… Y, sobre todo, materializar lo que se convirtió en mi objetivo prioritario: que la revista se publicara la semana siguiente. Dejé de pensar durante bastante tiempo. No sé si he digerido del todo lo que pasó aquel 7 de enero de 2015…».

Richard Malka revive por enésima vez el atentado contra la revista que había publicado casi una década antes las famosas caricaturas de Mahoma. El asesinato a sangre fría de 12 personas dentro y fuera del número 10 de la Rue Nicolas Appert. La persecución y eliminación física de los principales responsables de la matanza. El asalto coordinado contra un supermercado de clientela judía un día después. En definitiva, el agujero que los terroristas intentaron abrir en la sociedad francesa con ráfagas de kalashnikov.

Seguramente, el flashback le acompañará hasta el final de sus días. Malka, 54 años, parisino e hijo de inmigrantes marroquíes judíos, oficia no sólo como superletrado de Charlie Hebdo. También lo hace como custodio de su memoria y látigo mediático del fundamentalismo islamista. Los tres perfiles confluyen en El derecho a cagarse en Dios (Libros del Zorzal), que reproduce el alegato final que él mismo leyó el 24 de diciembre de 2020 en el juicio. Una reflexión que retumbará durante décadas en los tribunales europeos y que puso fin al accidentado proceso judicial contra el entorno radicalizado de los hermanos Kouachi y del lobo solitario Amedy Coulibaly: se prolongó durante tres meses, se vio interrumpido por el contagio de Covid de uno de los acusados y estuvo marcado por la decapitación de un profesor de Secundaria de la periferia parisina que mostró en clase los retratos satíricos del profeta. Otra vez salpicados de sangre.

P. ¿Cómo entró usted espiritualmente en el juicio y cómo salió, teniendo en cuenta la mezcla de luto y rabia?

R. Fue formidablemente difícil y extraño. No sé si alguna vez un abogado se ha visto en una situación similar. Yo era el abogado de la persona moral Charlie Hebdo, y no quise ser el abogado de las víctimas porque las conocía a todas y no tenía la distancia necesaria con ellas. Quería permanecer como el defensor de las ideas que habían querido hacer desaparecer. Al mismo tiempo, también era testigo de la aventura de la revista desde sus orígenes en 1992. Tuve un papel protagonista en la desestimación de la demanda interpuesta en 2007 por la publicación de las caricaturas. Podría considerarse, incluso, que fui víctima. Así que me resultó muy extraño saber dónde posicionarme. Hubiera preferido estar en cualquier sitio antes que en esa sala, pero al mismo tiempo no podía estar en ningún otro sitio, porque era mi deber. Tuve ese sentimiento durante toda la audiencia. La ventaja es que cuando los abogados nos ponemos la toga, el oficio nos atrapa. Eso me ayudó. Y después llegó el momento de alegar. No sabía muy bien dónde encontrar la fuerza para hacerlo. Fue el alegato más doloroso de mi carrera. Y, probablemente, el único que no me reportó ninguna satisfacción.

P. Durante años, su revista fue acusada de islamófoba por parte de asociaciones civiles, periodistas y políticos. ¿Cómo afectó el atentado a la libertad de expresión en Francia?

R. Estaba tocada ya antes y no se restituyó después, sino todo lo contrario. El miedo se propagó. Ganamos los juicios que nos pusieron por las caricaturas y algunos otros, pero en realidad las tijeras se instalaron en el cerebro de los creadores, de los intelectuales, de los estudiantes universitarios, en cierto pensamiento biempensante. Quedamos atrapados entre el pensamiento islamista y el pensamiento anglosajón que insta a no ofender a nadie, el wokismo. Que alguien me explique cómo podemos vivir en una sociedad si no se puede decir nunca nada que pueda herir al de enfrente. La única manera de lograrlo sería viviendo en cavernas. Cuando interactuamos, asumimos el riesgo de herir y ofender, y tal vez es así como uno se enriquece intelectualmente -abundando en los matices y generando intercambios- y evitamos convertirnos en fanáticos o en idólatras.

