Algunos datos parecen impugnar la asentada idea de que la región se caracterizaría, dentro de España, por su acusada irreligiosidad
A su llegada a la cuenca minera asturiana en 1950, el fraile lasaliano Nazario González quedó horrorizado de la alegría blasfema de los habitantes de aquella tierra a la que venía a instalarse. «Lo primero que se advierte en los rostros de los obreros asturianos», escribía, «es la huella infame del alcohol. De la lujuria apenas queremos decir nada. El adulterio es sobradamente ordinario. Los mineros blasfeman a troche y moche. Su boca mana tan diabólica vena como una fuente en el agua. Los niños aprenden tan impía costumbre en el hogar, en la calle, en el taller, por todas partes».