«Te matan en vida». «Te dicen que lo de fuera es Satanás». «Sufrí violaciones durante un año siendo niña». «Tienen tribunales parajudiciales». En primicia, los 35 testimonios contra el culto en la demanda que la confesión ha interpuesto contra la Asociación de Víctimas en España, para «intentar acallarlos», dice su abogado, Carlos Bardavío
En una anónima y muy poco catedralicia sala de juicios de Torrejón de Ardoz, en la periferia de Madrid, se va a dirimir en las próximas semanas una cuestión probablemente tan vieja como el hombre. Un dilema grande como la vida -o al menos un atisbo de él-. ¿Existe la salvación o estamos condenados? ¿Hay algo después o todo termina con, ya saben, el largo adiós? Y más en concreto: ¿engañan y esclavizan unos hombres a otros con el supremo cebo de la vida eterna? ¿Realmente descarga dios, en este caso Jehová, su ciega ira sobre los infieles, o es todo una trola para hacer caja? Porque eso es lo que hay al fondo.
En primer término hay una pendencia judicial. Un pleito, es cierto, inédito en la historia de este país. A un lado, los Testigos Cristianos de Jehová, la rama española de la congregación, en realidad una multinacional de matriz estadounidense, con sede en Nueva York. Al otro, quienes se dicen, en nuestro país, sus Víctimas.
Con mayúscula, porque desde diciembre de 2019 se agruparon en una asociación también legalmente constituida y que, a través de redes sociales sobre todo, ha ido lanzando primero chinas, luego ya verdaderos pedruscos, contra el edificio de una confesión religiosa legal en España desde 1971, y que agruparía, según incomprobables datos propios, a cerca de 120.000 adeptos en el país.
«Aquí hay de todo, según los testimonios que aportamos al juzgado: abusos sexuales perpetrados dentro del grupo, manipulación, marginación, discriminación por motivos de género, intentos de suicidio…», recita Israel Flórez, presidente de la asociación, él mismo testigo hasta hace seis años, y uno de los 35 testimonios que las víctimas blanden para justificar ante su señoría que sí, que sus derechos se ven coartados por las «prácticas sectarias», denuncian varios de ellos, del culto.
Que incluyen, siempre según las declaraciones, «tribunales parajudiciales», los llamados comités de ancianos (los sacerdotes de este credo), que hacen justicia divina en los conflictos entre los siervos, compeliéndoles a no ir a la Justicia ordinaria, la de los denominados «mundanos», por ser agentes de Satanás.
Y que tienen como cláusula de cierre un crudo mecanismo coercitivo: la llamada «muerte social». Si un testigo abandona, todo su entorno está obligado a darle la espalda, a dejar de hablarle e incluso de mirarle, porque esa persona pasaría a ser, para los fieles, una tentación del demonio. Un infierno de silencio para personas que, siempre según los críticos, cuando están dentro del culto son forzadas explícita o implícitamente a relacionarse sólo con otros fieles.
Los testigos, estas parejas siempre muy atildadas que venden la salvación puerta a puerta, y que explican al transeúnte que cuando llegue el fin del mundo el Altísimo sólo salvará a sus adeptos, pasan en realidad por dificultades en todo el mundo desde que tuvieran que asumir en Australia, en 2015, que ocultaron más de un millar de casos de abusos sexuales. Y también, apunta Flórez, «desde que internet imposibilita ya que engañen a la gente tan fácilmente como antes: ahora se sabe todo en todas partes».
Las políticas que tiene esta organización me han hecho intentar quitarme la vidaG.P., ex testigo
Pero se defienden. En España, desde sus oficinas centrales en Ajalvir (Madrid), denominadas en su jerga con el nombre bíblico de Betel, han demandado por intromisión en su derecho al honor a la asociación de víctimas, que intentará demostrar, ante una jueza muy motivada por la cuestión, la de Instrucción 1 de Torrejón, que puede denominarse como tal.
No se denuncia, ojo, una agresión a la libertad de creencia, ni ofensa al sentimiento religioso, sino daños a su imagen: «Son difamaciones que generan animadversión contra un culto minoritario que no hace daño a nadie», explica a este diario Joan Comas, portavoz. «Hemos sufrido ataques vandálicos y de odio en nuestros salones del reino», las iglesias de este culto.
«Respetamos la libertad de expresión, pero todo tiene un límite». Explica que lo que las «víctimas» denuncian como justicia paralegal son sólo tribunales de la fe que valoran «si se ha cometido un pecado», pero que «en absoluto se disuade a nadie de acudir a la justicia ordinaria, al contrario».
Niega también que se aboque a la «muerte social» a sus renegados, pero matiza: «Es decisión personal de cada feligrés cómo tratar a una persona que ha dejado de ser testigo de Jehová».