P. ¿Y qué repercusión ha tenido el propio juicio?

R. Se ha producido una toma de conciencia, cierto despertar. En concreto, a raíz de la decapitación del profesor Samuel Paty. Ahí sentí que nuestros mensajes comenzaron a llegar. Se entendió que no se trata de caricaturas ni de blasfemias, sino de algo mucho más amplio. Los fundamentalistas detestan nuestras libertades en su totalidad. Renunciaron a las suyas y el reflejo de las personas que las conservan les resulta insoportable. La alteridad es su enemigo. El sentido de estos crímenes es el aniquilamiento del otro, de la diferencia.»

P. ¿Qué guerra es ésta que enfrenta a dibujantes con lápices o a profesores con pizarras con fanáticos armados con kalashnikovs o cuchillos de carnicero?», se pregunta elocuentemente en su libro.

R. En realidad, las armas de los fanáticos no son las metralletas, sino el miedo que nos infunden. Porque ni con kalashnikovs ni con cuchillos podrán destruir nuestro sistema o abolir nuestros valores y principios. Con el miedo, sí. El miedo hace que desistamos de la crítica a las religiones. Cíteme una sola obra de teatro, un libro, una película que se atreva hoy a desafiar el dogma religioso y, en particular, el islámico. Cíteme al equivalente actual de Voltaire o Molière. No los hay. Es algo que tiene que ver con el miedo, pero que va más allá del miedo. Es un pensamiento victimario que nos culpabiliza y nos hace abandonar los reflejos que deberíamos tener instalados cuando se intenta hacernos renegar de nuestras libertades. Esta mentalidad corroe nuestras sociedades y devora nuestros espíritus. Nos hemos dado cuenta, por ejemplo, de que quienes siguen amenazando hoy a Charlie Hebdo jamás han abierto la revista. Nunca han leído un artículo ni visto una viñeta. El problema no es el contenido de Charlie Hebdo, sino lo que se dice sobre ella. Se induce a pensar que es islamofóbica y lanzan amenazas de muerte. O peor: pasan a la acción.

P. ¿Cómo de necesario es defender el derecho a cagarse en Dios?

R. La crítica es necesaria para evitar el fanatismo y la idolatría. El ejemplo sangrante de Charlie Hebdo también sirve para combatir este totalitarismo y ponerse del lado de los hombres más que del de las creencias. Para dejar claro que nuestra identidad no se resume en una pertenencia religiosa, en una orientación sexual o en cualquier otra cosa, sino que somos mucho más. Eso necesariamente implica sumergirse en lo contrario al universalismo y reconocer que todos compartimos la misma condición humana.

Malka es el último representante del entorno de la revista que dirigió Charb y en la que brillaron humoristas gráficos como Cabu, Tignous,Wolinski y Honoré -todos ellos acribillados a quemarropa el mismo fatídico día- en plasmar por escrito su suplicio personal. El crítico literario Philippe Lançon dejó constancia de su testimonio en El colgajo, metáfora cruda del estado en el que quedó su mandíbula tras recibir el impacto de las balas (Anagrama). Riss, actual director de la publicación, igualmente herido de gravedad tras un atentado que en realidad fue una masacre ideológica, publica ahora Un minuto cuarenta y nueve segundos (Libros del Zorzal), coincidiendo con la novela gráfica Seguir dibujando (Bang Ediciones), de la también superviviente Coco.

El enemigo de estos terroristas es la vida, son apóstoles de la nada

Que en la redacción de El jueves galo se debatiera sobre las raíces del terrorismo a propósito de la novela Sumisión (Anagrama) justo en el momento en el que los Kouachi irrumpieron con pasamontañas y fusiles de asalto es una paradoja perversa. «El mensaje de los terroristas es claro. Nos dicen: vuestras palabras, vuestras indignaciones, vuestra resistencia no sirven para nada. Seguiremos matándoos […] Renunciar a la libre crítica de las religiones, renunciar a las caricaturas de Mahoma, sería renunciar a nuestra historia, a la Enciclopedia, a la Revolución y a las grandes leyes de la Tercera República, al espíritu crítico, a la razón, al mundo regulado por las leyes de los hombres antes que por las de Dios», escribe el abogado, al que hay que imaginarse delante del teclado con la firmeza y la inspiración del fiscal Julio Strassera cuando redactó su alegato para el histórico juicio contra los nueve generales de la dictadura argentina.

