Seguirá gobernando un currículum oculto religioso: docentes de preescolar enseñando a los niños con oraciones antes de la merienda; docentes que sancionan con moralinas de iglesia o inician actividades escolares con oraciones…
Las discusiones sobre un Estado Laico en Costa Rica han generado las más interesantes interpretaciones, incluyendo la declaración gubernamental de querer un Estado Laico pero con Dios que es como decir quiero un helado frito. Sin embargo, a nivel educativo es necesario plantear la terrible realidad: no es posible, al menos en el corto plazo, una educación laica en Costa Rica.
El debate sobre la educación laica inicia en Costa Rica, formalmente, a finales de la década de 1870 y fue durante la implementación del grueso de reformas liberales en la década de 1880 que se institucionalizó la Educación Laica, entendida como una educación bajo el control del Estado tanto en la infraestructura, los contenidos, la contratación docente y otros. Esto generó una confrontación directa con la iglesia, la cual hizo llamados para que las familias no mandarán sus hijos a los centros educativos (entre 1886 y 1887 se vivió la más grande crisis de matrícula debido a la presión religiosa). Don Mauro Fernández y los liberales ¡eran liberales de verdad!
Gracias a esa lucha de los liberales, institucionalmente la educación costarricense es Laica con excepción de la permanencia de la Clase de Religión que ya ni siquiera es obligatoria y ha sido reducida a un símbolo degradante de un legado medieval, formando parte de esas asignaturas que deberían irse al paredón pedagógico en una educación moderna. Se debe decir que, mantener las clases de religión hoy en día es como pretender instaurar clases de Latín o dar clases de cómo cazar un mamut.
No obstante lo anterior, en el currículum oculto de nuestro sistema educativo se respira un olor a incienso acompañado con ruido de panderetas. Todavía más con un proyecto de Ley que pretende ampliar la cobertura estatal a diferentes religiones (¿sectas?) y que nos llevaría a preguntar si en esa igualdad, el Estado deberá contratar a profesores(as) de religión provenientes de todas esas “alas” del cristianismo.
Durante los últimos años, hemos ganado espacios culturales y pedagógicos en nuestros centros educativos para lograr una educación construida desde la laicidad. Un referente fue la lucha frontal y disimulada de los curas y pastores evangélicos contra la reforma de Afectividad y Sexualidad Integral, en la cual instaron, manipularon y hasta amenazaron a sus fieles para oponerse al programa e impedir la asistencia de sus hijos a dichas clases. Gracias a tatica Dios, nuestros jóvenes están menos dentro de la religión y las familias son menos domesticadas por cruces y biblias, lo que se tradujo en una asistencia, a las clases, superior al 98%.
La aceptación de las clases de Afectividad y Sexualidad, la ausencia cada vez más amplia de las clases de religión y una vida cotidiana cada menos atada a las cadenas de la falsa moral cristiana (ojala fuese una ética cristiana, una compleja visión de la cual estamos a siglos de distancia en la reflexión educativa), son una muestra de que la sociedad, principalmente la juventud ha cambiado. Lamentablemente, eso no sucede con nuestros docentes.
El gremio docente ha sido, históricamente, defensor de una estructura moral conservadora, patriarcal y de un proyecto dominante. Lo ha sido no como acto consciente sino como producto de la débil formación profesional, el bajo capital cultural y la necesidad de “ganarse los frijolitos”.
Sumado a lo anterior, el docente o la docente es un producto social, un reflejo de lo mejor y peor de nuestra sociedad, una sociedad que es ampliamente conservadora y de doble moral, ligada a “tatica Dios” por tradición religiosa y costumbres como contestar preguntas con “gracias a Dios”. Mientras nuestro personal docente siga ligado a esa estructura mental y no sea formado, en las universidades, para desarrollar el pensamiento crítico; simplemente no tendremos una educación laica.
Tendremos que soportar, un día sí y otro también, a nuestras docentes de preescolar enseñando (por no decir adoctrinando) a los niños con oraciones antes de la merienda; docentes que en el aula sancionan a nuestros estudiantes desde moralinas de iglesia, actividades en los centros educativos (como graduaciones, encuentros y hasta actos cívicos) que inician con oraciones y hasta la juramentación en COLYPRO que arranca con esa oración dicha por algún o alguno de los docentes. Seguirá gobernando un currículum oculto religioso.
Más que una ley o un reglamento, el sector progresista debe apuntalar sus esfuerzos en lograr los cambios culturales que liberen a nuestros docentes de las cadenas religiosas y así poder construir una verdadera educación laica. Por suerte, y gracias a “tatica Dios”, nuestros jóvenes rompen con esas cadenas de una forma más rápida y menos dolorosa.
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