Si el presidente Donald Trump y el liderazgo republicano del Congreso se salen con la suya, prepárense para que los dos temas más contenciosos en nuestra sociedad —la religión y la política— se mezclen bajo un solo techo en iglesias, sinagogas y mezquitas.
Lo mismo ocurrirá en los centros de oración indeterdenominacionales y exentos de impuestos en los centros comerciales y, naturalmente para los gigantescos templos evangélicos que reúnen a miles de seguidores de predicadores que son celebridades.
La práctica de la religión pudiera convertirse en una maquinaria política, y que la separación de la iglesia y el Estado se vaya al diablo.
¿Pueden imaginarse el sermón dominical salpicado de opiniones políticas, además de incluir un espaldarazo a Pepe Croqueta para la Comisión de Miami, a Mariquita Pérez para la Cámara estatal y Juan Pirindingo para el Congreso?
De todas las posible enmiendas que pueden incluir en su proyecto de ley sobre los impuestos, el Partido Republicano ha escogido el asunto constitucionalmente cuestionable de permitir que las iglesias se conviertan en foros políticos desde donde predicadores, ministros, pastores e imanes puedan apoyar a candidatos políticos.
No me reviren la cara cuando menciono las mezquitas, los imanes y el islam. Esta inclusión de la religión en la política quizás sucede porque Trump quiere agradar a su base electoral evangélica de derecha, pero cuando se abre la puerta a una religión, se la abre a todas. Como siento con tanta frecuencia la necesidad de subrayar en estos tiempos, esto todavía es una democracia, y la libertad religiosa es uno de sus pilares.
Pero alegando que la Enmienda Johnson de 1954, que prohíbe a las organizaciones religiosas apoyar u oponerse a candidatos políticos, restringe la libertad de expresión de grupos religiosos, el proyecto de ley tributario republicano trata de modificarla. Y lo único que queda después de los cambios es que las instituciones religiosas todavía no pueden hacer donaciones a las campañas políticas.
Abrir la puerta a la politiquería en las iglesias pudiera cambiar la práctica y la experiencia religiosa tal como las conocemos, quizás excepto para los católicos.
“La Iglesia católica no tiene vela en ese entierro y no tiene nada que ver con la exención tributaria”, me dijo el arzobispo de Miami, Thomas Wenski. “Esa no es la forma en la que los católicos ven la religión. La Iglesia no apoya a candidatos, haya una Enmienda Johnson o no”.
De hecho, dijo Wenski, los católicos están “políticamente desamparados, porque no encontramos nuestro lugar en ninguno de los dos partidos hoy”, en momentos que la Iglesia no concuerda con el Partido Demócrata sobre el aborto y los derechos reproductivos, ni con los republicanos sobre la inmigración y la pena capital.
Durante los últimos dos ciclos electorales, algunas parroquias han distribuido guías del elector aprobadas por la Conferencia de Obispos Católicos que se centran en formar conciencia política a través de la fe, dijo Wenski, pero hasta ahí llega la participación de la Iglesia en las elecciones. Aunque grupos puedan llamarse a sí mismos, por ejemplo, “católicos a favor de Romney”, no tienen lazos con la Iglesia y no pueden, ni podrán en el futuro, realizar actividades de campaña en terrenos de una iglesia.
Cosa que no es así en algunas iglesias afroamericanas, que sí invitan a candidatos políticos, “y nadie pestañea siquiera”, dijo Wenski.
La insistencia de Trump en mezclar la política y la religión es un concepto antiestadounidense también pues los padres de la patria tuvieron la sabiduría de cimentar la distancia entre la veneración religiosa y la nación Estado en la Carta de Derechos. A través de la historia, la religión ha sido una de las principales causas de guerra, genocidio y persecución. ¿Por qué Estados Unidos, en el siglo XXI, quiere abrir esa retrógrada, peligrosa y divisiva puerta?
El dogma religioso es la forma en que, por ejemplo, los ayatolas ejercen presión política e ideológica en Irán, para sólo mencionar un país. ¿Está planeando Trump crear una teocracia cristiana en Estados Unidos?
Hablar de política desde el púlpito religioso es una idea atroz, un intento de conseguir más poder por parte de Trump y los republicanos que cortejaron con fuerza a los cristianos conservadores y pastores evangélicos afroamericanos durante la campaña presidencial.
A sólo cuatro meses de asumir la presidencia, Trump firmó un decreto para “promover la libertad de expresión y de religión” —en que instruyó al IRS a no penalizar al clero por pronunciarse en asuntos políticos— durante un Día Nacional de la Oración en el Jardín de Rosas de la Casa Blanca. Unas dulces monjas de las Hermanitas de los Pobres le estrecharon la mano a Trump mientras sacerdotes, pastores y por lo menos un líder musulmán aplaudían. Los católicos asistieron, dijo Wenski, porque lo consideraron un intento de presionar contra la extralimitación de Obama” al exigir que las organizaciones religiosas pagaran los contraceptivos de sus empleados.
Pero ni Trump, ni los republicanos, ni los líderes religiosos que lo apoyan, le hacen un favor a las religiones organizadas. La “libertad del púlpito” pudiera resultar costosa. Mucha gente se ha alejado de las iglesias por razones menos traicioneras que salpicar un sermón con politiquería.
Convertir los templos en foros políticos partidistas pudiera ser una razón más para irse a encontrar a Dios en otra parte.