Quizá el pasaje más iluminador de su libro es aquel en el que explica cómo varios imanes daneses manipularon en un dossier las caricaturas de Mahoma publicadas originalmente por el periódico local Jyllands-Posten. Porque resulta que la indignación del mundo musulmán y el propio ataque contra la revista que se rio de Dios y del diablo remiten a un cortapega peor que malintencionado: tres de las viñetas que desataron la yihad global contra la libertad de expresión eran fakes. Dos de ellas procedían de una web de supremacistas blancos estadounidenses; la última aprovecha una imagen de la fiesta del grito del cerdo que se celebra en la ciudad de Tulle para insultar al profeta.

P. ¿Por qué buena parte de la opinión pública internacional desconocía y sigue desconociendo este hecho?

R. Efectivamente, muchas veces he tenido que recordar que lo que había provocado todo este asunto eran caricaturas falsas. Las originales no habían sido demasiado agresivas, pero unos imanes daneses salafistas próximos a los Hermanos Musulmanes las sacaron de cualquier lado y las añadieron. Uno de ellos, Ahmed Akkari escribió un libro en el que mostraba su arrepentimiento y fue obligado a irse a Groenlandia. Sin embargo, el mundo no oyó este mensaje. Es realidad, los blasfemadores en esta historia son los imanes daneses, no Jyllands-Posten, ni Charlie Hebdo.

P. Si otros periódicos de Europa y del resto del mundo que -uso sus palabras- creen que «hay que correr riesgos para seguir siendo libres» hubieran publicado las caricaturas de Mahoma, ¿se habría producido la misma reacción?

R. Por supuesto que no. En tal caso no habría existido blanco. Lo que genera peligro es la soledad.

P. Es difícil leer su alegato sin pensar en el otro gran ataque terrorista que sufrió París en 2015: el de la sala Bataclan y los bares de Saint-Denis. El humor y la música, en definitiva, la alegría, fueron los objetivos de los asesinos. ¿Qué reflexión le sugiere este hecho?

R. El enemigo de estos terroristas es la vida misma. Son apóstoles de la nada, de la aniquilación del otro, sobre todo si es libre. Hunde sus raíces muy profundamente en la Historia, en una controversia que tuvo lugar en el origen mismo del islam y derivó en dos corrientes. Una que consideraba que el Corán podía ser interpretado, que afirmaba que el primer fundamento del islam debía ser la razón y la libre interpretación humana (la corriente Mustazilí, que influenció profundamente en el judaísmo y el cristianismo). Y otra -desgraciadamente, la que se impuso- que es rigorista y radical, que ve que el Corán como algo inmutable, sobre lo que no se debe reflexionar sino simplemente cumplir y obedecer, incluso si no lo comprendemos. Según esta percepción, el texto sagrado es superior a la razón, a la justicia, a la libertad. Este debate teológico, que sigue siendo de una brutal actualidad, es el que impulsa a la corriente rigorista a llevar a cabo acciones completamente deshumanizadas.

P. ¿Qué ha aprendido Francia como país del macrojuicio por el atentado contra su revista y el que se celebró por el ataque contra Bataclan?

R. Francia fue el primer país del mundo que abolió el delito de blasfemia y también el primero que declaró la libertad de expresión como derecho fundamental. Es el país del laicismo y cuenta con una tradición cultural extremadamente sólida y refractaria tanto al pensamiento islamista como al wokista. Eso explica por qué Francia está en primera línea de fuego y que haya sido en suelo francés donde se ha producido la mayor cantidad de atentados. Lo queramos o no, por nuestra historia, y siendo Charlie Hebdo el centinela de estos valores, estamos en primera línea.

El abogado que fue reconocido en 2016 por la revista GQ como el noveno más poderoso de Francia, un profesional que ha tenido como clientes a Dominique Strauss-Kahn, ex director del Fondo Monetario Internacional; Carla Bruni, esposa del ex presidente Nicolas Sarkozy; Manuel Valls, ex primer ministro galo y candidato a la alcaldía de Barcelona y Olivier Assayas, cineasta ganador de la Palma de Oro, responde por correo electrónico. Apenas puede concederse un respiro después de volver a las más altas instancias judiciales, ahora para el proceso de apelación del juicio que se saldó con 30 años de prisión para el principal inculpado vivo por el ataque contra la revista (Ali Riza Polat) y con condenas para otras 13 personas. Entre ellas, las pertenecientes a la comunidad que se movía entre la cárcel y la banlieue conocida como la secta de la lavandería.

