En medio de una tendencia general hacia una mayor secularidad, la fe cristiana entre la población latina es la única que crece. Alimentada por nuevos inmigrantes y una comunidad en busca de pertenencia, apunta a un creciente conservadurismo entre un bloque electoral tradicionalmente demócrata
Un domingo de sermón en una iglesia evangélica latina de Estados Unidos se vive entre movidas canciones con una banda en vivo y discursos de un pastor que usa un lenguaje cercano, hasta coloquial. No es un evento particularmente solemne. Lo único que tiene de parecido a una misa de sacerdote y eucaristía es la mención constante de Jesús. La evidencia empírica dice que eso es algo bueno para el objetivo, que es una de las bases de la fe, de sumar miembros: mientras que todo el resto de denominaciones religiosas están de capa caída, desangrando fieles, las iglesias evangélicas latinas crecen a un ritmo notable. Es un fenómeno que sucede un poco bajo el radar —precisamente la religión en general interesa menos y menos— pero que, de manera planificada, está cambiando el balance del inmenso poder religioso en el país y también fragmentando al electorado latino, tradicionalmente muy alineado con los demócratas, que al calor del evangelismo es cada vez más conservador.
En la iglesia Nueva Vida de Chicago se habla en español y la misión más importante es que quien vaya por primera vez, regrese. Hay un protocolo minuciosamente diseñado porque la gente decide si va a volver en los primeros cinco minutos, asegura el pastor Jaro Medina una mañana de domingo a mediados de abril.
En la puerta hay alguien que da la bienvenida con una sonrisa cálida que pronuncia “bendiciones” a todo el que entra por la puerta de este edificio de tres plantas, que si no fuera por la cruz inmensa que decora la fachada sería solamente un viejo teatro de barrio que ha visto mejores tiempos. Una vez dentro, se ofrece café, se pregunta “cómo está, hermano”, se escuchan atentamente las penurias que el nuevo pueda traer. Luego, el sermón empieza como empieza una fiesta: 15 minutos de música, una especie de góspel latino, moderno y pop. El ritmo saca a los congregantes de sus sillas y los pone a bailar en sus puestos de este espacio alfombrado como un centro de convenciones y vestido de pantallas gigantes, a las que la gente, con brazos levantados en éxtasis, mira atentamente para seguir las letras, como si estuviera en un karaoke colectivo.
El pastor Jaro, puertorriqueño de 40 años que lleva una década al frente de esta congregación, ha visto y cultivado ese crecimiento él mismo. “En 2014 era muy diferente la cosa. Estábamos abriendo el tercer servicio de los domingos. Empezamos el cuarto cuando entró la pandemia. Nos dio duro. Pero cuando bajaron las restricciones, y se comienza a abrir la frontera, muchos inmigrantes entran”, explica entre sermones en su “campo” —como llaman a las parroquias— que tiene ahora alrededor de 500 miembros, forma parte de un grupo que incluye a más de 5.000, y es considerada pequeña.
El panorama que esboza el pastor Jaro lo reflejan los datos, pero hay que rascar un poco. Entre 2008 y 2022, el porcentaje de latinos que se identifican como evangélicos se ha mantenido estable alrededor del 25%; en el resto de grupos la cifra ha bajado, más notablemente entre la población blanca, de un 33 a un 25%. El crecimiento en sí va de la mano de cambios demográficos en el país. Si en 2008 había cerca de 50 millones de latinos en Estados Unidos, ahora hay unos 65 millones y para 2050 serán casi 100, la respuesta está clara: ese 25% representa cada día más personas.
Además, las tendencias indican que esa proporción, la que se ha mantenido estable en los últimos 15 años, también va en aumento, impulsada por cambios en dos grupos en particular. Por un lado, los inmigrantes, entre los cuales en 2008 un 22% se identificaba como evangélico, y que para 2022 eran ya el 32%. Y, por otro, los latinos de segunda y tercera generación, que pasaron del 23 al 29% y del 27 al 31% respectivamente en el mismo tiempo. Si agregamos que los evangélicos latinos también están teniendo más hijos que el promedio nacional, es previsible que dentro de unos años el panorama religioso latino, e incluso el general, será dominado por esta amalgama de denominaciones cristianas conocidas como evangélicas; y su agenda política se volverá cada vez más relevante.
En ese sentido, crecer y seguir creciendo es un objetivo que se pronuncia sin tapujos. En el discurso de base es meramente una cuestión de convicción religiosa: cuando llegue el final, solo quienes hayan aceptado a Jesús en sus almas y corazones serán salvados; y si salvar almas está en sus manos, pues manos a la obra. La comunidad entera colabora en esta misión y el guion para retener fieles en realidad se extiende mucho más allá de los primeros minutos. A la semana siguiente de ir por primera vez, los miembros hacen seguimiento al recién iniciado, llaman hasta tres días para preguntar “qué tal estás”, para invitar a una cena, para hacer sentir que ya se es un hermano o una hermana.
Precisamente es lo que cuenta Lizbeth Rodríguez después de escuchar atentamente al pastor Jaro. “Para mí, la iglesia me da familia, me da este compañerismo… Aunque pasamos por cosas, por ejemplo mi esposo falleció, aquí tengo a una hermana o un hermano que me ayudan en este caminar y me animan, me dan aliento, me visitan. Son familia en este mundo”.
