Si a alguien le cupiera alguna duda sobre lo profundamente reaccionaria que resulta la posición política del Partido Popular en todos los campos, no tendría más que observar el título del presente artículo para poder constatarlo. La pregunta sobre si un estudiante debe cursar Ética o Religión había sido desterrada de nuestro sistema educativo hace aproximadamente 20 años. Hoy, desgraciadamente, el peor ministro de Educación de la democracia, lo que es decir mucho, la ha vuelto a poner de actualidad.
El primer aspecto de esta aberración pasa por plantear opción entre religión y ética, como si sus contenidos cubrieran, para el estudiante, un espectro semejante, que pudiera alcanzarse desde una y la otra. Nada más lejos de la realidad. La religión es un discurso heterónomo, es decir, constrictivo, impositivo, dogmático, que le dice al individuo lo que debe hacer y pensar, sin dejar espacio alguno a la libertad y al pensamiento. La ética, excepto la de cuño religioso, es un saber autónomo, que anima al individuo a reflexionar y a tomar sus propias decisiones, a atreverse a pensar, como dice Kant. Trasladado a la política, la religión construye súbditos, la ética, ciudadanos. Quizá esto sea una explicación plausible del porqué del planteamiento del Gobierno.
El segundo aspecto es todavía más sorprendente y significativo. La Ética deja de ser una asignatura obligatoria, lo mismo que la Historia de la Filosofía de 2° de bachillerato. Es decir, será posible que un estudiante acabe sus estudios sin haber oído una sola palabra sobre ética. No descubriré el Mediterráneo si digo que si de algo está carente nuestra sociedad es de ética. La sociedad española lleva décadas siendo una ciénaga irrespirable en la que la corrupción se ha convertido en una realidad sistémica. La corrupción afecta a todas las instituciones sociales, se infiltra en el deporte, alcanza lo más elevado y lo más cotidiano. Y en este contexto de corrupción generalizada, el Gobierno decide que los estudiantes no necesitan estudiar ética. Demostración palmaria del nulo interés del PP por la salud moral de la sociedad. Ciertamente, un partido tan vinculado a la corrupción como el PP es lógico que no sienta ningún interés por la ética, pero un cierto disimulo hubiera sido aconsejable.
La educación intenta construir a los ciudadanos que se ajusten a las necesidades de la sociedad. Quizá por eso, para una sociedad corrupta es preciso educar ciudadanos desconocedores de los valores éticos, que sigan apoyando, sin ningún tipo de escrúpulo, a partidos implicados en constantes escándalos de corrupción, que no entiendan que la corrupción debe ser perseguida y sus promotores marginados social y políticamente. Desde esa perspectiva, la posición de Wert es de una extremada coherencia. Es lo que cabe esperar del partido de Bárcenas, Matas, Granados y demás. No se trata, claro está, de tirarse piedras sobre el propio tejado.
Eso sí, la religión se ajusta como anillo al dedo a la hipocresía necesaria para nuestra sociedad corruptas. Qué mejor que un discurso que hace del arrepentimiento individual el único pago por el delito, que plantea que una mala acción puede ser redimida simplemente contándola en confesión a un sacerdote. No hay que ser buenos ciudadanos, basta con arrepentirse, o, al menos, fingirlo. No voy a darle ideas al PP, no vaya a ser que, consecuente con lo que plantea en educación, divida el ámbito judicial entre jueces y sacerdotes y, así, quien haya cursado religión sea juzgado por sacerdotes y quien haya elegido ética, por jueces. Para los primeros, un par de padrenuestros y desapareció la culpa. Todo un descubrimiento para el siglo XXI.
*Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza.