Es necesario el despertar ciudadano, más allá de la revuelta necesaria, el despertar de una nueva fe cívica que vuelva a poner a la humanidad, como especie, en armonía entre iguales y con el planeta. Un nuevo ideal de emancipación más allá de religiones, naciones, e intereses económicos. Un ideal de ciudadanía universal y ello es posible a pesar de la diversidad, ya que si ponemos el acento en lo que une a las ideologías emancipadoras, no es sino la lucha contra la opresión y dominación de unos/as sobre otros/as.
La fe religiosa construyó e instauró templos de encuentro, quizá esos templos han sido durante siglos los nodos de una globalización, la de los creyentes, ocupados en interpretar la palabra de Dios a través de las doctrinas de fe reveladas. Sin embargo estos templos estuvieron vetados a los librepensadores, a los que dudaban, a los diferentes que hicieron avanzar al Mundo. Para todos ellos especialmente en la Edad Media se instauró el Santo Oficio.
He de reconocer a los apóstoles, heraldos y predicadores de la religión la gran inteligencia de haberse sabido mimetizar en todos los rincones, domus y villas del Planeta, permeando y dominando catecúmena y moralmente la opinión pública, mediante un mensaje, ora de paz, ora de guerra, pero siempre adaptado a los deseos y expectativas imperantes. Desde que se ganaron para sí a tribunos y nobles en Roma con Diocleciano, Constantino y Teodosio finalmente, constituyéndose en la doctrina oficial del Imperio y de Occidente hasta hoy en la posteridad, los ministros de Dios en la tierra siempre han sabido mantener su posición al sol que más calienta y utilizado la fuerza de la corriente en su beneficio. Por más que nos prometan mundos nuevos aquí, o en el más allá, despachan continuamente con el Poder.
Las doctrinas religiosas siempre han tenido un pie bien asentado en las ansias de “salvación humana” y los gurus de la tribu religiosa siempre han sido expertos en interpretar los caminos de “salvación”. Esta salvación que en cada época se conjugaba en verbos comunitarios, en la salvación de pueblos concretos, por la fe de la paloma o por la fe de las armas, la defensa o la conquista. Hasta hoy eso siempre ha sido así, la religión pretende universalismo, pero mantiene en la “parroquia” comunitaria su apuesta concreta. En cuanto al catolicismo, religión y nacionalismo siempre se han llevado muy bien y si no que se lo pregunten a los curas delatores de rojos durante y después de la Guerra Civil, a los que desde parroquias y órdenes religiosas del País Vasco lanzaron con su soporte a ETA, o a un gran elenco de políticos nacionalistas en Cataluña surgidos al calor de las juventudes católicas. En general que se lo pregunten al nacional-catolicismo, sea español, catalán o vasco.
No hay más cielos que aquellos que los y las creyentes pueden imaginar y bien sabemos que la imaginación siempre se asienta en este Mundo. La imaginación nos aproxima a la felicidad, hecha a nuestra medida y ese paisaje muchos lo llaman cielo.
Nadie volvió del “más allá” para decirnos que nuestra fe es real, ni la verdadera, siempre hemos sido nosotros, con urdimbres terrenales, los que hemos creado a nuestros dioses y no al contrario. Los agnósticos solo creemos lo que somos capaces de contrastar con los prismáticos de la razón. No nos mueve la fe religiosa pues no se puede percibir por los sentidos su fundamento. De la misma manera que no podemos llegar por la razón a la existencia de un Dios primigenio fundador, de un último principio fundamento y creador de todo el universo conocido y del posible desconocido ¿Porqué nos íbamos pues a alinear con una línea de pensamiento teológica?
¡No! Mi fe es de este Mundo, soy una persona mundana en el más amplio sentido de la palabra. Mundano, de mundanal, que ha sido utilizado a menudo eufemísticamente como sinónimo de ordinario o despreciable por las élites nobles u oligárquicas, o bien de pecado para la jerarquía católica. Me enojan los filibusteros de las creencias religiosas, depositarios de una “verdad” de fe revelada con la que dirigen y engañan la voluntad y la vida de la gente. Mi fe es cívica y se basa en la fe del poeta “Creo en el hombre. He visto espaldas astilladas a trallazos, almas cegadas avanzando a brincos, españas a caballo del dolor y del hambre, he visto y he creído”. ¡Existe una fe cívica! ¡Creo en una fe cívica! y solo la comunión profunda con lo mundano puede originar esa fe necesaria para cambiar el mundo. ” Y he tomado partido, partido hasta mancharme”.
A diferencia de las religiones, que históricamente han basado su impulso y legitimidad en una fe externa a la existencia humana, la fe de “los propios”, aquella en la que creo y me apoyo, hunde sus raíces en la profusa y remota necesidad de convivencia como bien intrínseco, en sí mismo y no marcado por ningún principio superior e irrefutable.
Podemos decir que la fe religiosa y la fe civica son compatibles, pero también, sin riesgo a equivocarnos, que la fe religiosa ha sido siempre la venda permanente para aguantar cristianamente profundas heridas existenciales. La religión ha servido en la historia, como mínimo, como cataplasma para soportar sin rebelarse el dolor y la ignominia. También, su desarrollo en las clases populares, nos explica en parte esa especie de anomia social de los “humildes”, aquella anomia por la que Etienne de La Boetie escribió su ” Discurso sobre la servidumbre voluntaria” En la que se pregunta el por qué los más se subordinan siempre a los menos.
Personalmente me produce una gran desazón comprobar cómo, aún hoy, personas inteligentes profesan, e incluso practican creencias religiosas. Parece que crean que solo lo espiritual les puede salvar. Pero en esto confunden el término espiritualidad, como si la espiritualidad fuera deudora de las religiones. Como si unas religiones fundamentadas en supercherías diversas, aderezadas con aspiraciones de poder terrenal y con una historia cargada de luchas fraticidas pudieran, aún hoy, guiar nuestros pasos espirituales. Al final me temo que todo es fruto de un cierto seguidismo cultural de tradiciones heredadas y sin fundamento, una visión cómoda de estar en el mundo.Son gente bien asentada en su comunidad y que posiblemente quieren influir sobre ella, aceptando sus mitos, ritos y banalidades. Dudo mucho que así puedan cambiar profundamente ni la existencia, ni la espiritualidad auténtica de sus sociedades.
Es necesario el despertar ciudadano, más allá de la revuelta necesaria, el despertar de una nueva fe cívica que vuelva a poner a la humanidad, como especie, en armonía entre iguales y con el planeta. Un nuevo ideal de emancipación más allá de religiones, naciones, e intereses económicos. Un ideal de ciudadanía universal y ello es posible a pesar de la diversidad, ya que si ponemos el acento en lo que une a las ideologías emancipadoras, no es sino la lucha contra la opresión y dominación de unos/as sobre otros/as.
¡Que resurja la fe cívica y que mueva montañas!