Es una asignatura pendiente que, en una sociedad más o menos moderna y con el apellido de laica, debería estar resuelta. En San Sebastián, no. No hay ningún lugar en el que se pueda celebrar una ceremonia civil para despedir a alguien que muere sin que medie un cura o una religión concreta, con todos los ritos, músicas e incluso cantantes que lleva aparejada. Recuerdo a un nieto al que no dejaron cantar a su aitona pese a que es el director de un coro navarro. Había ya una feligresa con su repertorio ensayado que no podía saltarse. Si alguien acude a una determinada confesión religiosa deberá ajustarse a lo que esta le exige, por ejemplo, no entonar estrofa alguna que no tenga que ver con canciones ‘de misa’, pero otra cosa es que la única posibilidad de despedida social sea a través del catolicismo. El caso es que no se encuentran lugares en los que habilitar un espacio adecuado para un funeral civil al que acudan quienes deseen despedirse de aquel que se va para siempre sin necesidad de sermones, creencias o ceremonias que no comparte. Sorprendentemente debe ser muy complicado encontrar un lugar que, además de generar ingresos al Ayuntamiento a través de una tasa, serviría para celebrar actos muy arraigados en la sociedad y que no tienen por qué estar vinculados con los rezos. Es más que probable que no sea la máxima prioridad consistorial, pero tampoco se trata de un proyecto inabarcable por sus dimensiones y complejidad.
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