PAPEL ha tenido acceso en exclusiva a los 35 testimonios de víctimas aportados a la causa -12 de ellos declararán ante el juez- por su letrado, uno de los mayores expertos jurídicos en sectas de España, Carlos Bardavío.
Una de las historias más poderosas es la de G.P. -ocultamos los nombres para proteger las identidades-, un concentrado de las tropelías que las víctimas denuncian en la organización. «Fui abusado sexualmente dentro de los testigos por parte de un anciano y lo ocultaron, estoy en un procedimiento judicial con respecto a estos hechos en Plaza de Castilla», dice G., que aseguran a este periódico: «Te matan en vida».
Dice, en su escrito al juez: «Soy homosexual, y los testigos no lo aceptan. Tengo trastorno mixto de la personalidad y los ancianos me trataban como a un retrasado mental. Las políticas que tiene esta organización me han hecho intentar quitarme la vida. La dejé en marzo de 2019 sabiendo las consecuencias, pero nunca pensé que fuese tan radical. Fui testigo durante 30 años. La pérdida de mis amigos de toda la vida, de mi familia, ver gente que no te saluda y que te etiqueten como colaborador de Satanás es lo que te enseñan».
Sigue este testimonio: «Ver que, de la noche a la mañana, amistades construidas durante 10 años se destruyen como robots cuando el anciano sube a la plataforma y habla de ti te hace sentir como si te estuvieras muriendo. Llevo años a tratamiento psiquiátrico y psicológico, tomo una macedonia de 14 pastillas al día, me orino en la cama casi todos los días, en el sexo cuestan las erecciones. Cuando te desasocias después de 30 años es como volver a nacer, no tienes a nadie que te guíe. Tuve, además, dos intentos de suicidio por la muerte de mi madre», una mujer que se negó a recibir transfusión, explica, como dicta la doctrina de Jehová. «Al final no quieres seguir sufriendo y sí suicidarte. No quieres morir, pero sí dejar de sufrir».
S. L. P. es una mujer que sufre, con 10 años, anorexia nerviosa y «los ancianos me decían que eso rozaba con las leyes de Jehová, porque no valoraba la santidad de la vida». Con 17 años comienza a trabajar para otro adepto mayor, que acababa de perder a su hijo en un accidente de tráfico y que convence a los padres de ella. «Él prometió cuidar de mí», explica, estando aún aquejada de anorexia y «emocionalmente inestable». «Un año después comenzó a propasarse conmigo, diciéndome que estuviera tranquila, que lo hacía por cuidarme».
«Sufrí abusos y violaciones durante un año, siendo una niña con depresión crónica. Me amenazaba constantemente con que si hablaba me formarían un comité judicial y sería muy doloroso para todos, porque traería mi aislamiento social». Años después, ya casada con otro fiel, denuncia lo sufrido, «y ahí la que fue violada fue mi integridad moral», por tener que explicar con pelos y señales todo ante «tres ancianos» que se esfuerzan, dice, por no entenderla: «Me preguntaban si me quitaba la ropa yo, o era él. Si lo hacía yo, él era la víctima».
«Estuvieron una semana deliberando. Me decían: ‘Jehová está moviendo los asuntos’. ¿Qué asuntos? Si esto es una vulneración de mis derechos fundamentales». El presunto agresor campaba luego con tranquilidad por la organización, cuenta: «Le dijo a mi padre que yo ya era mayorcita para saber qué hacía. Los ancianos le decían a mi padre que había aguantado muy bien». S. dice sufrir, de resultas de todo, una importante disfunción sexual, y su pareja en aquel momento, cuenta, «no sólo no me entiende, sino que se compara con el agresor». S. dice no parar de pensar «cómo se sentirá mi Dios ante tanto abuso de poder, un atentado a él». No ha abjurado de Jehová. Sólo de su «presunta» iglesia.
M. S. «tenía siete años y mis padres estaban divorciados cuando mi madre y mi hermano empezaron a ir a las reuniones y llevarme contra mi voluntad».
«Desde pequeño me inculcaron el miedo de que si no asistía a las reuniones sería considerado mala persona y Dios me destruiría. Recuerdo vivir atemorizado, lloraba en mi habitación pidiéndole perdón a Dios, no quería que acabara con mi vida», escribe en el texto enviado al juzgado.
A los ocho años su madre le deja a pasar un fin de semana «con una mujer de la congregación que insistió en que me quedara con ella». «Recuerdo cómo ya a la noche ella me empezó a decir que yo era muy guapo, y que si ella me parecía guapa. Le dije que sí, y me dijo que cuando cumpliera 18 años nos casaríamos, ella me esperaría. Yo iba a dormir en el sofá, porque la casa era pequeña, pero vino y me dijo si quería dormir con ella. Dije que sí, pero la condición es que estuviera desnudo. Le dije que no porque me daba vergüenza que me viera desnudo, no entendí la gravedad del asunto. No insistió».
