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¿Es el laicismo intolerante?

Empieza a ser recurrente el escuchar que el laicismo es una posición intolerante hacia la religión, que lo que busca es erradicar la religión de la sociedad. Afirmar esto es no saber o no querer saber qué es el laicismo.
Es normal el asumir que el laicismo es cosa de ateos, agnósticos y libre pensadores pero esto es una verdad a medias. Cierto es que estas personas son las que normalmente reclaman que el estado sea laico pero no tiene que ser exclusivo de ellos, es más, no hay nada en el laicismo que impida que un creyente sea también laico.
Lo que persigue el laicismo es la separación entre la iglesia y el estado. Al usar la palabra iglesia no me estoy refiriendo a la Iglesia Católica en particular sino que uso el término de forma general para referirme a cualquier religión.
¿Por qué es deseable la separación iglesia estado y el creyente debería defenderla?
Una forma sencilla de verlo es observar que ha pasado y pasa en los estados teocráticos donde no se da esa separación, automáticamente hay una pérdida de libertad en los ciudadanos. Un estado debe ser aséptico en cuestión de creencias cualquier otra opción es una aberración. Para tener creencias religiosas hay que tener un cerebro con unas cualidades concretas, el estado es una institución creada por personas que deciden convivir juntas, por lo tanto no puede tener o sostener creencias, cuando esto se obvia lo que acaba surgiendo es una forma u otra de totalitarismo.
Si queremos que el estado sea de una religión la única forma de hacerlo, dado que por sí mismo no puede poseer creencias, es obligando a sus integrantes a profesar la religión en cuestión, es decir, se debe anular la libertad de pensamiento de los ciudadanos, esto se puede conseguir de diversos modos, desde el más violento, esto es, exterminando a todos aquellos que no quieran abrazar esa religión hasta otros que no usan violencia física sino imposición psicológica, por ejemplo, adoctrinando a los niños en el sistema de creencias de esa religión y amenazando a los adultos para que sigan los preceptos de esa religión.. Esto es relevante porque es la piedra angular del laicismo, lo que se persigue no es anular el derecho a creer en la religión que quieran los ciudadanos, sino exactamente lo contrario, es decir, que no se les imponga a ningún ciudadano una religión en concreto, esta es una cuestión que cada ciudadano debe decidir por sí mismo, es el ciudadano en cuanto persona la que debe elegir si quiere profesar o no alguna religión.
Soy consciente que a la hora de llevar a la práctica la separación ente iglesia estado pueden surgir dificultades y discrepancias de cómo llevarla a cabo, pero al menos todos deberíamos coincidir en que es deseable, ya que así es como podemos proteger nuestra libertad de creer.
Argumentos contra el laicismo
Hoy en día hay dos argumentos que sacan pronto a la luz aquellos que se oponen a la laicización del estado. Por un lado suele ser el de las “raíces” y por otro el de el número de practicantes de la religión en el estado.
Si en un estado se da la situación de que la mayoría de la población se define como practicante de una religión entonces se suele decir que ese estado es de tal o cual religión, es fácil oír que por ejemplo, España es un país Católico. Pero que la mayoría de la población se defina o se etiquete de una determinada manera no nos dice nada de cómo debemos legislar la convivencia, que a fin de cuentas es lo que importa.
Es difícil interpretar lo que significa eso de que la mayoría es de tal o cual religión. Por ejemplo, que haya gente que se defina como cristiana no nos dice mucho. Existen muchas corrientes cristianas, por ejemplo, la católica, la protestante y la ortodoxa, así como confesiones y sectas dentro del protestantismo. La situación queda muy bien reflejada en la obra Encyclopedia of Religion and Religions de Edgar Pike:
Alguien ajeno que pasara de la misa mayor celebrada en una catedral católica a una reunión cuáquera del Día del Señor, podría llevarse una sorpresa si le dijeran que los participantes en ambos cultos afirman ser cristianos; y todavía se sentiría más perplejo si ampliara sus observaciones a los seguidores de la Ciencia Cristiana, los metodistas, los adventistas del Séptimo día, los swedenborgianos y los baptistas estrictos, sin necesidad de llegar tan lejos como la Iglesia griega, copra y abisman.
En el caso particular de España la mayoría se define como católicos ¿pero lo son realmente?¿Se puede ser católico sin practicar los ritos y sin compartir las decisiones de dicha Iglesia? Estas cuestiones arrojan dudas sobre la legitimidad del argumento basado en el número de “practicantes” de una religión, y que quede claro que cada cual tiene y debe tener el derecho a definirse o etiquetarse como más le plazca.
No obstante, concedamos que realmente la mayoría de los ciudadanos de un estado son pertenecientes a una religión concreta, ¿legitima esta mayoría la abolición del laicismo? La respuesta es no. Es común confundir lo que dice la mayoría con lo que es “democrático”, pero esto no tiene porque ser así, si la mayoría decide que exterminar mujeres es democrático, no implica que en realidad lo sea. Este error suele estar ligado a una concepción miope de la democracia. El sufragio universal es un sistema de toma de decisiones que hoy en día es consustancial con los sistemas democráticos, pero la democracia no es el sufragio, éste es una institución, si se quiere la institución más representativa de un sistema democrático pero la democracia no se reduce ni acaba en él, actuar y pensar así no nos conduce a la democracia sino al despotismo de las mayorías. En un sistema democrático se debe velar por proteger los derechos y libertades de todos, si una inmensa parte de la población comparte unas creencias religiosas esto no legitima que dichas creencias se conviertan en leyes, ni que se intente convertir esas creencias en las creencias de todos. Lo que es pecado concierne al creyente pero ese mero hecho no es una justificación para convertirlo en ley. El creyente deberá evitar el cometer los pecados que le dicte sus convicciones religiosas, pero no puede pedir que esas reglas religiosas se conviertan en ley. El hecho de que pueda haber coincidencias entre preceptos religiosos como el no mataras y alguna ley que castiga el asesinato no es más que una coincidencia que se queda en la superficie. Las leyes deben dictarse a partir de principios racionales para favorecer la convivencia de todos los ciudadanos así como para proteger sus derechos y libertades. Si al dictar una ley basandose en principios racionales resulta que coincide con algún percepto religioso es sólo una anecdota, nada más. Esa ley está ahí por su valor para la convivencia no por su origen o valor religioso.
En cuanto al tema de las raíces culturales de la sociedad, sinceramente no tiene mucho sentido sacarlo a colación como argumento en contra de laicización del estado. Las raíces culturales de una sociedad suelen ser múltiples salvo que esa sociedad haya vivido completamente aislada. Por ejemplo, los países de Europa es evidente que tienen raíces cristianas, pero también las tienen de la antigua Grecia, de Roma, y unas fuertes raíces laicas que proceden de la ilustración. Es más, si una determinada religión tiene un lugar preponderante en la cultura de una sociedad normalmente y como nos enseña la historia es debido a que a lo largo de los siglos esa religión ha conseguido aplastar a sus rivales, exterminando, exiliando o convirtiendo a aquellas personas que no profesaban dicha religión. No obstante, supongamos por el bien del argumento que la cultura de una sociedad sólo tiene una fuente y que esa fuente es una religión ¿es esto razón para evitar la laicización del estado de esa sociedad? Evidentemente no, las raíces de una cultura no son razón ni justificación para obligar a la gente a que profese una religión, ni para convertir una religión en ley. Las raíces de una cultura son un tema histórico y antropológico que nos puede ayudar a entender porque esa sociedad es cómo es, pero no es una razón para cercenar los derechos y libertades de los miembros de esa sociedad.
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