Crisis. Las parroquias se están despoblando. Los ciudadanos no creen en el demonio ni en los milagros. Un 40% son ateos, agnósticos o indiferentes
A la Iglesia española le acecha una crisis de fieles. La cifra de personas que asiste a la misa de los domingos decrece paulatinamente, y el arraigo de los sacramentos es cada vez más débil. Según las cifras de la propia Conferencia Episcopal Española (CEE), 8,4 millones de personas acuden regularmente a la parroquia, una proporción que sufre un menoscabo progresivo. Quienes cumplen con el precepto dominical son los supervivientes de una era que da la espalda al más allá y que se desvive por el hedonismo y los bienes materiales.
El país es cada menos católico. La proporción que se definen como tales se ha desplomado desde desde el 90,5% que anotaba el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hasta en 1978 hasta el 56% de julio de 2022. La religión ha quedado relegada a la sacristía, no logra estar presente en la vida pública ni en los discursos de los políticos, a no ser que desempeñe un factor identitario. La mayoría de los españoles descree del infierno, los milagros o Adán y Eva, según detectan las encuestas. Pese al sentimiento católico de la mitad de la población española, la identificación es más cultural que doctrinal, por cuanto lo cotidiano ya no se analiza desde un prisma religioso.
El CIS revela que si se suman los agnósticos, los indiferentes, los ateos y los no creyentes la proporción resultante se encarama a un 39,5%, una cifra elevada para un país que hace medio siglo proclamaba ser la reserva espiritual de Occidente.
Para Vicente Esplugues, cura de la parroquia de Nuestra Señora de las Américas (Madrid), la pandemia ha mermado la asistencia a los templos. La resistencia a ir a la iglesia, lógica en tiempos en que la covid se propagaba rápidamente, tiende a consolidadarse. «Muchas personas mayores ha desarrollado una psicosis, una fobia a lo colectivo. Los hijos disuaden a los padres para que desistan de ir a misa por miedo al contagio», aduce Esplugues.
Proceso gradual
Sin embargo, la secularización viene de lejos. El sacerdote distingue tres fases en ese largo periodo de descristianización. Un primer hito se produjo con la muerte de Franco, continuó con la entrada de España en la Unión Europea y se acentuó bien entrado el siglo XXI, cuando el escándalo de la pederastia clerical originó en la Iglesia una crisis de credibilidad. Todo ello, junto a la irrupción de nuevos credos, como la espiritualidad oriental y las religiones que han traído consigo los inmigrantes, se ha conjurado para que la Iglesia católica española haya perdido el monopolio de la fe.
En las orientaciones pastorales aprobadas por el episcopado para el quinquenio de 2021-25, los obispos dan fe de que «aunque un número grande de españoles se manifiestan católicos», la participación en la vida eclesial es «en muchos casos esporádica».
La Iglesia arrastra una mala imagen y es vista como una «institución reaccionaria y poco propositiva». Así figura en el documento de síntesis de la asamblea sinodal, celebrada en junio, texto en el que los laicos hacen un ejercicio de autocrítica. «Observamos que la liturgia (…) se vive de una forma fría, pasiva, ritualista, monótona, distante». Esa deserción, que nunca se produce en masa, sino muy lentamente, se aprecia en los sacramentos, que van languideciendo. Apenas un 29% de los niños nacidos en España en 2020 fueron bautizados (en total 100.222). Y solo 12.679 parejas, un 14% de las que se casaron, lo hicieron mediante la celebración del matrimonio canónico.
Francesc Núñez, profesor de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), subraya que los valores religiosos chocan de plano con la mentalidad contemporánea: «La opción religiosa plantea un compromiso y exige una serie de actitudes y de acciones que se oponen a los intereses del individuo moderno, que busca la satisfacción y el placer inmediatos».
El vaciamiento de la España rural contribuyó mucho a la «paganización» del país, un fenómeno que se muestra más acendrado en Madrid, Cataluña y País Vasco, mientras que en Andalucía resiste una religiosidad popular sostenida gracias a hermandades y cofradías.
A los españoles les desagrada que les amonesten y les riñan desde el púlpito. La desafección religiosa hunde sus raíces en una mentalidad que está harta de que se le inculque un sentimiento de culpa basado en el pecado. Domingo Guerra, sacerdote en El Paso (La Palma), se duele de que la religiosidad popular, basada en la costumbre y la tradición, carece de calado. «Con los valores actuales la gente lleva muy mal que se le corrija la conducta o se le diga lo qué debe hacer. La sociedad vive del espectáculo, la moda, la fiesta y el alcohol. No es que hayamos dejado de creer, es que hemos guardado a Dios en el baúl de los recuerdos», arguye Guerra.