«Luego, mi madre me amenazó con no dejarme ver a mi padre si no seguía en los testigos, y también cuando ella sufrió cáncer: me pidió que siguiera como su última voluntad, pero luego superó la enfermedad. Los ancianos de la congregación me prohibieron tener amistades fuera de la congregación, porque la gente de fuera eran ‘mundanos’ y estaban controlados por Satanás. Puede parecer una tontería, pero cuando te crías en un ambiente tan tóxico te lo crees totalmente».
«Con 17 años me prohibieron relacionarme con nadie que no fuera testigo y estudiar cualquier cosa que no fuera la literatura de la congregación, so pena de cometer apostasía». Si cometía este pecado, sería expulsado y «nadie de ese entorno podría hablarme». Es decir, perdería todo su entorno.
Finalmente fue expulsado. «Fue mi hermano quien me comunicó mi expulsión, y me dijo: ‘Hoy, para mí, mi hermano ha muerto’. Colgó y no ha vuelto a contestar a mis llamadas ni a mis mensajes. Tiene totalmente prohibido hablar conmigo, de lo contrario sería expulsado y le pasaría lo mismo que a mí». «Durante los siguientes tres años estuve solo, sin amigos ni familia. Sufrí una depresión que me hizo adelgazar 26 kilos. Sólo he podido salir adelante gracias a mi abuela, que ha sido mi gran pilar».
P. G. nace en una familia «en el seno de la secta» hace 50 años, y es expulsada con 24. Su «pecado»: tener relaciones sexuales -«no completas»- con su entonces novio, también en la confesión, por lo que fue tachada por un «comité de ancianos» de «fornicadora impenitente» e «insumisa» en «un juicio totalmente abusivo, machista, injusto y destructivo para mi autoestima». Resultado: «A mi pareja le prohibieron hablarme y perdí todo contacto con él. Terminó casándose con otra. Lograron separarnos».
«Tuve un intento de suicidio justo antes del juicio: lo peor que te puede pasar en esa secta destructiva es que te expulsen, aíslen y prohíban todo trato social y familiar, le has fallado a Dios y mereces el castigo».
Habla Carlos Bardavío, el abogado: «Muy pocos de estos casos, apenas cuatro o cinco, han sido denunciados en la Justicia ordinaria, y esto es lo que buscan con esta demanda: amedrentar a sus críticos, externos pero también internos, porque una de las declarantes aún está en la confesión. Ellos se amparan en la libertad de conciencia, pero tratan de coartar la libertad de expresión de los demás, cuando dentro de su propio culto ellos denostan otros, diciendo que todo lo que hay fuera de ellos es Babilonia La Grande».
En las declaraciones, por ejemplo, I. C. G. escribe una medida e incluso hermosa misiva al tribunal narrando cómo la doctrina de los testigos «robó mi infancia, me aterrorizó por un pánico constante a que todo terminara, y me abocó a recibir ayuda psiquiátrica de por vida». Menciona por su nombre a un amigo homosexual que «intentó suicidarse por no encajar». Extracta los que cree son puntos fundamentales de «esta secta criminal». «Hay pensamiento dirigido, porque no creen que puedas pensar por ti mismo. Hay doble moral, porque muchos ancianos o son adúlteros o pederastas. Hipocresías, señalamiento social, hipocondria y enfermedad mental. También problemas sexuales, porque todo es pecado. E incoherencias, porque a lo largo de los años la literatura va cambiando. En realidad alientan al suicidio físico y moral».
P. M., de 51 años y hasta los 45 dentro del culto, cuenta cómo la «alienación» de crecer apartado de la celebración de todo festejo -no pueden celebrar cumpleaños ni navidades- le acabó generando «una enajenación mental que duró décadas». Describe también la «explotación infantil» de ir predicando de puerta a puerta «por obligación», llegando a hacer con 12 años «60 horas de predicación mensual».
Todo esto, o parte de ello, se declinará ante la autoridad judicial de Torrejón para poner luz en España a un negocio, el de la Watch Tower Bible And Tract Society of Pennsylvania, que así se llama la sociedad que dirige el culto, que tiene en lo inmobiliario y lo editorial sus principales activos a nivel mundial, aparte de los diezmos y las herencias de millones de feligreses en todo el mundo.
El propio Israel Flórez contará su propio infierno -«sufrí abusos con cinco años dentro de los testigos»-, pero también el de su familia: el suicidio de su hermana. «Era testigo, pero se fue desvinculando y quiso volver tras haberse divorciado, un poco por mis padres, que estaban ayudándola. Pero no le dejaron. Por divorciada. Le hicieron comités judiciales, la sojuzgaron. Entró en espiral negativa, se terminó suicidando». Se detiene un segundo. «Los testigos dicen que no han registrado un solo suicidio en España desde 1971».