P. Usted destaca que, en el juicio, uno de los acusados mostró tener una inteligencia superior a la media y que otro fue seductor, pero que lo último que se hacían son preguntas. «Y hay un momento en el que no hacerse preguntas es un problema», afirma en su libro. ¿Qué preguntas deberían haberse hecho los terroristas antes de la masacre? ¿Cuáles podrían haberla evitado?

R. Alrededor de los terroristas hay siempre un entorno que mira con cierta condescendencia al radicalismo y que no cuestiona demasiado a quien proporciona armas, alojamiento o logística. De todo esto hay que hablar. La policía y los jueces intervienen en la mayoría de las ocasiones a posteriori. Estas instituciones hacen lo que pueden para evitar los atentados, pero hay que asumir la batalla de las ideas.

P. ¿El ataque contra Salman Rushdie en Nueva York le hizo revivir lo que pasó en París?

R. En el momento del atentado contra Rushdie yo también estaba en Nueva York. Me encontraba allí escribiendo mi alegato para el juicio de apelación. Por lo que sí, los hechos fueron bastante vertiginosos. Hablamos de la misma casuística. No obstante, no podemos olvidar que todos los meses hay gente a la que se quema y asesina en Nigeria y Pakistán. Gente a la que se mete en la cárcel en Argelia por un delito de blasfemia. La prohibición de criticar a la religión mata y encarcela en el mundo entero. Hay 22 países en los que el islam es la religión del Estado y donde el ateísmo está considerado como un crimen. En 12 de ellos, se castiga con la muerte. Yo jamás he leído un artículo sobre teofobia no he visto muchas manifestaciones que se ocupen de esta violación de las libertades.

P. En la novela ‘El nombre de la rosa’, que usted menciona en su libro, el monje bibliotecario español Jorge de Burgos dice que la risa es un invento diabólico que deforma las facciones y hace que los hombres parezcan monos. ¿La risa hoy vuelve a ser sacrilegio?

R. Sí, la caricatura es insoportable para el fanatismo porque es universal. Todo el mundo entiende un dibujo, y lo eso lo convierte en un arma temible. Dicho esto, las viñetas políticas no pasan por su mejor momento. The New York Times decidió prescindir de ellos y Le Monde despidió a uno de sus dibujantes porque uno de sus chistes gráficos provocó una polémica minúscula. Todo esto es sintomático de la crisis actual de la libertad de expresión.

P. ¿Reconforta algo ver que los responsables del islam moderado en Francia han modificado su discurso y ahora defienden el derecho a la caricatura como componente de la libertad de expresión?

R. Por supuesto. Yo extiendo mi lucha a los musulmanes y para ellos resulta tan difícil como para mí, porque nadie les protege y porque se enfrentan a una soledad extrema. Generalmente, es gente que vino a Francia escapando del dogmatismo y de la restricción de libertades a las que me refería antes, y no quieren vivir lo mismo. Por eso luchan. Es ellos de donde puede proceder nuestra gran esperanza.

P. Usted es muy crítico con los que denomina «niños mimados de la República». Riss también se dirige a ellos en su ensayo. ¿A quiénes se refiere?

R. Por lo general, pertenecen a nuestras élites. Han traicionado todos sus principios por una efímera tranquilidad, por un sentimiento de culpa, por demagogia o por cálculo electoral. Estas élites proceden del ámbito político y suelen ser estar ideológicamente situadas en la extrema izquierda, que en otro tiempo era el partido antirreligioso. También proceden de la universidad, donde hay muchos temas que ya no se tocan. Bernard Rougier, un famoso islamólogo francés, asegura que en los campus franceses ya nadie hace tesis sobre la radicalización del islamismo porque provocan tsunamis. Se prefiere esconder estos temas sensibles debajo de la alfombra. Es decir, que la universidad, el templo del saber y del conocimiento, ha renunciado a esta lucha. Sin estudios históricos y antropológicos, sin reflexión, vamos directos al oscurantismo.

P. ¿Qué es ‘Charlie Hebdo’ hoy?

R. Se ha convertido en una idea: la idea de la libertad, que vivirá para siempre. Puede sufrir retrocesos, puede enfrentarse a momentos de oscuridad, pero existe -o, al menos, así lo creo yo- una aspiración humana de libertad que no desaparecerá nunca.

El derecho a cagarse en Dios, de Richard Malka y publicado por Libros del Zorzal, ya está a la venta. Puede comprarlo aquí

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