Si se es migrante, esta bondad un poco teatralizada entra diferente. La secuencia se repite semanalmente en ciudades y pueblos de todo Estados Unidos. Llegar a un país nuevo después de una travesía tan brutal que tantos prefieren olvidarla. Probablemente, no hablar casi nada de inglés. Finalmente, entrar a un sitio en donde te consideran familia desde el primer saludo, donde los acentos recuerdan a casa, al igual que la comida y el cariño. Para muchos es una sensación sobrecogedora. Da igual qué tanto la Biblia y Jesús hayan estado en sus vidas previas; ahora, más de mil millas al norte, tal vez les recuerdan a las raíces que han arrastrado en su camino o les ofrece un santuario para mantener a raya los demonios. En todo caso, la disposición a escuchar es especialmente abierta si viene acompañada de una cena caliente.
Hay todavía otro atractivo, en forma de idea, que muy entre líneas cala y abre una veda para que entren las demás que conforman su imaginario político. Es la idea del progreso personal, cuantificable y ligado a la prosperidad económica. En estas iglesias, la pobreza no es virtud. En gente que en su mayoría la ha conocido desde la cuna, y que en tantos casos está huyendo de ella, este mensaje encuentra un campo fértil. De repente, Jesús es, además de mártir de la humanidad, creyente y guardián del sueño americano. Y de ahí, encajan ordenadamente la defensa de la familia, el rechazo de los vicios —paraguas enorme donde cabe cualquier conducta considerada reprobable desde el consumo de alcohol y otras drogas, hasta el uso excesivo de redes sociales—, y la visión del Estado como guardián de esa forma de vida acechada por la degeneración moral del progresismo, así, tan general y tan abstracto.
Ante esa amenaza percibida, se refuerza la convicción de que la iglesia ofrece respuestas a cuestiones urgentes en la sociedad norteamericana, una lectura particular de ella. Lo confirma escuchar al pastor Daniel Matos, también nacido en Puerto Rico, pero ciudadano de Chicago desde que tenía tres años, que ha liderado durante más de cuatro décadas la iglesia cristiana Agapé, al oeste de la ciudad. Además, es el representante regional para el Medio Oeste de la Conferencia Nacional de Liderazgo Cristiano Hispánico (NHCLC, por sus siglas en inglés), asociación por excelencia del evangelismo latino en el país, que reúne a más de 40.000 iglesias, apoya activamente la “plantación” de nuevas congregaciones —es Amazon para las nuevas iglesias, les ofrecen todo lo que puedan necesitar, dice el pastor— y no es tímida al momento de desplegar su poder político. “La gente viene con preguntas y nosotros tenemos que ser capaces de responderlas. Y si no sabemos la respuesta, tenemos que encontrarla… Hay preguntas sobre el futuro. ¿Qué viene ahora? ¿En quién deberíamos confiar? ¿En quién no deberíamos confiar?”, explica el pastor Matos.
La declaración de principios de la NHCLC arroja todavía más luz sobre la agenda política y social de las iglesias evangélicas latinas. Entre otras cosas, señalan como misión central reformar la cultura creando influenciadores en todas las esferas de la sociedad y el mercado, transformar la imagen del evangelismo de “blancos enfadados que se oponen a todo” por una comunidad multiétnica, o construir un “cortafuegos” contra el “relativismo moral, la apatía espiritual, la decadencia cultural y la tibieza eclesiástica, elevando al mismo tiempo el matrimonio bíblico, defendiendo la vida y protegiendo la libertad religiosa”. El mercadeo es transparente: ultra-conservadurismo de siempre empacado en la camufladora idea de “multietnicidad” para hacerlo ligeramente más digerible.
Junto con esta declaración de intenciones, las apariciones mediáticas del líder de la NHCLC, Samuel Rodríguez, que es ya un invitado recurrente en la cadena de noticias de extrema derecha Fox y una figura dentro del lobby religioso en Washington, dejan claro que el evangelismo latino está ejercitando su músculo político. Ha construido sobre los cimientos del evangelismo blanco, que ha tenido una influencia enorme sobre administraciones tanto rojas como azules, llegando a su máxima expresión en 2016, con el apoyo masivo de la comunidad evangélica a Donald Trump; que devolvió el favor nombrando a tres jueces para configurar el tribunal más conservador en décadas, lo cual culminó en la derogación del derecho federal al aborto en 2022.
En estas elecciones y en las que vienen está por verse exactamente qué buscará un lobby evangélico latino mucho más poderoso. Sin duda, el aborto seguirá siendo un punto de batalla central y la prohibición absoluta el objetivo final; pero puede que eso sea aspirar a demasiado, en el panorama actual abogar abiertamente por ello sería un suicidio electoral.
Luego están las batallas culturales más amplias, en las que el colectivo lleva participando del lado más conservador desde hace años. El modelo a seguir podría ser la Florida de Ron DeSantis, tal vez el Estado en el que más presencia e influencia tienen actualmente, donde ya se han pasado leyes prohibiendo la enseñanza de contenidos sobre diversidad sexual, se han prohibido más libros que en cualquier otro sitio y más recientemente se aprobó una prohibición del aborto a partir de la sexta semana, de las más restrictivas en la actualidad. La gran incertidumbre viene en el ámbito migratorio. Cuando hablan del tema, apoyan una inmigración legal, pero no rechazan a los migrantes sin papeles que vienen a trabajar y salir adelante tampoco, que además son muchos de sus nuevos miembros.
En todo caso, cuando los sermones retumban en los salones de las miles de iglesias evangélicas latinas en el país no se habla de política. Es el momento de sentirse parte de una comunidad y de ser fiel a las enseñanzas de Dios. El congregante promedio no está necesariamente muy politizado, para él la iglesia es la razón por la que pudo salvar su matrimonio, dejar el alcohol o adaptarse a un país nuevo. Sin embargo, al confiar plenamente en ella, el que tiene derecho a voto también se lo confía a la palabra del pastor. Pero los votos no son nada si no son muchos y el plan de crecimiento está en plena acción.