Sabemos, desde hace bastante tiempo, que en septiembre de 1976, el profesor José Luis López Aranguren, catedrático de la Universidad Complutense, se reincorporó a la cátedra de Ética y Socilogía, después de 11 largos años de haber sufrido su expulsión de la Universidad por la dictatorial represión franquista. Como no hay uno sin tres, en este caso, también habían sido expulsados de la Universidad los profesores Tierno Galván y García Calvo. Eran tiempos en que se penalizaba la libertad, no solo académica, sino la libertad simple y llanamente considerada por muchos en aquellos años “de plomo”, por lo menos por el color de los nubarrones que se cernían sobre una simple, saludable, necesaria y honesta defensa de la libertad, no como ahora; nuestras manifestaciones en favor de la libertad tenían que ir calzadas con tenis, para poder salir corriendo, como nos pasó un día que tuvimos que subirnos a toda prisa al malecón del Guadalmedina, pasado el puente alemán, cuando apareció la pasma por la avenida de La Rosaleda.
La libertad que nos jugábamos entonces era un derecho y no un capricho de españoles como los que ahora piden libertad desde sus lujosas carrocerías y limusinas, con sus zapatitos de fino tacón y con sus festivos cuellos enjaezados de brillantes. Lo que suele pasar es que ni estos españoles ni su feligresía (nostálgicos del imperio del pensamiento único) se han molestado en darle un repaso a la Constitución que en el 78 detestaban y ahora defienden, aunque, al parecer, la Constitución sigue en reposo o al menos con cierta rigidez cadavérica para ellos en algunos de sus artículos.
Nuestra escuela pública está desconcertada porque en otras escuelas se defienden términos de la Constitución que no aparecen ni por asomo ni por equivocación; se ha invertido el tema del derecho a la elección de centros, que no existe en el artículo 27 y que ha sido revestido de una privilegiada justificación para la elección del alumnado por parte de muchos centros concertados y privados. Millones de alumnos no pueden elegir centros, porque ni en sus localidades ni cerca de ellas hay centros distintos de los públicos, cuando la Constitución confirma que tienen derecho a una educación de calidad para todos y no a un centro privilegiado hasta ideológicamente.
Nuestra escuela pública está deconcertada porque, como decía el profesor Aranguren, “la sociología y la ética van detrás de la praxis para comprenderla y criticarla…, no para bendecirla como hace la ética conservadora” para que perduren solo los privilegios y no los derechos de todos (entiéndase, de todos). Y Aranguren nos lo explicaba diciéndonos que “sólo Karl Marx llevó a cabo la tarea sincrónica de interpretar el mundo y, a la vez, transformarlo”.
Nuestra escuela pública está desconcertada porque acoge al alumnado menos favorecido cultural, económica y socialmente y, salvo honrosas excepciones que nos merecen todo nuestro apoyo, respeto y reconocimiento, la concertada y privada sigue siendo tan elitista como siempre.
Nuestra escuela pública está desconcertada porque es la única que tiene la obligación de llegar a las zonas, pueblos y rincones más difíciles, incluso geográficamente, tan alejados de zonas urbanas.
Nuestra escuela pública está deconcertada porque es consciente de que con fondos públicos no se dé una formación y educación ciudadana para todos, sino que se concede favor al adoctrinamiento, que, como nos decía el astrólogo Rafael Lafuente en el 1972, “es la falacia deformadora de una visión clara y veraz… porque la verdadera educación… estriba en formar caracteres auténticos… capaces de salvarse o condenarse ante la propia conciencia”.
Nuestra escuela pública está desconcertada porque sabe que el franquismo cerró escuelas populares que había creado la II República, dio al traste con la Institución libre de Enseñanza y empobreció la educación de todos y a los maestros de todos (sin contar los perseguidos), además de echar mano para atender algunas escuelas a sargentos chusqueros de la guerra y a “idóneos”, que todavía no habían acabado la carrera de Magisterio, hasta avanzados los años sesenta (ojo al parche, porque hay personas que ven poco o no han visto nada) en la enseñanza privada también o sobre todo.
El transporte público tiene que estar al servicio de todos los ciudadanos (cuestión que también está fallando ahora) y, si alguien quiere un transporte especial tiene que pagárselo aparte, igual que sus manifestaciones especiales, con globos llenos de aire y con extemporáneos gritos de libertad que proclaman solo para sus privilegios y caprichos; o sea, una libertad depurada y depuradora.